viernes, 31 de mayo de 2013

El valor de una vida estadística (1)


Esta es la primera parte de la versión en español de mi colaboración de mayo en Mapping Ignorance.

Para evitar cualquier confusión acerca del objeto de estudio, debe hacerse una advertencia: una vida estadística no es una vida humana. El valor de una vida humana es un concepto que no puede ser fácilmente definido, si es que realmente se puede. Yo puedo valorar mi vida de tal manera que esté dispuesto a pagar todo lo que tengo y más para mantenerla. O tal vez no; puedo estar muy enfermo, con pocas semanas de vida, y no tener ningún deseo en gastar toda mi fortuna por salvarme de un accidente y dejar a mis hijas sin nada. Si los demás deben valorar mi vida como la valoro yo o de otra manera no es el tema de discusión. Tampoco lo es el esfuerzo que alguien (un grupo de amigos, el Estado,…) debe hacer para salvar la vida de un montañero perdido o de un astronauta atrapado en la Luna con su módulo lunar averiado.

La mayoría de las decisiones relacionadas con salvar vidas se hace en términos estadísticos. A nivel individual uno puede aceptar un trabajo arriesgado y bien pagado en lugar de uno seguro, pero con peor paga. Hay leyes que imponen indemnizaciones para personas que hayan sido expuestas a un riesgo involuntario, de manera que debe decidirse una compensación apropiada. Si alguien está dispuesto a aceptar 100.000 euros por exponerse a una probabilidad de un 1% de morir, diremos que esa persona tiene una valoración estadística de su vida de 10 millones de euros, el resultado de multiplicar 100.000 por 100.

Un concepto relacionado, pero diferente, es el del valor de incrementar la esperanza de vida en un año. Este concepto es de interés en Medicina: ¿debe el sistema público de salud comprar un nuevo aparato de resonancia magnética? ¿debe el gobierno dedicar más recursos al sistema de salud para salvar más años de vida esperados? De nuevo, esta no es la cuestión que estudiaremos.

Tal y como se desprende fácilmente de lo dicho, el valor de una vida estadística (VSL) dependerá del tamaño percibido del riesgo (uno puede aceptar 100.000 euros como compensación de un 1% de probabilidad de morir, pero requerir 300.000 para un 2%), la edad y otros factores. La cuestión es, entonces, cómo calcular una medida que guíe la política pública sobre riesgos. El resto de este artículo explora algunas de las dificultades de esta tarea, así como una muestra de las estrategias seguidas para resolverlas. La exposición no es exhaustiva, pero proporciona un buen repaso sobre el progreso en esta área.

Hay dos maneras de enfrentarse a la cuestión de calcular el VSL. Una es usar estudios de preferencia revelada, donde los investigadores observan decisiones reales realizadas en situaciones de riesgo. Por ejemplo, uno puede observar las compensaciones salariales dadas a los trabajadores que se ven expuestos a riesgos mortales o el precio extra que se paga por automóviles más seguros. La otra manera es usar estudios de preferencias enunciadas, donde los individuos responden encuestas en las que se presentan situaciones hipotéticas de riesgo.

Los datos empíricos que se pueden encontrar no están siempre completos y, además, están sujetos a sesgos. Por ejemplo, el VSL puede estar infraestimado si los individuos con una menor aversión al riesgo aceptan riesgos más frecuentemente y, por tanto, constituyen una parte más que proporcional de la población de la que se extraen las muestras de los estudios con preferencias reveladas. El método de las preferencias enunciadas puede, en principio, compensar este sesgo.

Viscusi (1993) [1] y Kochi et al. (2006) [2] revisan una serie de trabajos con los dos tipos de estudios y encuentran con sorpresa que, contrariamente a la observación anterior, el VSL estimado con los estudios de preferencias enunciadas es inferior al estimado con los estudios con preferencias reveladas. Esto lleva a la hipótesis de que en las preferencias enunciadas los sujetos pueden estar respondiendo a una cuestión distinta (sus creencias acerca de los riesgos sociales, y no los propios, por ejemplo), lo que nos lleva de vuelta a más estudios, que veremos en la siguiente entrada.


