Mi amiga Leticia (es mexicana y nos conocimos hace años en Chicago) me pide que publique unas reflexiones suyas sobre el consumismo. Helas aquí:
Recientemente ha surgido una serie de críticas hacia el consumismo irreflexivo, y casi instintivo, por parte de los consumidores. En efecto, este vocablo ha pasado de ser un término técnico de textos de economía para convertirse en el apelativo que unifica a los habitantes de este planeta y cuyo comportamiento determina las tendencias de crecimiento económico de un país.
En las últimas décadas la economía mundial ha experimentado notables avances en eficiencia productiva, mismos que han llevado a una disminución de precios. Adicionalmente, un sinnúmero de productos se ha puesto al alcance de una gran parte de la población - aun en aquellas zonas remotas y distantes de las áreas de producción-. Los bajos precios, en sí mismos, han estimulado un consumo desenfrenado a lo largo y ancho de nuestro planeta, por lo que no es extraño caer en la trampa de comprar un producto ¨porque está tirado de precio¨ - sin apelar a la necesidad que satisface o al placer que verdaderamente derivamos de su adquisición-.
En una economía, el objetivo final de la producción de bienes y servicios es el consumo. Entre más se ‘aprovechan’ los recursos disponibles más se produce, más se aprende y se innova, y conduce a ¨aumentos¨ en la productividad; crece el empleo, los salarios, el consumo, y el nivel de vida (en el corto plazo) se eleva. El ciclo se repite y agranda una y otra vez. Esto es en esencia lo que ha permitido el “enriquecimiento¨ de las naciones.
Las críticas al consumismo han surgido por sus consecuencias económicas, sociológicas y psicológicas. Tanto ambientalistas como promotores de competencia justa y de derechos humanos insisten sobre la “irrealidad” de los precios que pagamos por muchos productos. Aducen que estos precios no incorporan los verdaderos costos de transformar los recursos naturales en productos finales. Por otro lado, enfatizan que el modo de apropiación de la materia prima, en múltiples instancias, ha llevado a la sobreexplotación, deterioro y futura escasez de los recursos naturales, provocando la alteración de ecosistemas y condiciones medio ambientales. También se insiste en las injustas prácticas de contratación y condiciones de trabajo; así como en los ínfimos niveles salariales y la evasión regulatoria. Hay gran parte de realidad en estas alegaciones, y son más o menos verdaderas dependiendo del tipo de industria o región a que nos refiramos.
Aparte de censurar ciertas prácticas empresariales y productivas, igualmente se critica su contraparte, el consumo irresponsable, aquel que es impulsivo, inmoderado, superfluo y que no mide la consecuencia de sus acciones. Ante la dificultad de controlar el patrón de consumo de cada persona, se invoca a la sensibilidad de los consumidores para que interioricen los efectos ¨adicionales¨ que acarrea su nivel y tipo de consumo. Se advierte de vigilar sobre el papel psicológico, y a veces imperceptible, que juega la mercadotecnia en las decisiones de consumo.
Tomando en cuenta que muchos costos han sido ignorados en el proceso de producir y consumir, es entonces recomendable reevaluar la productividad y el modo de enriquecimiento de las naciones.
Cuestionar la capacidad del sistema económico para retroalimentarse y reproducirse una y otra vez sin que se destruya a sí mismo (concepto de sustentabilidad) es una preocupación muy legítima: los recursos son finitos, y la población continúa multiplicándose y aumentando su consumo per cápita.
¿Dónde esta la punta de la hebra para iniciar el cambio? ¿En la mentalidad de los consumidores? ¿Qué tan plausible es que los consumidores disminuyan su nivel y tipo de consumo de manera significativa? ¿Se puede retroceder en el tiempo y prescindir de muchos de los bienes a los que ahora tenemos acceso?
Es ineludible reparar en el hecho de que todos los consumidores vivimos una dualidad desde el punto de vista económico. Somos consumidores, pero hablando con holgura, todos tenemos un puesto en la cadena productiva, y en este último sentido nuestra motivación es producir más para vender más y generar más ingreso, y esto sólo se logra si los consumidores compran más.
Así, la mayoría de los habitantes de este planeta tenemos un conflicto de intereses a la hora de sopesar los efectos globales de nuestro consumo vs. nuestro bienestar personal. Seguramente, mostraremos cierta conciencia y efectuaremos los cambios que nos cuesten relativamente poco, pero aquéllos que implican un gran costo personal, y que son los que probablemente harían una diferencia importante, serán difíciles de realizar sin algún tipo de ‘apoyo o incentivo externo’.
Entre las campañas para disminuir el consumo, es ampliamente promovido actuar de acuerdo al lema de las tres R’s: Reducir, Reutilizar y Reciclar. De estas, la de mayor apego a nivel personal es Reciclar. Es relativamente bajo el costo de separar la basura y colocarla o llevarla a contenedores que separan material reciclable. Reducir y Reutilizar requieren mayor esfuerzo y sacrificio.
Mucho del consumo actual está en función de búsqueda de comodidad y ahorro de tiempo y esfuerzo, antes que de satisfacer una necesidad imperante. Así, en algunos casos la cuestión es si estamos dispuestos a renunciar a esas cualidades del consumo, y revertir el proceso en el que empresas y consumidores nos hemos embarcado.
