domingo, 31 de enero de 2010

Las cuatro lenguas de España


Cierra los ojos despacio,
Pestaña contra pestaña,
Solo es español quien sabe
Las cuatro lenguas de España.
(Gabriel Aresti)

Un poco exagerado el poeta vasco (de Bilbao tenía que ser), pero no deja de haber un poco de verdad en su afirmación. No me refiero a saber las cuatro lenguas, sino a tener alguna aproximación a ellas y a sentirlas realmente como parte del patrimonio.

Nadie en España ve nada raro en recibir a un mandatario extranjero en castellano y con un alarde de música y bailes flamencos. Si, en cambio, en las olimpiadas de Barcelona se saluda en catalán o si recibimos a un jefe de estado con un aurresku, seguro que hay quien opina que estamos haciendo algo impropio. No debería ser así.

Por supuesto que podemos poner ejemplos en sentido contrario. Decir que Unamuno es parte de la cultura vasca o que Valle-Inclán lo es de la gallega tampoco debe ser susceptible de ninguna crítica, aunque ambos escritores usaran el castellano.

Si vamos más lejos y hablamos de la regulación que debe haber sobre el uso de las lenguas (y alguna debe haber, puesto que hay que decidir en qué lengua o lenguas educamos y en cuáles se conducen los negocios y las actividades públicas), lo primero en una sociedad abierta es cumplir en la mayor medida posible con los deseos de los ciudadanos y dirimir democráticamente las diferencias de criterio.

Conflictos habrá siempre. Buscar la manera de minimizarlos será una de las reglas de oro de la regulación. En España se ha dado estatus de lengua oficial en sus territorios a las lenguas minoritarias. No era la única opción. En Suiza, tres de las cuatro lenguas son oficiales en todo el país y un suizo puede pedir ser atendido en italiano en su embajada en el extranjero.

Cuál es el alcance de ese estatus de oficialidad es algo que no está definido en la Constitución ni está escondido en algún significado intrínseco de la palabra oficial. La elección de las lenguas gallega, vasca o catalano-valenciana como lenguas vehiculares de la educación es algo perfectamente legítimo en nuestro sistema Constitución-Comunidades Autónomas-Leyes de Educación. Lo mismo es la pretensión de que se rotule en la lengua particular o que se requiera el dominio de esta lengua para según qué trabajos. También lo es la obligación de conocer la lengua.

Es legal, pero ¿es conveniente? Hay quien piensa que para atender al público en una ventanilla en Cataluña no debería ser necesario que el funcionario sepa catalán. ¿Para qué, si todos los catalanes saben -la Constitución lo manda- castellano? Exigir el conocimiento del catalán sería discriminar a trabajadores que no conozcan la lengua. Un catalán podría trabajar de funcionario en Murcia, pero un riojano no podría hacerlo en Galicia.

El uso de una lengua no es una acción privada, sino social y, por tanto, con muchas componentes de bien público. En particular, una lengua está sujeta a lo que se denomina “externalidades de red”, donde las acciones individuales independientes y privadas no garantizan la eficiencia económica, y donde es necesaria una cierta coordinación sobre el uso de las redes para hacerlo. Las propiedades del uso del euskera o del valenciano-catalán dependen de la facilidad o preferencia por la expresión en esa lengua y también dependen de su uso posible en las esferas públicas o privadas. En los negocios privados la gente vota con dinero (entre otras cosas), en la cosa pública, se decide políticamente con los votos.

Para usar una lengua u otra no hay más razón que la preferencia personal. Un gallego no tiene por qué explicar su preferencia por hablar gallego más que un español su preferencia por no hablar, por ejemplo, inglés cuando por fin nos decidamos a poner esa lengua como oficial en toda Europa. Para decidir qué uso público dar a las lenguas no hay más que el delicado equilibrio político.

Hasta ahora los casos de abuso o discriminación en la exigencia de una lengua (y tenemos a muchas personas y medios de comunicación que buscan muy activamente y señalan tales abusos) han supuesto un problema de convivencia mucho menor que lo que creo hubiéramos tenido con un modelo alternativo.

