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jueves, 4 de abril de 2024

Sobre la consciencia y el libre albedrío

Recojo aquí un breve hilo que he publicado en X-twitter y que no quisiera perder.


1/5

En una charla reciente en Bilbao, @uhandrea nos contaba que pensar activamente solo incrementaba el gasto de energía del cerebro un 2 %. Esto me lleva a la siguiente especulación (no le hagan mucho caso, dada la poca energía que requiere).

Hilo en 5. Discuss.

2/

-El cerebro consume muchísima energía, es un órgano muy caro.

-El cerebro humano es el triple de grande que el de un chimpancé.

-¿Qué cosas hace nuestro cerebro que no haga el de un chimpancé? Principalmente, pensar.

3/5

-Si eso es así, parece que la mayor parte de nuestros pensamientos no los provocamos activamente, sino que nos vienen dados. Entonces, ¿cómo se provocan?

4/5

-Gana, así, fuerza la hipótesis de que nuestra consciencia es como una ventana que nos permite estar al tanto de nuestros pensamientos y sensaciones (una «cámara» que se produce en nuestra mente y con la cual «vemos» parte de lo que hace, por usar el símil de D. Hofstadter).

5/5

-Algo así es lo que nos pasa cuando soñamos, aunque ahí el cerebro se dedique a otra cosa que pensar.

-Ese notar nuestros pensamientos sería la consciencia y esa sensación de que son nuestros serían la sensación de libre albedrío.

martes, 15 de noviembre de 2016

Los mitos de la razón. Los zombis de Chalmers

Las ilustraciones de los zombis filosóficos suelen contener un tono burlesco

Los zombis de Chalmers son una especie de demonios que habitan en un planeta igual que la Tierra y se comportan exactamente igual que los humanos, pero que no tienen consciencia. Las fuentes de referencia de este mito no aclaran cómo es ello puede suceder, simplemente hablan de su posible existencia, de cómo es posible imaginarlos y de cómo el solo imaginarlos los hace no contradictorios, por lo que la consciencia humana debe ser algo de lo que carecen los zombis y que debe quedar fuera del mundo físico que conocemos hasta ahora. Los relatos llaman qualia a este algo más. En realidad, el mito de los zombis de Chalmers es el mito de los qualia.

Estos zombis viven su vida, algunos pagan sus impuestos, otros defraudan a Hacienda y a sus compañeros zombis. Discuten de política y de banalidades, de fútbol, de famosas y del mejor restaurante para comer; cuando se juntan zombis machos hablan de zombis hembras, mientras las hembras se quejan de sus zombis machos y los gays se quejan entre ellos; a veces se tratan con respeto, a veces son hostiles, a menudo se llaman inconscientes unos a otros. Algunos se dedican a la ciencia y otros, a la Filosofía. Hablan mucho de sí mismos e investigan su propio cuerpo, cerebro incluido. Desarrollan teorías sobre la mente, el libre albedrío, los sentimientos y sobre su propia consciencia. Pero, por alguna razón desconocida y que los relatos de Chalmers no aclaran, no son conscientes.

El Sócrates de los zombis realmente no sabía nada. Estos pobres demonios se creen conscientes, pero no saben que no lo son. Parece que los relatos de Chalmers nos describen unos seres muy extraños, pero acaso, y sin saberlo el propio Chalmers, simplemente nos están describiendo a los seres humanos.

Entrada relacionada: Un mundo de zombis.

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Hace cinco años en el blog: Los sesgos cognitivos (2).
Hace tres años en el blog: Los mitos de la razón.
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sábado, 28 de marzo de 2015

Miguelito (el de Mafalda) y el libre albedrío


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lunes, 12 de agosto de 2013

15: La metamorfosis.

Entradas más vistas del blog. La número 15 es esta publicada originalmente el 24/04/09.


Hay dos tipos de metamorfosis bien conocidas en el reino animal. Una es la oruga que se convierte en mariposa. La otra, el renacuajo que se convierte en rana. Esta segunda se parece a las metamorfosis que encontramos en la obra homónima de Ovidio, donde Dafne se convierte en laurel, Mirra en el árbol que lleva su nombre y Cintia en heliotropo o girasol. Con preciosísimos hexámetros, Ovidio nos describe cómo los brazos se convierten en ramas, los pies en raíces y, en el caso de Cintia, su rostro en la cara del girasol que sigue con la vista a Apolo, quien la abandonó.