Un ejemplo claro del punto anterior es la compra de un coche para una persona (sin niños, sin impedimentos físicos, etc.), o de uno adicional en el caso de una familia. Seguramente la adquisición no obedece a la falta de alternativas para transportarse, sino a la búsqueda de mayor comodidad y ahorro en tiempo de traslado; además, la tranquilidad que supone evitar la coordinación del uso del coche con otro miembro de la familia puede ser muy deseada. La ganancia se refleja en una mayor eficiencia personal en el uso del tiempo.
En países donde el transporte público es limitado, mucho se puede hacer para reducir el uso del coche. Pero no basta con introducir el servicio, se tiene que pensar en alternativas verdaderamente sustitutivas (eficiencia, comodidad, y seguridad) que hagan desistir del uso del automóvil por un medio socialmente más deseable. De otra manera, se puede llegar a situaciones donde las inversiones se realizan en vano: no se logra captar un número significativo de usuarios para costear la inversión y tampoco disminuyen los viajes en coche.
Así como en el caso del transporte público, otros programas de servicios públicos provistos por los gobiernos juegan un papel muy importante en la modificación de hábitos de los consumidores. Uno de los consumos más absurdos que se ha propagado por el mundo es la compra de agua en pequeñas botellas. Las razones que explican este consumo son varias, pero una de ellas sugiere que la gente no confía, y en muchos casos justificadamente, en la potabilidad y calidad del agua que se obtiene del grifo. Un servicio deficiente (o carencia de servicio) ha llevado al desarrollo de una industria ‘innecesaria’ (al menos en las dimensiones que ha alcanzado) la cual genera miles de millones anualmente. Ciertamente, sería más eficiente si la mayor parte del agua se distribuyese a través de la red, ya que se consumirían menos recursos para producirla y se contaminaría mucho menos. Este tipo de sustituciones puede ocurrir a gran escala y llevar a cambios remarcables en el consumo.
En décadas recientes, el sector de artículos desechables se ha desatado. El uso de utensilios de plástico de carácter desechable cumplen una función: limitar trabajo y ahorrar tiempo. Ejemplos como este se repiten una y otra vez en nuestro consumo diario (jeringas, pañales, cámaras fotográficas, bolígrafos, etc). Estamos comprando tiempo y comodidad indirectamente. Si usted como yo hace esfuerzos por reusar las bolsas de la compra de alimentos, estará de acuerdo que esta práctica implica un cierto nivel de esfuerzo de nuestra parte. Tenemos que ser diligentes y no olvidar llevar la bolsa con nosotros al salir de casa, es decir, hay un elemento más a introducir en la logística de la vida diaria.
A nivel agregado, una disminución en el consumo tiene consecuencias graves. La situación económica actual ilustra empíricamente sobre los efectos y reacciones asociadas a una contracción importante del consumo, la cual no ha sido planeada por ningún grupo de consumidores, ambientalistas o administradores públicos. La crisis se desencadenó en el sector de bienes raíces, trascendió a los mercados financieros, y ha conducido a una recesión económica multisectorial de grandes proporciones. El desempleo ha aumentado y con ello ha mermado el consumo, repercutiendo en menores niveles de inversiones y producción.
Un número considerable de familias se han visto afectadas por la drástica disminución de sus ingresos, y resulta muy difícil para los consumidores aceptar cambios a la baja en el poder de compra, aun cuando no se traduzca en un deterioro de su nivel de vida. Las administraciones de los gobiernos se han vuelto muy impopulares a raíz de la crisis; son ampliamente criticadas por su falta de eficacia para sacar a las economías de la recesión y remontarlas de nuevo por la vía del crecimiento económico, i.e., lograr aumentos en la inversión, la producción, y últimamente en el consumo.
Aquí está la paradoja. La experiencia actual nos señala que cambios bruscos en el consumo no son deseables, ni por el agregado de la población, ni por los gobiernos, ni por las empresas. Antes que aceptar perder el empleo, un trabajador está dispuesto a que se tale un árbol más, a que se contamine un poco más el aire que respira, y a que se generen unos cuantos kilos más de basura. El cambio hacia un menor consumo no se puede dar expeditamente cuando los costos económicos son altos y resulta financieramente imposible compensar a los afectados. La sustitucion de procesos ‘nocivos’ por unos más bondadosos pueden ocurrir más o menos rápido dependiendo de las circunstancias de cada sector, y muy particularmente del ente regulatorio en que operan. Sin embargo, los reclamos mencionados previamente sobre las prácticas productivas impropias deben ser atendidos con prontitud, de otra manera se continuará produciendo y consumiendo a niveles ficticios, es decir, a niveles superiores a los correspondientes a un estado donde se contabiliza los verdaderos costos de producción.
El consumismo es pues una causa y una consecuencia, un mal y una necesidad, una acción que es repudiada por muchos pero representa el motor de la mayoría de las economías. El punto importante es que para lograr un equilibrio más balanceado, también se requiere un proceso de cambio balanceado. El desafío es encontrar un punto donde los niveles de consumo no sólo favorezcan un medio de vida sustentable, justo y de calidad sino que también permitan que la creatividad humana, infinita e irrefrenable, se reoriente cada vez más hacia la comprensión integral de las necesidades del hombre y su hábitat.