En particular, decir que un catalán no debe quejarse por tener que hablar castellano cuando trata con la administración catalana porque, total, sabe castellano, supone tratar peor a los españoles que ya han hecho el mayor esfuerzo por la convivencia al aprender el idioma común.

No estoy diciendo que me parezcan bien todas las normas sobre las lenguas, lo que digo es que el sistema de competencias actuales permite un desarrollo normativo más acorde con las preferencias de los ciudadanos que ningún otro y que, en particular, evitará los abusos más que otros. Si los vascos encuentran abusivo que se pida el conocimiento del euskera para ejercer de cirujano, los partidarios de no hacerlo tendrán un motivo más para ser votados.

viernes, 29 de enero de 2010

El guardián del monopolio intelectual



Hoy nos ha llegado la noticia de la muerte de Salinger, el autor de The Catcher in the Rye (El guardián del centeno). Creo que fue el primer libro que leí cuando llegué a Chicago, regalo de una amiga de cuya mano conocí también los mejores lugares para oír Jazz y Blues en esa ciudad.

Me gustó el libro, mucho. El estilo directo y sin artificios que abunda en la literatura usamericana alcanza en este libro una de sus más altas cotas. Pero hoy se ha muerto el autor, no el libro. Salinger publicó poco y siempre fue muy celoso, no solo de su vida privada, a la que tiene derecho, sino de la vida de las ideas creadas por él, a lo que alguna legislación también le concede derecho.

El sueco Fredik Colting escribió una secuela del libro, titulada 60 años después: saliendo del centeno. El libro se publicó en el Reino Unido, pero en los EEUU se topó con una jueza que impidió su publicación ante la demanda impuesta por Salinger. Por culpa de esta interpretación exagerada de la propiedad, que se extiende al mundo de las ideas (véase mi entrada de hace unos días), se ponen límites a la difusión de una obra. Cuál pueda ser el cálculo coste/beneficio que hay detrás de esta manera de legislar se me escapa. Salinger no habría publicado menos de lo que lo ha hecho de haberse permitido la secuela.

De manera similar, si se hubiera prohibido en su día la publicación de El Quijote de Avellaneda habríamos perdido una obra sin ningún beneficio a cambio. Cervantes, en el prólogo a la segunda parte de su Quijote admite incluso -si no recuerdo mal- que la aparición de del impostor le sirvió de estímulo adicional.

Siguiendo con el tema del monopolio intelectual, ¿quién me hubiera dicho que iba a estar casi al 100% de acuerdo con Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y para más inri quitándole la razón a uno de los escritores más respetables que tenemos? Su artículo en El País no tiene desperdicio por lo bien que señala el absurdo en el que se empeñan las editoras con el tema de los cánones.

martes, 26 de enero de 2010

Una semana de eventos



Esta semana hay dos eventos de interés en Madrid. Lástima que no estaré para verlos.

Por una parte tenemos la presentación del libro La Conspiración Lunar ¡Vaya Timo! de Eugenio Manuel Fernández, autor del estupendísimo blog Ciencia en el XXI. Tendrá lugar el día 29 de enero a las 20:00 horas en la librería Aquí la Ciencia en la calle Acuerdo, 10.

Por la otra, el sábado día 30 tendrá el primer encuentro de escépticos en el pub. Será en The Clover Douse (calle Almansa, 85) a las 19:30 y hablará Ismael Pérez Fernández, el autor del no menos estupendo blog Homínidos, sobre Astrología.

Puede que alguien piense que son temas menores, desde un punto de vista científico.

-"¿Quién cree en esas cosas si no es por falta de educación?" Podrá decirse.

No lo veo tan sencillo. Gente muy educada participa de esas creencias. Desvelar por qué ocurre y qué fallos metodológicos se presentan en este tipo de temas puede ayudar mucho a librarnos de esas y otras creencias que tal vez tengamos de manera igual de infundada.