El caso del renacuajo es idéntico, en el sentido de que los ojos del renacuajo se convierten en los ojos de la rana adulta y, de igual manera, cada parte del cuerpo del primero se convierte en una parte del cuerpo de la segunda.

Esto no ocurre así en la metamorfosis de oruga a mariposa. Cuando nace la oruga, lo hace a partir de unos segmentos de que consta el embrión, pero no de todos. Cuando la oruga se encierra en su crisálida, su cuerpo sirve de alimento para que se nutran los segmentos embrionarios que permanecían latentes. De esos segmentos nace la mariposa. La oruga no se transforma, sino que muere. Los insectos son bastante parecidos a autómatas y no tienen miedo a la muerte. Si, en cambio, pudieran hablar, la mariposa tendría que aprenderlo todo, puesto que no recordaría nada de la vida de la oruga, que era otro ser.

En entradas pasadas hemos visto el caso de un plan genético (un cigoto) que da lugar a dos gemelos, de dos cigotos que se juntan y dan lugar a un solo ser, pero el que de un solo plan surjan dos seres completamente distintos, uno de los cuales se desarrolla alimentándose del cadáver del que se desarrolló primero, supera todas las fantasías metafísicas.

25 comentarios aquí.

martes, 23 de marzo de 2010

Un mundo de zombis


Hace unas semanas, en El libro de arena tuvimos una interesante discusión partiendo de las ideas de Chalmers. En particular, departimos acerca de su célebre argumento sobre un mundo de zombis, que resumo aquí:
  1. Podemos imaginarnos un mundo con seres como nosotros, que hagan lo que nosotros, pero que no sean conscientes: los zombis (o autómatas).
  2. La física no podría dar cuenta de la diferencia.
  3. Por tanto, la consciencia (o los qualia, como la sensacione de “color rojo”) es una propiedad fundamental y ontológicamente autónoma.
¿Qué tal esto otro?:
  1. Podemos imaginar un planeta exactamente igual que la Tierra, en el que no haya una deformación del espacio-tiempo según la explicación relativista de la gravedad, pero en donde los cuerpos se movieran como en nuestro mundo.
  2. La física no podría dar cuenta de la diferencia entre ambos mundos.

  3. Por tanto la gravedad es una propiedad ontológicamente autónoma.
El problema está en confundir lo lógicamente posible o lo concebible con lo físicamente posible (en este universo, por lo menos).

La cuestión, se me dice, es que la física nos explica por qué sin gravedad los cuerpos no pueden moverse como se mueven, mientras que las teorías sobre la mente no nos explican por qué una mente sin qualia no podría darse, esto es, por qué no pueden existir los zombis. Es decir, que el mundo de los zombis es una posibilidad lógica.

Pero lo que digo es que el argumento es falaz, que está mal hecho. Lo que nosotros sepamos o no, no hace a la construcción del silogismo. La conclusión podría incluso ser cierta, pero este argumento no es el que la muestra.
 Es tan falaz como si el argumento del planeta que no deforma el espacio-tiempo lo hiciera una persona ignorante de la relatividad, que no tendría entonces una teoría que le explicara por qué no puede existir ese planeta tan raro. Ese planeta sin deformación del espacio-tiempo es también una posibilidad lógica.

Lo único que puede revelar el argumento de Chalmers es que no sabemos lo que es la consciencia, pero eso ya lo sabíamos sin Chalmers. ¿Cuál es, entonces, su aportación? No la veo.

El fenómeno de que pueda existir un mundo de zombis no es un fenómeno que sepamos exista en ninguna parte. De él no tiene que dar cuenta la física ni nadie. La investigación sobre el cerebro y la mente humanas está recién empezada y las cosas irán, yo creo, más lentas de lo que se nos promete, dado el crecimiento factorial de la complejidad asociada al desarrollo de la inteligencia y la consciencia. Lo que sí podemos decir es que, en ausencia de fuerzas vitales, almas y cosas así que no se encuentran por ninguna parte, todo apunta a que, para que esos zombis puedan hacer lo que hace el ser humano (como las máquinas que pasan el test de Turing), habrán tenido que desarrollar consciencia como consecuencia de la acumulación de complejidad.

lunes, 22 de junio de 2009

El país de los simios


Hemos visto estos días varias entradas con el tema de la extensión de algunos derechos a los animales (véase El libro de la almohada, Los monos también curan, BioTay, La revolución naturalista y Frustración voluntaria). He ido dejando algunos comentarios por ahí, pero, mientras lo hacía, se me ocurrió la siguiente situación de ciencia ficción.