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Hace tres años en el blog: Jugar a ser dios.
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lunes, 27 de mayo de 2013

Vuelve el debate sobre las copias privadas



Como todos los problemas mal resueltos, el del canon digital vuelve con demasiada regularidad. No nos acabamos de poner de acuerdo sobre qué es una copia privada, ni si produce algún daño digno de consideración ni, de existir, cuál es la manera de compensar ese daño. Primero fue la extensión del canon original de las viejas casetes a los CDs. Después, con el gobierno de Zapatero, pasaron a  pagar el canon toda suerte de aparatos que pudieran reproducir o archivar una obra. En los primeros meses del gobierno de Rajoy se suspendió su aplicación y se anunció compensaciones mediante presupuestos generales. El canon vuelve esta semana, al estar en el orden del día del Comité de Competencia de la Unión Europea.

En su día realicé un estudio sobre los costes económicos de distintas maneras de compensación, con el resultado de que el método que teníamos, un canon pagado por el productor, era el peor posible, al perder más de 50 euros por cada 100 recaudados. La distorsión ocasionada con la asignación vía presupuestos generales actual es una de las más eficientes económicamente hablando, y así lo habían entendido algunos otros países, como Noruega.

En estos tiempos en los que parecemos ir a las órdenes de Bruselas, sin apenas iniciativa ni capacidad de liderazgo, España tiene la oportunidad de ir por delante, y para ello debe tener las ideas claras. Entre los países que aplican un canon sobre el productor la disparidad de tasas es muy grande. Esto tiene varias consecuencias. Primero, encarece los productos en Europa respecto a otros mercados. En el caso de los CDs supuso la muerte de su producción en el continente, ya que se podían comprar por internet mucho más baratos desde otros países. Segundo, dentro de Europa se dan situaciones de gran disparidad, para perjuicio del sector en los países con condiciones más gravosas. A todo ello hay que añadir las duplicidades en el cargo del canon cuando el producto cruza una frontera. Un sistema que aplique un canon uniforme para toda Europa en el punto de venta será mucho más eficiente. En este caso España debe insistir en que la aplicación sea voluntaria, de manera que los países puedan decidir no realizar compensación alguna o realizarla mediante presupuestos generales.

Hay, con todo, una filosofía que debe cambiar España respecto a su posición actual. Se trata de la definición de copia privada legal, que las normas actuales definen de manera muy restrictiva y que ilegaliza actividades socialmente aceptadas. El propósito no declarado de la definición actual ha sido justificar la reducción de la compensación, que pasó de más de cien  millones de euros a apenas cinco. Esto es así porque, según Bruselas, solo la copia legal puede justificar la compensación, mientras que la lucha contra la copia ilegal debe combatirse por otros medios. Si es consecuente, el gobierno tendrá que ponerme una multa cada vez que copio un disco o un libro prestados. Este control de la vida privada no puede ser la consecuencia indeseada de una norma tan arbitraria.

La directiva europea requiere que cuando se realiza la compensación debe haber una evaluación del daño ocasionado por las copias privadas, algo que nunca se hace. En la práctica se sustituye el criterio del cálculo del daño por el criterio político de cuánto se quiere dar a los titulares de los derechos de autor. Para esto último no hace falta declarar ilegal casi cualquier manera de realizar copias, ni siquiera para disimular que no se está haciendo lo que dice la directiva europea.

Hasta ahora he hecho todo el análisis en forma condicional: si ha de hacerse una compensación, ¿cuál es la mejor manera desde el punto de vista económico? Incluso he dejado fuera criterios de justicia (quiénes deben pagar) por no alargar el análisis. Hay tres consecuencias que deben examinarse para entender si la compensación responde a una racionalidad: el número de obras que se crean, su difusión y el reparto de los beneficios entre consumidores y productores.