Cuando en clase enseño el método científico todos lo entienden muy bien. Son capaces de aprenderlo y repetirlo en el examen. Son capaces incluso de discutir sobre paradigmas, falsacionismo y cosas así.

Si embargo, si solo enseño eso, no sabrán aplicarlo a casi nada y dirán cosas como que el método científico no se aplica a la Astrología (o a la Homeopatía) y se quedarán tan anchos. Según mi experiencia, insistir en los fallos y sesgos a los que se llega por no aplicar la lista de cuidados del método científico es tal vez más importante, pedagógicamente hablando, que insistir en los aciertos.

Sobre todo esto podremos aprender mucho en ambas charlas.

domingo, 24 de enero de 2010

La Teoría de los Juegos. La Historia Más Lúdica Jamás Contada. Y parte 17.

La fuerza del equilibrio




Llevo ya demasiadas partes de esta Historia Más Lúdica Jamás Contada y hay que darle fin. A las otras historias les di un orden bastante cronológico, pero esta se me ha desordenado un poco y se han mezclado los órdenes temporales con los ejemplos más o menos interesantes. Es lo que pasa cuando uno tiene demasiadas cosas en la cabeza.

En cualquier caso, seguirá habiendo entradas sobre juegos, su teoría y su metodología, pero quisiera acabar la serie que debería contener las ideas suficientes para que cualquiera se haga una composición de lugar adecuada de esta ciencia. El final será una pequeña reflexión sobre la fuerza del equilibrio.

Yo me saqué el carné de conducir pocos meses antes de irme a hacer el doctorado a los EEUU, en donde me compré un coche y empecé a conducir. Allí se conduce más despacio y con más respeto que en España y es difícil encontrar coches mal aparcados. La razón de esto es doble. Por una parte, la gente es más respetuosa con las normas de circulación (y las normas en general). Por la otra, es más fácil ser pillado in fraganti y pagar por la falta o delito.

A partir de aquí podemos especular si la gente es más civilizada por temor a las multas o el legislador ha sido capaz de imponer un sistema de multas porque la gente es más civilizada. Téngase en cuenta también que cuando la mayoría de la gente cumple las normas es más fácil castigar al que no lo hace. El caso es que la situación es un equilibrio al que se adaptan gentes de todo el mundo que viven en los EEUU.

Cuando volví a España (a Madrid, más concretamente), era respetuoso con las normas de circulación, pero poco a poco, el equilibrio español me iba llevando por su camino. Si quería no conducir muy rápido, tenía que ir por el carril derecho de las autopistas, pero entonces era una desesperación de vehículos demasiado lentos. Si quería evitarlos yendo por el carril de la izquierda, siempre había una recua de coches detrás presionando para que fuera más rápido.

En lo tocante a aparcar, pasaba algo parecido. Yo, buen ciudadano, buscaba un sitio legal, pero en el tiempo que empleaba para encontrarlo veía decenas de coches impunemente mal aparcados. Al final, uno sucumbía ante el mal ejemplo. Pero como no estaba acostumbrado a este equilibrio, no controlaba la situación. Al parecer, algunas infracciones están más toleradas que otras, y un mal aparcamiento en un tipo de circunstancias sale impune mientras otro mal aparcamiento en otras circunstancias no. Aprender cuáles eran los tolerados y cuáles no me costó un par de multas bien merecidas. Afortunadamente, la situación ha mejorado bastante y ahora no se me queda cara de tonto cuando respeto las normas.

Algo parecido nos pasa cuando vamos a un país todavía con menor educación vial que el nuestro. La primera impresión es que todo es caos y que todo está permitido. Los nativos, sin embargo entienden que hay unas cuantas reglas que, contra toda apariencia, se respetan. Estas reglas pueden tener la forma de “el vehículo más grande tiene preferencia, a no ser que el otro esté ya tan estropeado que una abolladura más no le importe demasiado”.

jueves, 21 de enero de 2010

¿Somos dueños de nuestras ideas?



