Los juegos repetidos
Durante la guerra de trincheras , en la Primera Guerra Mundial, sucedieron algunos episodios memorables. No hablo de hazañas bélicas, sino de todo lo contrario, de hazañas pacíficas, de ejemplos de cooperación en el marco menos cooperativo que se puede imaginar, como es una guerra. Si la cooperación puede surgir con cierta estabilidad en un escenario bélico, y si puede ser explicada de manera racional, apelando al interés no de una colectividad que comprende facciones enemigas, sino al interés individual, algo habremos ganado en su comprensión.
El episodio más famoso es sin duda el denominado “Tregua de Navidad ”. El 24 de diciembre de 1914 las tropas alemanas comenzaron a decorar sus trincheras y a cantar villancicos. Los ingleses respondieron con sus propias canciones navideñas. Al cabo de un rato, los soldados enemigos estaban intercambiándose pequeños regalos. Fue también el comienzo de la extensión de la tradición del árbol de Navidad y del villancico Stille Nacht (Noche de Paz). La tregua duró varias semanas. A lo largo de toda la línea de trincheras, desde los Alpes hasta el mar, y de los casi cuatro años que duró hubo muchos más casos de treguas no declaradas.
El Papa Benedicto XV había llamado a una tregua tiempo antes, pero nadie le hizo el menor caso. Los generales y oficiales eran contrarios a este tipo de treguas hasta el punto de considerar poco menos que desertores o traidores, juicio sumarísimo incluido, a quienes estuvieran involucrados en ellas. ¿Cuáles eran, entonces, las circunstancias que permitieron la evolución de la cooperación?
Para los soldados enfrentados la guerra tiene una perspectiva muy distinta que para los generales. En una situación de gran igualdad como era la guerra de trincheras, un batallón aliado y otro alemán pueden luchar o no luchar. Si ambos luchan, habrá muchas bajas por ambas partes, con pocas probabilidades de lograr una mejora en las posiciones (o, por lo menos, una mejora que le merezca la pena al soldado del batallón). Si ninguno lucha, no habrá bajas y la vida en la trinchera puede hacerse llevadera. El problema es que si uno no lucha está invitando al enemigo a que sí lo haga y gane la posición sin bajas. Tenemos un dilema del prisionero. Es la guerra.
Pero es un dilema del prisionero repetido. Día tras día, mes tras mes, año tras año, sin un final claro. Un juego repetido es muy distinto a uno jugado solo una vez, sobre todo si no es un juego de suma cero, como este caso. Con la repetición del juego aparecen nuevas estrategias y nuevos equilibrios.
Consideremos la siguiente estrategia:
Se cuenta que, para disimular, se hacían algunos disparos con mortero o cañón, pero siempre a la misma hora y siempre apuntando al mismo objetivo irrelevante. Se cuenta también que, a veces se escapaba un tiro y que enseguida salía alguien a la tierra de nadie a pedir perdón, exponiéndose al fuego enemigo para hacer creíble la disculpa.
Los mandos, para impedir esta confraternización con el enemigo ordenaban ataques sin mayor interés táctico y, sobre todo, ordenaban cambiar los emplazamientos de los batallones, evitando así que el juego en cada punto de la trinchera fuera un juego repetido.
Robert Axelrod nos cuenta estas batallas reales junto con otras virtuales en su gran libro The Evolution of Cooperation.
Durante la guerra de trincheras , en la Primera Guerra Mundial, sucedieron algunos episodios memorables. No hablo de hazañas bélicas, sino de todo lo contrario, de hazañas pacíficas, de ejemplos de cooperación en el marco menos cooperativo que se puede imaginar, como es una guerra. Si la cooperación puede surgir con cierta estabilidad en un escenario bélico, y si puede ser explicada de manera racional, apelando al interés no de una colectividad que comprende facciones enemigas, sino al interés individual, algo habremos ganado en su comprensión.
El episodio más famoso es sin duda el denominado “Tregua de Navidad ”. El 24 de diciembre de 1914 las tropas alemanas comenzaron a decorar sus trincheras y a cantar villancicos. Los ingleses respondieron con sus propias canciones navideñas. Al cabo de un rato, los soldados enemigos estaban intercambiándose pequeños regalos. Fue también el comienzo de la extensión de la tradición del árbol de Navidad y del villancico Stille Nacht (Noche de Paz). La tregua duró varias semanas. A lo largo de toda la línea de trincheras, desde los Alpes hasta el mar, y de los casi cuatro años que duró hubo muchos más casos de treguas no declaradas.
El Papa Benedicto XV había llamado a una tregua tiempo antes, pero nadie le hizo el menor caso. Los generales y oficiales eran contrarios a este tipo de treguas hasta el punto de considerar poco menos que desertores o traidores, juicio sumarísimo incluido, a quienes estuvieran involucrados en ellas. ¿Cuáles eran, entonces, las circunstancias que permitieron la evolución de la cooperación?