El principal argumento para aumentar las compensaciones por derechos de autor dice que esta mayor retribución es necesaria para que exista la obra. Sin retribución nadie creará. Sin embargo todos los estudios académicos, sin excepción, concluyen que la creación no depende en ninguna medida de los derechos de autor y que hay otros beneficios y otras motivaciones que permiten la actividad creadora. Por su parte, la difusión de la obra se ve claramente mermada con la restricción a la copia privada.

La única razón para la compensación es querer dar más rentas a los titulares de los derechos de autor (que suelen ser las editoras o productoras). Por qué el Estado ha de realizar esta distribución de rentas y no otras es algo que la sociedad debe debatir y decidir, pero con buenos argumentos sobre la mesa, no con opiniones sobre cómo se incentiva la creación que no se corresponden con la realidad. Una vez decidida la compensación, debe hacerse de manera que minimice el daño al resto de la economía y aquí los economistas señalan las bondades de las transferencias de renta frente a las distorsiones en los precios o las cuotas. Es la sociedad la que decide la compensación, así que además de ser más eficiente, es más justo que sea la sociedad la que pague.

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Hace tres años en el blog: La votación de mañana-hoy.
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viernes, 24 de mayo de 2013

Marxismo vs Economía moderna (3)


Esta es la tercera (y, de momento, última) entrada comparando cómo trata el marxismo y la economía moderna algunos de los temas que más caros son a los marxistas. La primera entrada trataba del valor de un bien, del excedente y de la explotación, mientras que la segunda trataba de pobreza, desigualdad y lucha de clases. Hoy hablamos del cambio de sistema económico.

7. El cambio de sistema

El marxismo quiere cambiar el sistema capitalista explotador e injusto por uno comunista. Sin embargo no tiene ni idea de cómo hacerlo. Ya hemos dicho que la teoría en que se basa es incoherente. Tiene un horizonte al que llegar: una sociedad sin clases donde los medios de producción no sean de propiedad privada y en donde reinen la igualdad y la prosperidad. Pero eso no responde a la pregunta de cómo llegar a ello y tampoco resuelve la cuestión de si tal cosa es posible (sin iniciativa empresarial ¿cómo se toman las decisiones? si la igualdad está garantizada ¿por qué esforzarse?).

De hecho, la Economía moderna no se mete en valorar si expropiar toda la riqueza actual del mundo y repartirla equitativamente está bien o mal. Si acaso dirá que, una vez hecha esa expropiación y repartido el total, dejar a los individuos libertad para usar su parte como mejor gusten es mejor que impedirles usar esa propiedad. Podemos pensar en el ejemplo de los ejidatarios en México tras la revolución: campesinos a los que se dio tierra, pero sin dejársela tener en propiedad y sin poder venderla o arrendarla y a quienes se condenó a ser campesinos de por vida, a ellos y a sus descendientes.

La Economía moderna no dicta si cambiar o no de sistema. Analiza las consecuencias de una política u otra, de un mecanismo económico y otro, de un sistema u otro. Ofrece, además, herramientas para realizar muchos cambios, como se ha dicho en el punto 4. Ante esto se critica que vale, que sirve para poner un parche, pero no para cambiar realmente el sistema para tener mi utopía particular. Esto es cierto, la Economía moderna no ofrece una manera de construir un sistema como el paraíso comunista (pero es que ni el marxismo ni nadie lo ofrece tampoco), pero sí explica muy bien el porqué de los fracasos habidos y el porqué de los fracasos si se siguen según qué tipo de políticas y por qué no hay que tirarse a la piscina hasta saber que sea muy probable que haya agua en ella.

A menudo me recuerdan estas discusiones a las que se tienen con algunos partidarios de medicinas alternativas. Hablan también despectivamente sobre eso de curar una enfermedad o aliviar un síntoma, lo que hace falta es un cambio total, una actuación sobre toda la persona, un tratamiento holístico. Los hay que quieren una Economía holística.