La Comisión Nacional de la Competencia ha realizado un informe en el que señala que las sociedades de gestión de la propiedad intelectual constituyen, cada una en su ámbito, un monopolio. Esta es una verdad de Pero Grullo, al ser cada una única en su sector y al no haber libertad de entrada. El informe ha dado lugar a varias reacciones.

Pablo Hernández, subdirector general de la SGAE, dice:
"A veces llega uno a pensar que existe un lobby interesado en reducir la posibilidad de negociación de la SGAE".
No sé si existe el lobby, pero reducir la posibilidad de negociación de un monopolio siempre es bueno. De hecho, en algunos países europeos hay posibilidad de elegir sociedad de gestión sin mayores problemas. Claro que luego estas sociedades no gastan tanto en abogados y en palacios como la SGAE.

En defensa de las sociedades sale, cómo no, nuestra ministra de cultura, que nos suelta esto:
"No podemos aprovecharnos del trabajo de los demás sin su conocimiento, ni poner en cuestión que somos dueños de nuestras ideas."
Ambas cosas son falsas, a nada que se hable en serio de ellas y que no sean una metáfora de algo distinto. Vayamos por partes.

"No podemos aprovecharnos del trabajo de los demás sin su conocimiento". Podemos y lo hacemos todo el rato con todo tipo de trabajos. Supongo que querrá decir que no podemos pedirle a alguien que trabaje en contra de su voluntad (que será voluble según lo que se le pague a cambio). Yo nunca le pediré a un escritor que escriba ni a un cantante que cante si no lo quiere hacer. En este punto creo que todos estamos de acuerdo, defensores del monopolio intelectual y defensores de la competencia intelectual.

"Somos dueños de nuestras ideas". No es verdad más que en un sentido metafórico que nada tiene que ver con la gestión de los derechos de propiedad. Somos autores de las ideas que creamos y somos dueños de ellas mientras no se las comuniquemos a alguien y ese alguien haya entendido la idea o la tenga descrita de una manera que pueda ser entendida por alguien más. Tales de Mileto no es dueño del teorema de Tales, ni Beethoven lo es de sus sinfonías, ni Vargas Llosa de cada una de las frases, párrafos o capítulos su último libro. No hay manera física de apropiarse de una idea, y las imposibilidades físicas crean sus propias leyes. Estas personas son (o fueron) autores de las ideas y, como tales, deben ser reconocidos.

Si, además, queremos imponer un sistema de restricciones a la circulación de las ideas, será porque económicamente sea bueno, por ejemplo, porque da más incentivos a los autores, pero no porque la idea sea propiedad como lo es la de los bienes que he comprado o construido y que nadie puede disfrutar sin quitármelos o sin comprármelos.

Sobre el nulo incentivo que suponen las leyes de monopolio intelectual a la creación de ideas ya he hablado en las demás entradas sobre el monopolio intelectual y sobre la traba enorme que ponen a su difusión, también.

martes, 19 de enero de 2010

Lo confieso: soy vegetariano



Hace ya más de veintiocho años me hice vegetariano, varios años antes de mi primera estancia en los EEUU, donde empezaba a ponerse de moda. Técnicamente soy ovo-lácteo-fungi-vegetariano. Debo decir que las razones por las cuales tomé aquella decisión no coinciden con las que me mantienen en ella. En su día, jovencito que era uno, se juntaron ideas ecologistas y naturistas que venían a decir que lo natural era ser vegetariano y que lo natural era lo mejor y más saludable, que los animales tenían su corazoncito y que no estaba bien comerlos.

También supe de otros ejemplos menos esotéricos, como los de Leonardo da Vinci, Einstein y Kafka. También me impresionó la frase atribuida a Pitágoras acerca del reparo a convertirse en la tumba de un animal. No eran malos ejemplos, pero luego uno se entera que Hittler también era vegetariano y se empieza a complicar la cosa.