Se habilita una reserva de chimpancés. Debe ser muy grande y con capacidad para muchos individuos. Digamos, una extensión de más varios cientos de miles Km2. Se somete a la población a continuos retos a la inteligencia y se detectan los individuos que sobresalen en estos retos. Mediante un calculado programa de procreación, se consigue que estos individuos tengan mucha más descendencia que los demás. Si la tasa de éxito de los más inteligentes es, no un poco mayor, como sucedía con los ancestros del Homo Sapiens, sino miles de veces mayor, sería posible conseguir en unos cuantos miles de años lo que la evolución natural tardó unos pocos millones.

¿Hasta qué punto nos resulta ético este experimento? En algún momento estaremos dejando de seleccionar ejemplares de animales con más habilidades para estar practicando la eugenesia en una población de Mono Sapiens. ¿Es éticamente reprobable hacer de una especie animal una especie inteligente y pensante?

viernes, 24 de abril de 2009

La metamorfosis


Hay dos tipos de metamorfosis bien conocidas en el reino animal. Una es la oruga que se convierte en mariposa. La otra, el renacuajo que se convierte en rana. Esta segunda se parece a las metamorfosis que encontramos en la obra homónima de Ovidio, donde Dafne se convierte en laurel, Mirra en el árbol que lleva su nombre y Cintia en heliotropo o girasol. Con preciosísimos hexámetros, Ovidio nos describe cómo los brazos se convierten en ramas, los pies en raíces y, en el caso de Cintia, su rostro en la cara del girasol que sigue con la vista a Apolo, quien la abandonó.

El caso del renacuajo es idéntico, en el sentido de que los ojos del renacuajo se convierten en los ojos de la rana adulta y, de igual manera, cada parte del cuerpo del primero se convierte en una parte del cuerpo de la segunda.

Esto no ocurre así en la metamorfosis de oruga a mariposa. Cuando nace la oruga, lo hace a partir de unos segmentos de que consta el embrión, pero no de todos. Cuando la oruga se encierra en su crisálida, su cuerpo sirve de alimento para que se nutran los segmentos embrionarios que permanecían latentes. De esos segmentos nace la mariposa. La oruga no se transforma, sino que muere. Los insectos son bastante parecidos a autómatas y no tienen miedo a la muerte. Si, en cambio, pudieran hablar, la mariposa tendría que aprenderlo todo, puesto que no recordaría nada de la vida de la oruga, que era otro ser.

En entradas pasadas hemos visto el caso de un plan genético (un cigoto) que da lugar a dos gemelos, de dos cigotos que se juntan y dan lugar a un solo ser, pero el que de un solo plan surjan dos seres completamente distintos, uno de los cuales se desarrolla alimentándose del cadáver del que se desarrolló primero, supera todas las fantasías metafísicas.

miércoles, 22 de abril de 2009

La habitación china

Santiago, el anfitrión del excelente blog La máquina de von Neumann, me recuerda el problema de la habitación china de Searle. Tras haber hablado del test de Turing en una entrada reciente, supongo que es de justicia comentar sobre ella. Además, servirá para entender un poco mejor la base de la teoría computacional de la consciencia, tema que está saliendo en los otros no menos excelentes blogs de El libro de la almohada, Los monos también curan,  Una nueva conciencia y A bordo del Otto Neurath.

El experimento mental de la habitación china dice lo siguiente (tomo la redacción de Juanjo Navarro).

Supongamos que una persona que no sabe chino se encerrase en una habitación. En la sala tiene una serie de símbolos chinos sobre hojas de papel en distintas cajas. A la persona se le escriben una serie de preguntas escritas en chino que se le hacen llegar a través de una ventana. Nuestra intención es, naturalmente, que esta persona responda a nuestras preguntas escribiéndonos una respuesta en perfecto chino. ¿Pero cómo? Si esa persona no sabe chino lo único que podremos obtener de ella será una serie de símbolos sin el menor sentido. Bueno, habíamos olvidado un elemento más que esta persona tiene a mano: Un libro de instrucciones. En éste se le especifica (en castellano, naturalmente) una serie de reglas que le permiten combinar símbolos en respuesta a otra cadena de símbolos que se especifique como entrada (la pregunta). Las reglas son del tipo “ante un símbolo de la primera caja con un símbolo de la segunda respóndase con la unión de tres símbolos de la cuarta, sexta y segunda caja”. Es muy importante resaltar que en las instrucciones no se hace ninguna mención al significado de los símbolos sino solo a la forma de combinarlos. Tampoco se hace ninguna restricción en cuanto a la longitud de las reglas ni del libro de reglas. El libro podría muy bien ser una enciclopedia de 2000 tomos y cada regla ocupar medio tomo, y no por ello cambiaría el planteamiento del problema. Finalmente supongamos que el libro de reglas está tan bien hecho que las respuestas resultan ser perfectas en chino.