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Hace tres años en el blog: Dibujar o no dibujar a Mahoma.
Y también: Cocinar o no cocinar a Jesucristo.
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martes, 21 de mayo de 2013

Marxismo vs Economía moderna (2)



En la entrada anterior vimos cómo tratan el marxismo y la economía moderna las ideas de "valor", "excedente" y "explotación" y cómo el marxismo erraba por la base. Sigamos con "pobreza", "desigualdad" y "lucha de clases".

4. Pobreza

El marxismo llega a la conclusión de que los trabajadores cada vez serán más pobres. Esto es un error doble: (i) no se deduce lógicamente de las premisas de la teoría marxista, (ii) empíricamente no ha ocurrido ni se espera que ocurra. La Economía moderna muestra que la complementariedad entre trabajo y tecnología permite a los trabajadores ser remunerados por una productividad cada vez mayor. Aquí los seguidores de Marx empezaron a decir cosas como que la razón de no observar la depauperización del proletariado es porque las empresas occidentales se expandían por el Tercer Mundo, donde sí había esa depauperización. La Economía moderna muestra que tanto con esta expansión como con el desarrollo de empresas propias en el Tercer Mundo lo que se produce es la posibilidad de que los países pobres puedan salir de su pobreza (si toman las políticas económicas correctas y están libres de calamidades como guerras y sátrapas). Esto último es lo observado históricamente.

5. Lucha contra la desigualdad

El marxismo propone "a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus posibilidades". Maravillosa teoría, pero para la especie equivocada, como dijera E. O. Wilson. ¿Quién decide cuánto puedo trabajar o qué tan bien o mal sé tomar decisiones de dónde hacer nuevas inversiones de recursos? ¿Quién decide mis necesidades? Han sido las maneras absurdas de responder a estas preguntas las que han llevado a los regímenes comunistas que en el mundo han sido al fracaso, y no tanto enfrentamientos, guerras frías o bloqueos. Todo eso puede haber contribuido, pero en todos esos países, cada vez que introducían alguna apertura económica en el sentido que marca la Economía moderna, lograban avances y cada vez que volvían a la ortodoxia volvían también al estancamiento. Ha ocurrido en la URSS, en Cuba, en China y en todos los demás países.

La Economía moderna dota de mejores herramientas para luchar contra la desigualdad a un gobierno que quiera hacerlo. Primero, la competencia es una gran disciplina contra las desigualdades. Una empresa que gane excesivamente verá cómo le nacen competidores como setas. Un trabajador especializado que cobre grandes salarios verá cómo otros intentan ser como él. Segundo, el Estado puede corregir desigualdades sociales mediante políticas de igualdad de oportunidades (mediante programas de salud y educación universales) y mediante políticas que palien la desigualdad de resultados (transferencias de rentas, p.e.). La Economía moderna dice, por ejemplo, cómo las políticas de renta son, en este sentido, mucho mejores que las políticas de precios o de cuotas. Los países que han aprovechado estas ventajas son los que han conseguido las sociedades más igualitarias que ha conocido la Historia (tal vez no la Prehistoria).

Todo es mejorable, y en este blog se han criticado muchas cosas de cómo se lleva la Economía en España y Europa y se han apoyado unas cuantas medidas para mejorarla.

6. Lucha de clases

El marxismo distingue básicamente entre los que tienen la propiedad de los medios de producción y los que no. Como los primeros viven de parasitar sobre los segundos (según la teoría de la plusvalía) su primer interés es que las cosas sigan así, mientras que los segundos deben hacer desaparecer a esa clase parásita. Pero la realidad tiene la costumbre de ser más complicada, por ejemplo, qué diremos de los pequeños empresarios, los autónomos, dueños de medios de producción, pero no especialmente ricos, o qué de los asalariados que cobran grandes cantidades. Ante esto los marxistas han añadido complicaciones ad hoc como "lo que define es a quién se sirve", "lo que importa es la conciencia de clase", etc. que acaban de hacer de su idea de clase una hipótesis no falsable. Al final la definición queda al arbitrio de quien la hace, pero lo importante es qué análisis se hace con este concepto (en la definición que sea) y ya hemos visto que parte de un concepto equivocado.