Hoy no creo que sea más saludable ser vegetariano que comer también carne y pescado sin abusar, aunque parece que ayuda a comer más equilibradamente. Sí siento el reparo pitagórico, como siento el asco de la mayoría de mortales ante la idea de comer cosas desagradables. También siento el reparo de comer un ser que tiene un mínimo de cerebro y, tal vez, un mínimo de consciencia. Reconozco que esto último es muy poco convincente para muchos tipos de animales, con un cerebro tan poca cosa que les hace ser casi autómatas. Pero entre el reparo de no comerme unos por su sistema nervioso desarrollado y no comerme otros de puro asco, se me ha extendido la regla a todo el reino animal y así ando.

No me va mal. Mi IQ está bien, gracias, y mantengo el peso que tenía con 20 primaveras (bueeeeno, tres o cuatro kilos más). Las analíticas me salen casi perfectas y el sistema circulatorio con toda su hidráulica funciona perfectamente, if you get my drift.

Tampoco tengo prejuicios contra los comedores de animales y, como se suele decir en estos casos, algunos de mis mejores amigos no son vegetarianos. Por otra parte, siento que soy un espécimen raro. Cuando voy a un restaurante vegetariano tengo que hacer bastante abstracción de todos los anuncios y publicidad que suele haber sobre los disparates más grandes que a uno se le ocurran, desde la astrología al tarot, pasando por la homeopatía, los remedios orientales y toda clase de supercherías new age.


Algunos de mis mejores amigos también creen cosas de estas.

viernes, 15 de enero de 2010

Al monte se va con botas. We all live in a yellow submarine.

Siguiendo una entrada anterior, mostramos aquí otro ejemplo del cuidado que debemos tener con los argumentos incompletos, malas botas para una buena ascensión al monte de la filosofía y de la ciencia. Como en la otra entrada, es también un ejemplo muchas veces traído a colación en el muy recomendable blog de Héctor, El libro de Arena. Maturana nos propone el caso de un submarino y su tripulación a bordo. Ésta es desconocedora de lo que es un mar, sus fondos y sus arrecifes, pero recibe también una serie de instrucciones para manejar los instrumentos del submarino dependiendo de lo que digan ciertos sensores.

Cuando llegan a buen puerto y son felicitados por haberse manejado tan bien para esquivar los arrecifes, las corrientes, la excesiva presión de las profundidades y otros peligros, la tripulación se asombra.

-“¿Qué arrecifes? ¿Qué es eso de las corrientes? ¿A qué presión se refieren? Sólo hemos apretado botones respondiendo a lucecitas que se encendían y siguiendo el libro de instrucciones.”

Con este ejemplo se intenta decir que la realidad no tiene por qué tener ningún tipo de semejanza estructural con nuestra percepción de ella.

Es posible que eso sea así, pero el ejemplo no es ninguna ilustración de esa posibilidad. Cuando tengamos unas instrucciones bien detalladas que permitan esquivar los arrecifes y otros peligros y cuando veamos que esas instrucciones no tienen nada que ver con la realidad de los arrecifes podremos dar como relevante el argumento, no antes.

Mientras tanto, lo que sabemos es que cualquier serie de instrucciones para guiar un submarino guarda semejanzas estructurales con los mares que tiene que atravesar.

Aclaremos esto de las semejanzas estructurales. Un mapamundi de Bilbao y la ciudad de Bilbao son cosas distintas. El mapa está hecho de papel y tinta y Bilbao de ladrillos y titanio, entre otros materiales, pero hay semejanzas estructurales si uno mira bien, como mira cualquiera que sabe leer un mapa.

Entre unas líneas del mapa y las calles de Bilbao hay un homomorfismo. Lo mismo entre unas manchas del mapa y los edificios de la ciudad, y lo mismo entre unas relaciones (de distancia reticular, por ejemplo) entre puntos del mapa y entre puntos de la ciudad. Esta es una semejanza estructural en un nivel importante, puesto que implica un cierto conocimiento de la ciudad al conocer el mapa, en el sentido que con el mapa podemos hacer más cosas que sin él.