La pregunta es: ¿La persona ‘sabe’ chino?

Searle, quien propuso el experimento mental, decía que la respuesta a la pregunta debe ser “no”. El código le permite dar respuestas pero, evidentemente, cualquiera de nosotros en esa situación negaríamos haber aprendido chino.

Vayamos por partes:

(1) Pongamos que las preguntas son 1000 (¿cuál es la capital de Islandia?, ¿quién propuso el test de Turing?...) y 1000 son las respuestas. El código será muy sencillo: si los símbolos son tales y tales (descríbanse los símbolos de cada pregunta), escoja esta combinación de símbolos (descríbanse los de la respuesta). En vez de una descripción de los símbolos, el libro de instrucciones puede simplemente escribirlos. Dar estas respuestas no es saber chino.

(2) Pongamos que las preguntas pueden ser cualesquiera (¿qué es la filosofía? ¿te gusta el té verde?). El código no puede prever todas las preguntas posibles (¿o sí?) así que tendrá que hacer como hacen ahora las máquinas de búsqueda en Internet: detectar las palabras claves de la pregunta, ofrecer una respuesta a temas prefijados sobre esas palabras y esperar que la respuesta sea pertinente y de interés. Esto es muy difícil. Un libro de instrucciones (programa, código,…) que haga esto será un gran programa, pero es discutible si eso es saber chino.

(3) Pongamos que el input no son solo preguntas, sino que la “conversación” puede seguir cualquier formato, igual que siguen las conversaciones entre personas chinas o no chinas. Esto es saber chino, y el programa (o código o instrucciones o lo que sea) es el conocimiento del chino.

-¿Cómo que el programa? ¿Qué pasa con la persona?

-Bueno, o bien el programa más la persona saben chino (así, entre los dos) o bien la manera en la que el programa consigue que la persona entienda todas las instrucciones es enseñándole chino. En cualquier caso, no hay otra cosa que conocimiento de chino.

Searle estaba cometiendo una falacia de composición en su respuesta. Como la respuesta en el supuesto (1) era “no” y como sólo había una complicación en las instrucciones, entonces la respuesta era un “no” también para el supuesto (2). Una segunda falacia ocurre cuando se entiende el supuesto (2) como el conocimiento de la lengua china. Si se consiguen conversaciones coherentes en el supuesto (3) con instrucciones cada vez más completas (y complejas), es porque justamente esta complicación, estas instrucciones, estos algoritmos, constituyen el conocimiento de la lengua china (la escrita, por ser fieles al ejemplo).

Mutatis mutandi, esta es la idea detrás del test de Turing. Si complicando una máquina conseguimos los mismos resultados que observamos con un cerebro, tendremos en la máquina las mismas cualidades que el cerebro, y serán estas complicaciones y complejidades las que constituyen esas cualidades.

Ni el test de Turing ni la habitación china dicen nada acerca de la posibilidad de que una máquina vaya nunca a pasar el test de Turing ni a saber chino, sólo nos hacen reflexionar sobre qué pasaría si llegara el caso que presentan ambas pruebas. La teoría computacional de la mente tampoco dice que tales máquinas lleguen a ser posibles, pero sí que cerebro y ordenadores comparten similaridades en la manera de procesar la información. Lo anterior no implica que la teoría prediga que algún día las máquinas alcancen el nivel de complejidad del cerebro humano, pero ofrece una clara línea de investigación para estudiar el cerebro y para avanzar en el diseño de máquinas cada vez más complejas.

domingo, 12 de abril de 2009

Data ¿te has hecho ya el test (de Turing, por supuesto)?