Las explicaciones de procesos históricos con el concepto de lucha de clases marxista caen, además, en el problema del funcionalismo. El que al grupo X le convenga la medida A no quiere decir que los individuos del grupo X hagan nada al respecto; hay por una parte un problema de acción colectiva, y, por otra, el de lograr convencer a las autoridades para conseguir esa política. Historiadores marxistas más sofisticados hace mucho tiempo que abandonaron ese funcionalismo infantil (por ejemplo, David Abraham en su libro El colapso de la república de Weimar).

La Economía moderna permite hablar de ricos y pobres y de estratos intermedios y permite integrar conceptos como "grupo de presión", mucho más versátil que el de clase y, desde luego, dispone de herramientas para no caer en el funcionalismo señalado. No todos los propietarios de grandes empresas tienen los mismos intereses, ni todos los trabajadores. Pero en la medida que algún subgrupo de ellos tengan intereses comunes podrán ser un grupo de presión. La teoría económica, al tener una medida de la retribución por productividad es capaz de dirimir si un grupo de presión es, efectivamente, más poderoso que otro y puede complementar a análisis sociológicos y políticos para analizar influencias, connivencias y corrupciones.

Tercera y última parte, aquí.
Algo más sobre la lucha de clases, aquí.

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Hace tres años en el blog: Lo confieso, soy un viajero.
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sábado, 18 de mayo de 2013

Marxismo vs Economía moderna (1)


Hay mucha gente todavía afecta al marxismo por razones de lo más diversas. Sin pretender ser exhaustivo, a mi alrededor veo algunos que piensan que es una teoría económica válida, pero marginada por el pensamiento único; otros parecen pensar que tiene las claves para una sociedad mejor, otros que maneja conceptos que explican mejor que otras teorías la economía capitalista y otros que se identifican con sus fines de crear una sociedad igualitaria, próspera y sin explotación. Ninguna de esas cosas es cierta. No es que esté marginada, simplemente no está en la economía moderna como no lo está el flogisto en la química ni la teoría de los humores en la medicina. En cuanto al atractivo de sus conceptos, en esta entrada y otras próximas mostraré cómo la economía moderna puede perfectamente hablar de las cosas que preocupan a los marxistas y de muchas más, y con un análisis económico más adecuado a la realidad. Finalmente, el deseo de una sociedad mejor no es exclusivo del marxismo y si el marxismo no ofrece los mecanismos ni para diagnosticar de manera adecuada los males presentes ni para ofrecer alternativas, mejor si se queda en los libros de historia como una de tantas teorías fallidas (esto es reconocido por investigadores provenientes del marxismo o inspirados por él, como los pertenecientes a la corriente del marxismo analítico).

Vamos allá con algunos conceptos que suelen aparecer cuando se habla de marxismo y qué podemos decir sobre ellos.

1. Valor de un bien

Todas las teorías económicas distinguen entre valor de uso y valor de cambio y buscan una relación entre ambos. El marxismo busca una relación intrínseca, que tiene que ver con el número de horas de trabajo que encierra el bien. La economía moderna deja que el valor de uso sea subjetivo y reconoce que el valor de cambio tampoco es intrínseco, puesto que depende del precio a que se intercambie. Ese precio no es intrínseco, sino que depende de la oferta y la demanda. Esa sí dependerá de los valores de uso. El marxismo busca una entelequia y desarrolla un modelo incoherente (un bien puede tener metidas muchas horas improductivas en su manufactura o ser un bien que nadie quiere), mientras que la economía moderna conjuga sin contradicciones ambos conceptos en un modelo coherente.