Todos los ejemplos que tenemos de interpretación de una realidad compleja con un modelo más sencillo (los mapas son solo un ejemplo, los modelos de inferencia estadística son otro) nos hablan de semejanzas estructurales. Ningún ejemplo tenemos que nos muestre la posibilidad del submarino maturano.

miércoles, 13 de enero de 2010

El perfil impreciso


Leo en El País que La Alhambra es el lugar turístico más visitado en España, lo cual me parece estupendo. Hacia el final de la noticia se dice:
"Sobre el tipo de turista que visita la Alhambra el informe ha trazado un retrato muy preciso. Extranjero, entre 30 y 60 años, con estudios universitarios y un empleo cualificado."
No me parece un buen retrato y, desde luego, no lo llamaría muy preciso ("entre 30 y 60 años..."). Supongo que lo que significa es que hay más visitantes extranjeros que españoles, que hay más visitantes entre 30 y 60 años que fuera de esa edad y así con las otras dos características. Cada una de estas mayorías puede darse con poco más del 50%, de manera que el "retrato preciso" podría corresponder a poco más del 6,25% de los visitantes (la mitad de la mitad de la mitad de la mitad), de manera que la inmensa mayoría de visitantes no correspondería al supuesto perfil. Incluso si las mayorías son por el 65%, el perfil no llegaría a incluir al 18% de los visitantes.

Entiendo que se quiera dar una idea rápida de la tendencia de las características, pero no entiendo que a eso se llame "retrato robot" o "perfil preciso". Se hace muy a menudo y siempre igual de mal.

Si en la población general, digamos, el 30% de los adultos tiene estudios universitarios mientras que el 45% de los adultos que hacen la actividad X tienen tales estudios, la información relevante sería decir que los universitarios muestran mayor tendencia que los no universitarios a hacer la actividad X. Sin embargo, según la manía de los retratos robot, habría que decir simplemente que la mayoría no tiene tales estudios. Información pobre donde las haya, dado que eso es lo que ocurre en general.

lunes, 11 de enero de 2010

La Teoría de los Juegos. La Historia Más Lúdica Jamás Contada. Parte 16.

Si no tuvieras nada que ocultar...


Silvia está casada con Bruno. En su país se sabe que el 10% de los hombres son infieles. Si Silvia supiera que Bruno le es infiel, se divorciaría de él, pero solo tiene una manera de saberlo, así que le dice a su pareja:

-“Si no tuvieras nada que ocultar, me permitirías ver tu correo”.

¿Es este argumento correcto?

Veamos. Bruno, fiel o no, prefiere seguir con Ana, pero también prefiere no mostrar su correo. En caso de tener que elegir entre el divorcio o ensañar el correo, Bruno prefiere enseñar el correo.

En estas circunstancias hay dos equilibrios posibles. En el primero, el Bruno fiel le muestra su correo a Silvia, mientras que el Bruno infiel no lo hace. Silvia deduce que si Bruno no le enseña el correo es porque es infiel y pedirá el divorcio.

Efectivamente esta situación es un equilibrio. Dada la reacción de Silvia, tanto el Bruno fiel como el infiel no pueden hacer nada mejor de lo que hacen. El fiel, porque prefiere mostrar el correo y continuar con Silvia a no mostrarlo y divorciarse. El infiel, porque muestre o no el correo Silvia pedirá el divorcio y, en ese caso, la única diferencia estará en haber perdido su intimidad o no. Dadas las acciones del Bruno fiel y del infiel, la deducción de Silvia es correcta. Las acciones y creencias de cada jugador se sostienen mutuamente. La situación es de equilibrio.

El segundo equilibrio me parece más interesante. En él, Bruno, fiel o no, no enseña su correo. Dado esto, Silvia no tiene más evidencia de la infidelidad de Bruno que la media de la población, así que no pide el divorcio. Puesto que Silvia no pide el divorcio, ninguno de los Brunos tiene ninguna razón para mostrarle su correo. De nuevo estamos en una situación de equilibrio.