Alan Turing fue matemático y, con von Neumann, uno de los padres de la informática. Como éste, Turing tiene también sus máquinas (las máquinas de Turing), que son aquellas que pueden replicar cualquier otra que realice algún tipo de cálculo o algoritmo bien definido. Estudió en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Demostró una especie de teorema de Gödel para sus máquinas Turing (una máquina no puede predecir, en general, si su algoritmo parará o no). Durante la Segunda Guerra Mundial ayudó de manera decisiva a romper los códigos de comunicación alemanes (la máquina Enigma, que codificaba, entre otras cosas, los mensajes con instrucciones a los temidos submarinos alemanes). Por haber contribuido a la victoria aliada fue distinguido con la Orden del Imperio Británico, justo reconocimiento a una de las personas que más vidas ayudó a salvar durante la contienda. Poco duró la gratitud del Imperio porque, repitiéndose la historia de Oscar Wilde, fue acusado de homosexual. Pudo evitar la cárcel al someterse voluntariamente a tratamientos hormonales y a una castración química que, finalmente, le llevaron al suicidio.

Una de las aportaciones más interesantes de Alan Turing se refiere a la pregunta sobre si las máquinas pueden pensar. En su artículo de 1950 titulado “Computing machines and intelligence” propone lo que se conoce como el “Test de Turing”. Básicamente viene a decir que si una persona no sabe distinguir si se está comunicando con una máquina o con una persona, no tiene sentido atribuir capacidad de pensamiento a la persona y no a la máquina. Turing describe someramente el test, sin llegar a decir cuánto debe durar o qué tipo de comunicación o de preguntas se deben hacer. La idea principal es darle la misma oportunidad a la máquina que a la persona. Turing concluye que este test reemplaza a la pregunta anterior sobre si las máquinas pueden pensar.

Añado varios comentarios:

1. Turing dijo explícitamente que la pregunta ¿pueden pensar las máquinas? carece de sentido, puesto que se refiere a algo no observable. Su test lleva, precisamente, la cuestión desde el campo de lo “no observable” al de lo “observable” (yo diría, por seguir metiendo el dedo en el ojo: de la metafísica a la empiria). Una vez hecho esto, podemos responderla sabiendo de qué estamos hablando.

2. Muchas de las resistencias para aceptar el test vienen a decir que “nunca una máquina pasará el test”. Esto puede ser cierto, pero no es la cuestión. La cuestión es que, si lo pasa, como Data en Star Trek, o como los androides del libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (en el que se basó la película Blade Runner), entonces no hay razón para no admitir su inteligencia, pensamiento, consciencia o cualquier otra característica de este estilo, a la máquina. Repito: si una máquina pasa el test es porque no se la puede distinguir de un ser humano.

3. Una máquina puede pasar el test durante un tiempo, para después ser desenmascarada. Esto sólo quiere decir que, cuanto más tiempo pueda durar pasando el test, más habrá dentro de la máquina de aquello que atribuimos al ser humano.

4. El test de Turing es el argumento más sencillo, práctico y elegante contra el solipsismo. De hecho, creo que no sólo es el único posible sino que, además, es el que aplicamos todos los días. El solipsismo viene a decir que un ser pensante sólo tiene garantizada su propia existencia. Los demás pueden ser sombras irreales que se le aparecen. Sin embargo en esas sombras vemos las mismas características que en nosotros mismos. Difícilmente nuestra mente podría estar creándolas, a no ser que creamos haber compuesto y ejecutado la Novena de Beethoven y escrito El Quijote para luego sorprendernos a nosotros mismos. Todas las personas que conocemos pasan el test de Turing (los enfermos avanzados de Alzheimer tal vez no).

miércoles, 1 de abril de 2009

La Teoría de la Evolución: La Historia Más Asombrosa Jamás Contada. Parte 9.

El cerebro y la mente

(Puedes leer la parte octava aquí).



Una de las cosas que implica la Teoría de la Evolución y que puede ser empíricamente demostrada es el gradualismo. Significa este término que no hay saltos, por así decirlo, en la evolución. Cada órgano, cada habilidad, se ha ido construyendo poco a poco y de tal manera que cada paso debe constituir una mejora en sí misma. Vimos en su momento el caso del ojo, pero sin duda que es la consciencia la habilidad o característica más asombrosa de las que se observan en el mundo de la biología.

Los seres humanos somos conscientes de nosotros mismos, tenemos un yo, una identidad, somos capaces de pensamientos y de ideas abstractas. De entre de ellas, la idea de nosotros mismos es una de las más poderosas y, sin duda, es la más real. No sabemos bien cómo definirlo, pero todos nos entendemos cuando lo decimos.