2. Reparto del excedente

Para el marxismo todo el excedente (beneficio) debe ir al trabajo, ya que todo el valor se mide en horas de trabajo. Este es un gran error deducido del error anterior. Sin considerar la actividad empresarial como un factor de trabajo cualquier régimen económico basado en esta premisa carecerá de ese input y verá cómo su actividad se estanca. La teoría económica moderna encuentra que en una economía moderna se remuneran todos los factores de producción (tierra, trabajo, capital, actividad empresarial) y que en una situación de mercados perfectamente competitivos la remuneración será proporcional a la productividad marginal, cosa que tiene muy buenas propiedades en términos de generar asignaciones eficientes y de señalar de manera correcta dónde hay escaseces y dónde merece la pena retirar o dedicar recursos. Nada de esto ocurre en la teoría marxista. Aquí y aquí me explayo más sobre la importancia de la actividad empresarial.

3. Explotación

La plusvalía, es decir, la parte del excedente que se queda el empresario, es vista en el marxismo como una medida de la explotación. Para la Economía moderna existe un abuso de poder de mercado cuando el excedente de alguno de los factores es superior al que marca su productividad. Ocurre cuando, por ejemplo, una empresa es monopolista, cuando existe un oligopolio, un cártel o una mafia o cuando el gobierno reparte prebendas y privilegios. Seguramente el mayor exponente en el uso de la economía moderna para hablar de explotación sea John Roemer, que la define a través de las relaciones de mercado y no como propiedad intrínseca.

En la siguientes entradas sobre el tema hablaremos de pobreza, desigualdad, lucha de clases y algún otro tema.

Sigue aquí.

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lunes, 13 de mayo de 2013

Conciliando falsabilidad sí, falsabilidad no


De un comentario mío en Cuaderno de Cultura Científica. Se trata de una entrada de César Tomé sobre la falsabilidad. No es la primera vez que habla del tema ni la primera vez que comento. Aquí podéis acceder a la parte anterior del debate.

Esta nueva entrada de César Tomé explica mejor (o yo lo entiendo mejor) su postura sobre la falsabilidad. Y lo explica de una manera que me hace entender que podemos reconciliar su idea de que las teorías científicas no son falsables y la mía de que sí lo son. ¿Cómo? Leed la entrada de César y luego leed mi comentario:

Dice César:
“Para empezar, afirman (quienes defienden la falsabilidad) que existe una característica inherente a la hipótesis que, una vez “medida”, permite catalogar la hipótesis como verdadera o falsa.”
Mi comentario:

Esta es la clave, me parece, y me parece que con esto nos podemos entender. Repasemos qué se entiende por inductivismo y por falsabilidad.

Inductivismo tradicional: Busquemos hechos que validen la hipótesis. Se valida por inferencia estadística (aumentando la probabilidad a posteriori si los datos son los predichos).

Falsabilidad tradicional: Busquemos hechos que refuten la hipótesis. Se invalida la hipótesis si se encuentra un hecho contradictorio con la predicción.

Tu posición parece ser que el introducir el error en la falsabilidad anula la validez de la idea tradicional. Mi posición es que podemos seguir hablando de falsabilidad, pero reconociendo esta posibilidad de error, de manera que viene a ser la otra cara del inductivismo (la refutación también es inductiva). De esta manera podemos definir falsabilidad de una manera satisfactoria para ambos.

Falsabilidad como debe ser: Busquemos hechos que refuten la hipótesis. Se invalida por inferencia estadística (disminuyendo la probabilidad a posteriori si los datos no son los predichos).

Es la posición que vengo manteniendo desde hace tiempo. Es mi tesis número 15 aquí.