¿Cuál de los equilibrios prevalecerá? ¿Cuál es mejor?

Cuando hay multiplicidad de equilibrios en un juego, cada uno ha de ser entendido como un mundo independiente del otro, como decíamos en los juegos de coordinación. En principio puede prevalecer cualquiera de ellos, dependiendo de factores que no están descritos en el juego.

En cuanto a cuál es mejor, pues depende. Para Silvia, será mejor el primero, pero para Bruno es mejor el segundo. Jugando con la intensidad de las preferencias de ambos podríamos mostrar que cualquiera de los dos equilibrios puede ser el eficiente desde un punto de vista social.

¿Adónde llegamos con todo esto? A dos conclusiones.

La primera es la más directa, y dice que Silvia no tiene, en general, razón con su argumento. En el mundo del segundo equilibrio, Bruno no tiene por qué mostrar su correo aún siendo fiel.

La segunda es que quienes nos quieren privar de nuestra privacidad en aras de la seguridad con argumentos parecidos, aparentemente prefieren el mundo del primer equilibrio. Para que el mundo del primer equilibrio sea mejor, la ganancia en seguridad debida a la merma en privacidad debe ser sustancialmente mayor que la obtenida con la mejor alternativa que no requiera esta merma de libertad. Sospecho que no siempre en este cálculo debe perder la intimidad. Temo también que el argumento falaz pueda convencer a demasiada gente y que, por culpa de ellos, acabemos en el primer equilibrio, aunque pueda ser peor.

sábado, 9 de enero de 2010

Al monte se va con botas. El explorador y el nativo.

Hay que tener cuidado con los argumentos incompletos. Si uno quiere mostrar que a un monte puede subirse sin un determinado material, debe mejor probarse haciendo la subida y mostrando las fotos de la escalada. O, como poco, debe darse un plan detallado de cómo se pueden superar todas las dificultades sin usar botas y otros elementos. No basta con que se nos pida suponer que eso se puede hacer así.

Hace unos meses mostré cómo el pretendido problema de la habitación china se disuelve en cuanto uno intenta completar los detalles del argumento. Resumo: Un individuo que no sabe chino está en una habitación. Se le entregan preguntas en chino y una serie de instrucciones que le permiten escoger una serie de ideogramas chinos que son, justamente, la respuesta a estas preguntas. ¿Sabe chino el individuo? La paradoja asume que es posible dar tal conjunto de instrucciones sin dar el conocimiento del lenguaje implicado.

Hasta que tal cosa no se muestre como posible, todos los ejemplos que conocemos de comunicación en un idioma nos hacen pensar que esa lista de instrucciones debe contener el conocimiento del lenguaje (no necesariamente perfecto, ni falta que hace).

Algo parecido ocurre con el argumento del explorador y el nativo, debido a Quine y que a menudo se recuerda en el muy recomendable blog “El libro de arena ”.

Un explorador llega a un poblado de una región desconocida. No hay un idioma común en que comunicarse y el nativo, señalando un conejo exclama ¡Gagavai! El explorador entiende, o cree entender, que “gagavai” significa conejo. Es posible imaginar, sin embargo, que ¡Gagavai! sea una expresión de sorpresa al ver un animal que no debería estar ahí, o significar solo conejo de día, pero no conejo de noche, o el movimiento de la hierba al pasar cualquier animal, o puede no tener nada que ver con conejos y ser solo una casualidad que exclamara esa expresión (¡Gagavai! más el gesto con el dedo) que en su aldea significa “¡Tengo sed, maldita sea!” cuando, en el mismo instante, a un conejo le dio por dejarse ver.

Todo esto lo podemos imaginar, efectivamente, y nos habla de las dificultades para entender un idioma desconocido y para traducir de un idioma a otro. Pero este ejemplo nada nos dice acerca de la posibilidad de tener dos idiomas completamente distintos entre los cuales la traducción sea imposible.