Para los soldados enfrentados la guerra tiene una perspectiva muy distinta que para los generales. En una situación de gran igualdad como era la guerra de trincheras, un batallón aliado y otro alemán pueden luchar o no luchar. Si ambos luchan, habrá muchas bajas por ambas partes, con pocas probabilidades de lograr una mejora en las posiciones (o, por lo menos, una mejora que le merezca la pena al soldado del batallón). Si ninguno lucha, no habrá bajas y la vida en la trinchera puede hacerse llevadera. El problema es que si uno no lucha está invitando al enemigo a que sí lo haga y gane la posición sin bajas. Tenemos un dilema del prisionero. Es la guerra.
Pero es un dilema del prisionero repetido. Día tras día, mes tras mes, año tras año, sin un final claro. Un juego repetido es muy distinto a uno jugado solo una vez, sobre todo si no es un juego de suma cero, como este caso. Con la repetición del juego aparecen nuevas estrategias y nuevos equilibrios.
Consideremos la siguiente estrategia:
“Nosotros, los de esta trinchera, no dispararemos y seguiremos sin disparar mientras vosotros, los de la trinchera de enfrente, hagáis lo mismo. Pero en cuanto oigamos un disparo, volveremos a la carga.”Si ambos batallones siguen la misma estrategia tendremos un equilibrio. No está en el interés de nadie comenzar a disparar. La ganancia que se puede obtener con unos primeros disparos por sorpresa (ganar una posición, causar unas cuantas bajas,…) no compensa ante la perspectiva de un posterior enfrentamiento que será inevitable.
Se cuenta que, para disimular, se hacían algunos disparos con mortero o cañón, pero siempre a la misma hora y siempre apuntando al mismo objetivo irrelevante. Se cuenta también que, a veces se escapaba un tiro y que enseguida salía alguien a la tierra de nadie a pedir perdón, exponiéndose al fuego enemigo para hacer creíble la disculpa.
Los mandos, para impedir esta confraternización con el enemigo ordenaban ataques sin mayor interés táctico y, sobre todo, ordenaban cambiar los emplazamientos de los batallones, evitando así que el juego en cada punto de la trinchera fuera un juego repetido.
Robert Axelrod nos cuenta estas batallas reales junto con otras virtuales en su gran libro The Evolution of Cooperation.
Si hubiera mandos militares y políticos tan inteligentes como estos soldados no habría guerras.
ResponderEliminarTal vez Hittler aprendiera de esos "errores" tácticos y prefiriera ser odiado, junto con el conjunto de su propio ejercito y pueblo, para evitar que el "enemigo" pensara siquiera que podrían confraternizar con ellos y no volver a repetir los mismos "errores".
Al carajo debieran mandar las personas normales a quienes intentan convencerles de que el resto del mundo está contra ellos y son sus enemigos, cuando sus verdaderos enemigos son los que desde lo alto intentan lavarles la cabeza con odio y resquemor.
Un gran aplauso y medallas para todos los valientes rebeldes.
Hola, Manu. Desde luego, si prefirió ser odiado, lo consiguió con todo éxito. Este mandar al carajo las personas normales a los belicosos parece que está detrás del hecho de que no haya habido (de momento) guerras entre países democráticos.
ResponderEliminarUn saludo.
No conocía esta historia de las "treguas improvisadas"...Otra prueba más de que si se proporcionase una educación como Dios manda a todo el mundo, el número de muertos sería bastante menor.
ResponderEliminarPor cierto, he seguido el enlace al dilema del presionero y tras leerlo, se me ha ocurrido mirar el vídeo. ¡Realmente increíble!
Un saludo
Me alegra de haberte dado un par de cosillas de interés. El vídeo del dilema del prisionero es de lo mejorcito que hay.
ResponderEliminarSaludos.
De las masacres que se hicieron debido a que los mandos no se enteraban de lo que sucedía en primera línea, sobre todo en la Primera Guerra, hay abundante información. Peter Weir lo llevó magistralmente a la pantalla grande en Gallipolli. La ametralladora (el invento en sí) pulverizó a miles de personas que no llegaron a correr 100 metros.
ResponderEliminarSaludos.
Ciertamente, la guerra de trincheras fue especialmente cruenta, según algunos cálculos, la probabilidad de morir en este frente era el doble que en cualquier otro tipo de enfrentamiento.
ResponderEliminarUn saludo.
Me ha parecido una entrada interesantisima. ¿Sabes si existe alguna traducción del libro que nos mencionas? ¿conoces algún libro sobre la teoría de Juegos, expligada para un lego como yo, que merezca la pena?
ResponderEliminarEduardo Abril:
ResponderEliminarBienvenido al blog. Me alegro que te haya gustado la entrada. El libro de Axelrod "La evolución de la cooperación" lo tienes en:
Madrid, ES: Alianza.- NI. 0832.- ISBN 84-206-2474-8. 1986.
El libro
"Pensar estratégicamente" de Avinash Dixit-barry Nalebuff ISBN 978-84-85855-60-5 publicado por Antoni Bosch ed.
es una buena introducción.
Un saludo.