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sábado, 11 de mayo de 2013

Escépticos en el pub sobre la conquista del placebo

En la cita mensual de Escépticos en el Pub hoy tenemos a Nacho García Ribas, médio e investigador. El título de su charla será Médicos, curas, homeópatas y brujas: a la conquista del efecto placebo. Él mismo nos ha pasado un resumen de la misma:
El efecto placebo se define como el beneficio observado en un enfermo cuando se le administra un tratamiento inerte. Es un efecto bien conocido aunque no demasiado estudiado. Afecta especialmente a la investigación clínica de medicamentos que tratan síntomas (por ejemplo el dolor) pero también está en la base de muchas terapéuticas alternativas que no han demostrado sus beneficios de manera formal. Cualquier escéptico que se precie debe conocer con un cierto detalle este efecto si pretende argumentar en contra de la medicina alternativa. Recientemente se han estudiado las bases fisiológicas del mismo y se han ido asentando protocolos para medirlo, controlarlo y para poder cuantificar con mayor precisión el efecto real de muchos fármacos.
Como de costumbre, en el Irish Corner de Madrid. Allí nos vemos.
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Hace tres años en el blog: Una insignificancia.
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martes, 7 de mayo de 2013

Sector privado, sector público


De vez en cuando se oye la afirmación de que los 13 millones que trabajan en el sector privado mantienen al resto del país, incluidos los 3 millones del sector público, que viven de sus impuestos. ¿Qué hay de cierto en ello?

Muy poco. En un sentido es cierto, pero es un sentido poco interesante. Como los salarios de esos 3 millones los paga la cosa pública uno puede contestar que, efectivamente, vienen de los impuestos, y sería verdad. Digo que esto es poco interesante porque esta observación no dice nada acerca de los hechos económicos que hay detrás. Pero antes de abordar eso digamos que para unas cosas sí es interesante saber quién paga. Por ejemplo, si hay una bancarrota o suspensión de pagos por parte del Estado ya sabemos qué sueldos están en peligro, o, por otro ejemplo, hace falta darse cuenta de que hay que recaudar esos impuestos para pagar los salarios públicos.

Y ahora vamos a la cuestión. El sector público ofrece unos bienes o servicios que sufraga con impuestos (pongamos para simplificar que no hay empresas públicas que vendan bienes o servicios y de donde el sector público obtenga ingresos) que los ciudadanos pagan obligatoriamente. Esta es la diferencia que nos interesa ahora. Si esos bienes y servicios hubieran sido provistos tras un pago voluntario de los ciudadanos (que los estuvieran comprando como compran el pan) no habría ninguna diferencia con cualquier otro sector de la economía. Piénsese que un hospital ofrece un servicio tanto si es privado (y el ciudadano paga al usarlo) como público (y paga con impuestos). A nadie se le ocurre incidir en el hecho de que los panaderos viven gracias a que los demás les pagamos. Esto es obvio, como es obvio que se aplica a toda actividad económica. Es la consecuencia de la especialización de las sociedades mínimamente avanzadas. Todos vivimos de todos los demás. Hacer divisiones por sectores no lleva a decir nada sobre lo productivo que es ninguno de ellos. Ese es otro problema que debe ser examinado de otra manera.

Para finalizar podemos tener el escenario ficticio de un país en el que todo el mundo es funcionario menos una persona. El Estado paga a todos los funcionarios y todos reciben sus bienes y servicios del sector público, que les provee al precio que sea. Ocasionalmente alguien compra cosas de esa persona que se libra de ser funcionaria, persona que también puede acceder a las cosas de las que provee el Estado y que paga impuestos. Sería absurdo decir que esa persona es la única productiva y que gracias a ella viven todos los demás. Es igualmente absurdo decirlo de cualquier Estado moderno.

P.D.: No, no hay contradicción entre el penúltimo párrafo, que supone que no hay empresas públicas que tengan ingresos y el último, que sí las admite. ¿Por qué?

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Hace tres años en el blog: Las señales de aviso.
Y también: La empiria de la innovación.
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miércoles, 1 de mayo de 2013

Sobre el criterio de falsabilidad

En una entrada en Cuaderno de Cultura Científica César Tomé sostiene que la falsabilidad está en la actitud científica y no en las teorías.