Por supuesto que la traducción exacta entre idiomas es muchas veces imposible, pero para ese viaje sí que no hacen falta esas alforjas. Esto ocurre entre lenguajes con sobradas semejanzas estructurales.

Yo soy incapaz de producir un ejemplo de dos lenguajes, uno para el nativo y otro para el explorador, de manera que uno y otro crean haber aprendido (más o menos) el lenguaje del otro y, sin embargo, estén completamente engañados, hasta el extremo de que puedan pasar una tarde entera en agradable plática y uno piense que han hablado de la escasez de caza en los últimos tiempos y el otro acerca de la posibilidad de que el ser, aunque sea por un ratito, no sea.

Todos los ejemplos que conocemos de varios idiomas entre los que aparentemente hay comprensión mutua muestran, de manera muy terca, bastantes homomorfismos, si uno los sabe leer. Es decir, que no tenemos un ejemplo de dos estructuras en las que sea posible que una “entienda” a la otra y que sean completamente distintas, hasta el extremo de no mostrar ningún tipo de homomorfismo en ningún nivel. O dicho todavía de otra manera, no hay razón para hablar de ontologías distintas entre lenguajes que pueden traducirse entre sí (no sé en realidad qué significa eso de la ontología de un lenguaje) y justificar con ello un relativismo ontológico .

Es posible que tal cosa suceda y que en algún momento alguien muestre tal ejemplo. Mientras tanto, el caso del explorador y del nativo no puede ser usado como argumento para hacernos ver esta posibilidad y, con ella, la posibilidad de que nuestro conocimiento sobre la realidad no guarde ningún tipo de homomorfismo y en ningún nivel con la propia realidad.

domingo, 3 de enero de 2010

Dos blasfemias para ti


Me encuentro en una situación incómoda escribiendo esta entrada. Por una parte me parece un atentado a la libertad de expresión la ley anti-blasfemia aprobada en Irlanda y quisiera protestar lanzando un par de blasfemias. Por otra parte, no me gusta, en general, usar blasfemias ni tacos de ningún tipo cuando hablo o escribo.

Me parece también exagerado penar de ninguna manera dar una bofetada ocasional a un niño especialmente desbocado. No por eso voy a dar una bofetada de manera gratuita a uno para defender mi postura.

No soy ningún tipo de puritano, ni mucho menos -nótese que he dicho “en general”. A veces sí blasfemo y suelto tacos, cuya expresividad es inigualable según en qué ocasiones, pero me molesta su abuso, que indica una pobreza de vocabulario y una falta de originalidad en la expresión. Esto es especialmente lamentable en algunos programas y series de televisión.

Lamentable y de mal gusto, sí, pero nunca el mal gusto ha sido considerado falta o delito en una sociedad abierta.

Hay quien dice que la blasfemia es equiparable al delito al honor, como si cagarse en dios (una idea) fuera equiparable a difundir calumnias sobre una persona o su familia. Hablar de la miseria del darwinismo, como hace por ahí algún indocumentado o señalar la supuesta inmoralidad de los ateos, como hacen los Papas y sus seguidores más papistas no solo es mal gusto sino ignorancia supina, pero no es nada punible legalmente, a pesar de que llamarme a mí inmoral sí sería una afrenta personal.

No me siento ofendido en mi honor si alguien se caga en el teorema de Tales (o en el mismo Tales) o si jura por el principio de incertidumbre. Tampoco moveré un dedo para que tales expresiones sean merecedoras de castigo, y sí, en cambio, moveré unos cuantos para que no lo sean.

Pero íbamos de blasfemias. La mía preferida es esta catalana:
“Me cago en Déu i en la creu i en el fuster que la féu i en el fill de puta que va plantar el pi.”
Hacer lo mismo con el santo prepucio, las barbas del profeta o la barriga del Buda debe ser igualmente permisible. Lo contrario es colaborar con la veracidad de la siguiente ley de los estultos:
“Cuanto más ridícula es la idea que se defiende, más ofendida se siente la persona cuando se ataca esa idea.”