Hay varios momentos de la evolución que son especialmente complicados y todavía no bien conocidos. Aunque ya dijimos que no competía a la Biología, sino a la Química, el origen de la primera estructura autorreplicante es uno de ellos. Otro momento es el origen de la célula y otro más el de la primera célula con núcleo. El origen y naturaleza de la consciencia añade uno más a estos momentos importantes. Llegados a este punto habrá quien esté tentado de dejar de investigar y de poner a un diseñador o un dios de por medio. Corre el peligro de quedarse con un dios menguante a medida que se vayan comprendiendo estos temas.

Una cosa es cierta; a pesar de que no sabemos cómo comenzó la vida, sabemos que algunas moléculas orgánicas básicas se pueden formar fácilmente en la naturaleza, que en las formas vivas éstas moléculas están presentes y que no hay elemento constitutivo de la materia de los seres vivos que no esté en la naturaleza. La diferencia entre materia viva y materia inerte es de organización. Algo parecido podemos decir con el origen de las células. El caso de la consciencia parece distinto. No vemos de qué está constituida. Bien pudiera ser algo distinto a todo lo que hay en el mundo físico que nos rodea. ¿Es así?

Echemos un vistazo a ver qué datos encontramos alrededor:

-Las plantas no parecen seres conscientes, tampoco los organismos unicelulares o los insectos, que nos recuerdan más a autómatas que a los animales superiores. Recordemos que hablamos de consciencia, no sólo de algún tipo de procesamiento de la información del entorno y de reacción frente a ello.

-Hay animales que muestran más consciencia de sí mismos que otros. Pocos animales se reconocen a sí mismos en un espejo. Los grandes simios y, si acaso, el elefante y el delfín. Es poca cosa, sí, pero es que otros animales ni siquiera llegan a ese nivel. Algo hay en la mente de los chimpancés que no hay en la de un ratón o un cocodrilo. Algo que está más cerca de una consciencia como la nuestra.

-Hay animales que muestran más signos de inteligencia que otros, como la capacidad para resolver problemas, usar un lenguaje, jugar o relacionarse socialmente.

-En el Homo sapiens, cuanto más atrás vamos en el tiempo, más nos acercamos al antepasado común con el chimpancé. ¿En qué momento se hicieron conscientes nuestros antepasados? En realidad no puede haber un momento. Cualquiera que sea el punto en que hagamos el corte y digamos “de ahí para adelante todos somos Homo sapiens, pero para atrás no” ocurrirá el hecho curioso que esa generación será más parecida a sus padres que a nosotros mismos.

-Ha habido otras especies de homínidos, cada una con su grado de inteligencia y de consciencia. El Homo habilis, por ejemplo, fue capaz de tallar piedras, pero parece que esto es lo único que supo hacer durante un millón de años.

-El desarrollo de cada individuo parte de la formación de un cigoto que se transforma en embrión, que se implanta y llega a ser feto y, a partir de ahí un bebé, un niño, un adolescente y un adulto. Ni en el cigoto ni en el feto hay consciencia, pero en el adulto sí. No hay un momento mágico en que pasamos de la no consciencia a la consciencia. Hay un proceso gradual.

-Hay enfermedades y malformaciones genéticas que impiden que el cigoto desarrolle una consciencia plena. Hay enfermedades terribles que hacen desaparecer poco a poco esta consciencia de un adulto.

-Todos los desarrollos anteriores están relacionados con el tamaño del cerebro, su organización y la complejidad de las redes neuronales que se producen por las sinapsis (conexiones químicas entre neuronas). Los escáneres muestran cómo distintas zonas del cerebro están ligadas a distintos tipos de pensamiento.

No sabemos cómo se desarrolla la noción de ser un ente que se piensa a sí mismo y que desarrolla sentimientos y raciocinio, pero sí sabemos que este desarrollo es gradual, y que no tiene por qué haber ningún constituyente distinto de los que ya encontramos en el mundo biológico. Todo es cuestión de alcanzar un nivel de complejidad en el cerebro tal que éste vaya, poco a poco, recabando información y estímulos, no sólo del mundo exterior, sino de sí mismo. La mente es un producto de un cerebro asombrosamente organizado. No por eso es menos maravillosa.

Puedes leer la parte décima aquí.