Estos son mis comentarios:

Vayan por delante dos puntos de acuerdo que tengo con la entrada y algún comentario posterior:
  1. La falsabilidad es una actitud de los científicos.
  2. Estrictamente hablando, solo hay hipótesis, modelos y trabajos para validar o refutarlos.
Sobre el segundo punto, esto no evita que a los humanos nos guste ordenar hipótesis y modelos y llamar a algunas cosas leyes y a otras teorías. (Leyes como explicación de muchos fenómenos y teorías como modelos generales que tienen algunas leyes como primitivas y de las que se deducen otras leyes.)

Sobre el primer punto, de hecho, pienso que la ciencia es una actitud y que se corresponde con lo que hacen los científicos (intentar explicar y entender la realidad de la manera más certera posible), como digo aquí con más detenimiento.

Con todo eso no impide que el modelo no comparta algunas características que vienen dada por esta actitud científica y por las limitaciones cognitivas de los seres humanos. Así, las teorías (modelos) tendrán unas propiedades necesariamente:
  • Consistente (no contiene contradicciones)
  • Sinóptica (navaja de Ockham)
  • Presenta un cierto homomorfismo con la parte de la realidad que trata de explicar (estas manchas en este papel se corresponde con estas calles de esta ciudad o estos símbolos en estas ecuaciones se corresponden con estos fenómenos)
  • Con poder de explicación (son falsables, no cualquier estado que se puede describir en el lenguaje de la teoría será “el caso” que selecciona la teoría)
Lo que es “el caso” puede seleccionarse ad hoc (cuando no sabemos los mecanismos que explican los fenómenos), mediante un mecanismo determinista o mediante uno estadístico o probabilístico.

Cuánta precisión, conocimiento del mecanismo, universalidad o control de todas las variables pertinentes pidamos para que algo sea llamado ciencia es cuestión, en principio, semántica, aunque pueda tener su interés epistemológico para distinguir entre tipos de ciencia o entre ciencia y otra cosa (técnica, ingeniería, práctica…). En su acepción más general ciencia será el conjunto de conocimientos adquiridos usando el método científico (que es lo que marca la actitud). Uno puede interesarse por un problema, por ejemplo, la Astrobiología, y tener la actitud científica, pero en ausencia de ningún conocimiento (algún ejemplo estudiado de vida extraterrestre) todavía no será ciencia (a no ser que incluyamos en su definición el estudio de los extremófilos y el desarrollo de posibles modelos biológicos distintos a los terrestres).

La falsabilidad es la otra cara de la inducción y, en cuanto se reconoce que los errores de observación son posibles, acaban siendo la misma cosa. ¿Alguien ha observado un cisne negro, por ejemplo unas partículas súperlimínicas? Habrá que ver si no se ha cometido un error y para ello habrá que asegurarse de que la observación está bien hecha e incluso repetirla. Al final los procesos inductivos o falsacionistas nos llevan a la deducción (probabilística) por medio del mismo proceso de inferencia estadística, que es el modelo en que se explica el quehacer y el avance científicos.

Por supuesto las propiedades anteriores son necesarias pero no suficientes. La astrología no es falsable puesto que no se mojan en decir lo que es “el caso”: cualquier no acierto se excusa porque también podía pasar. La homeopatía tal vez no lo sea si solo tenemos la práctica de algunos homeópatas que ven imposible cualquier intento de validación, pero lo será si es tomada por científicos que se adscriben al método científico (es decir, los que quieren explicar la realidad de la mejor manera posible). Un plano escala uno a uno, por muy realista y preciso que sea (y justamente por eso) tampoco es un modelo científico porque será igual de inmanejable que la realidad misma.

La teoría de la tierra plana cumple las cuatro características, pero ha sido falsada. Aún así es útil si uno la usa solo para andar por una ciudad o un país no muy grande. Además, porque es falsable permite diseñar experimentos o atender a observaciones que, de contradecir la teoría, nos da pistas de por dónde desarrollar una nueva teoría (al ver desde un barco que se acerca a puerto primero las montañas, luego los edificios altos y solo al final el puerto).

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Hace tres años en el blog: La mala ciencia.
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