Opciones e información son los elementos en torno a los que se suele debatir sobre la libertad, y a ellas están dedicadas las dos entradas anteriores (aquí y aquí). Hay, por lo menos, un elemento más que a veces se olvida, pero que últimamente está haciéndose más presente, los incentivos, aunque se suele olvidar alguno de sus aspectos. Pongamos el juego del dilema del prisionero (aquí una descripción del juego, sin entenderla no tiene mucho sentido seguir leyendo). ¿Son los jugadores libres para no confesar? Si solo atendemos a los criterios de opciones e información, diríamos que sí. Sin embargo, es muy difícil decir que lo son, puesto que todos los incentivos juegan en contra de la cooperación (no confesar). No confesar es un riesgo muy grande. Está muy bien proponer que los jugadores elijan la libertad que otorga seguir el imperativo categórico de Kant y se vean impelidos a no confesar, pero no siendo un equilibrio, esta propuesta normativa es bastante vacua.
Podríamos intentar dar sentido a la propuesta de Kant diciendo algo más elaborado como “actúa para que las instituciones eviten que la sociedad caiga en dilemas del prisionero”. Es una regla limitada a las interacciones de este tipo, pero me temo que una generalización es imposible. Incluso esta que acabo de enunciar no está bien especificada. En el caso del dilema del prisionero estándar, solo hay dos posibilidades, cooperar y no cooperar, y unanimidad en preferir, de entre las posibilidades simétricas, aquella en que ambos cooperan. En situaciones más generales, habrá muchas maneras de alcanzar situaciones eficientes, con distintas consecuencias sobre la igualdad y sin que tengamos un imperativo categórico claro y bien deducido.
Pero nos alejamos del tema. De lo anterior podemos rescatar la idea general de que un contrato que nos limite las acciones en un dilema del prisionero es, de hecho, una manera de ganar libertad. La que pierdo yo es de sobra compensada por el perjuicio que evito con la de los demás.
En los últimos tiempos está hablándose mucho de los “empujoncitos” o “nudges” desde la economía del comportamiento. Básicamente se refieren a que, sabiéndonos irracionales, tal vez pequeñas ayudas nos permitan serlo en una mayor medida. Por ejemplo, una ley que obligue a poner las ensaladas y verduras delante de los platos con más grasas o las frutas delante de los postres más azucarados puede hacer que tendamos a comer más sano, algo que dejaríamos de hacer por no poder evitar la tentación que se nos pusiera demasiado a mano. Otros ejemplos incluyen los contratos con cláusulas por defecto, como las hipotecas con dación en pago, que será la que se use a no ser que explícitamente se solicite el cambio. Hay también una discusión filosófica sobre la extensión de los empujoncitos. Al fin y al cabo, es lo que llevan haciendo desde hace años con el maketing, y puede terminar fácilmente en manipulación.
La pregunta sigue siendo: si quiero comer sano y sé que cedo fácilmente a la tentación, ¿soy más o menos libre si la ley me obliga a ver más fácilmente la opción sana? Igual que ocurre cuando yo mismo me obligo a ciertas acciones (como colocar el despertador lejos de la cama para obligarme a levantarme cuando suene), fácilmente podemos concluir que esa ley nos haría más libres. Pero ¿qué ocurre en otras situaciones en las que uno no tiene tan claro cuál es el curso de acción inmediato que lleva a una satisfacción general de las preferencias. Puede suceder que yo sea averso al riesgo, pero no sepa que eso seguramente implique firmar una hipoteca con la cláusula de dación en pago. ¿Cómo puedo dar mi consentimiento a una ley que obligue a esa cláusula por defecto? Antes debo entender que va en mi beneficio, pero sin entenderlo, estaré siendo manipulado. ¿Me fío de que los gobernantes solo van a darme empujoncitos en situaciones tales que, bien explicadas, las aceptaría con alta probabilidad?
No tengo respuesta clara para esta pregunta, por lo menos no una más precisa que expresar mi opinión de que cualquier aceptación de una cosa así debe hacerse con muchos controles y que todavía no sabemos cómo establecerlos.
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Hace cinco años en el blog: Cómo ser marxista en 12 lecciones.
Hace tres años en el blog: Matar una discusión (3). No cuestiono aquello con lo que estoy de acuerdo.
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