domingo, 29 de enero de 2012

Extrañas finanzas en el primer ESkepticamp


Una constante en el terreno de la pseudociencia es encontrarse a autores que creen haber encontrado un error garrafal en la ciencia oficial que se mantiene por ignorancia, porque nadie ha querido cuestionar un dogma o por encubrimiento conspirativo por razones inconfesables.

En el primer ESkepticamp de Madrid, Vicente Álvarez vino a hablar de su libro, la primicia mundial que resolvía las paradojas de las matemáticas financieras y que venía a luchar contra los dogmas (su expresión) admitidos hasta la fecha. Hablaré sólo del cálculo de la tasa interna de retorno de una inversión. Las matemáticas son un poco tediosas, así que solo pondré unos ejemplos sencillos.

Si uno invierte 1.000 euros hoy y el año que viene esa inversión le producen 1.100 euros, la tasa de retorno será del 10%. Otra forma de verlo es que si los 1.100 euros se actualizan al 10% (se dividen entre 1+10/100 o, lo que es igual, entre 1,1), el resultado son los 1.000 euros de la inversión inicial. El problema surge cuando la inversión nos da algo más complicado, como por ejemplo 500 euros el año próximo y 700 el siguiente. La TIR se calculará como el número que actualiza los 500 euros a un año y los 700 a dos años para que se igualen a los 1.000 de la inversión.

Todo esto se puede complicar más, como que haya flujos positivos y negativos durante largos periodos de tiempo. Son básicamente dos los problemas, uno es que una TIR alta es buena para los flujos positivos, pero es mala para los negativos. Otro es que la manera de encontrar la TIR requiere resolver una ecuación polinómica, que en general da varias soluciones, así que hay que tener un poco de cuidado para saber cuál es la solución buena y cómo se usa. Todo esto se explica en los libros de matemáticas financieras.

Vicente Álvarez, sin embargo, nos dice que todo esto es paradójico y nos ofrece su fórmula correcta para deshacer la paradoja. Su método es sumar todos los flujos positivos por una parte y los negativos por otra. Se dividen los primeros entre los segundos (sin el signo negativo) y eso nos da la tasa. Si los negativos (las inversiones, digamos) son 1.000 este año y los positivos son 100 el próximo año, cero los siguientes cuatro años y 1.200 el sexto año, la tasa será 1.300/1.000 = 1,3 (es decir, un 30% de beneficio sobre la inversión).

El lector avisado se habrá dado cuenta de dos cosas. Primero, que este método no distingue si los flujos de renta han ocurrido en seis o en veinte años. Esto es grave, pero se podría corregir fácilmente (por ejemplo, dividiendo ese 30% entre el número de años). Lo más grave es que una tasa así calculada no distingue entre el caso expuesto y el que intercambiara los pagos 100 y 1.200. Es decir, en vez de recibir 100 dentro de un año y 1.200 dentro de seis se recibirían 1.200 dentro de un año y 100 dentro de seis. Claramente esto último es mejor, pero tal cosa le es ajena a la propuesta de Vicente Álvarez.

Las matemáticas de Vicente Álvarez no están mal, en el sentido que hace bien los cálculos. Simplemente su modelo no hace lo que quiere hacer. Pretendiendo resolver unos problemas, por otra parte ya resueltos, nos propone una solución que es todavía peor. No es de extrañar que su resultado se publique en un libro editado por una editorial que solo ha editado ese libro en lugar de en una de las mejores revistas académicas de finanzas.

jueves, 26 de enero de 2012

El precio del billete del metro


En Madrid ha habido una polémica campaña de publicidad sobre el precio del billete del metro. En los carteles se establecía una comparación entre el precio del billete sencillo en varias capitales. La crítica venía de tres partes. Por una, se dan los datos de las ciudades con billetes más caros, cuando hay otras con billetes más baratos. Por otra, se comparan servicios distintos (redes más o menos tupidas y billetes con distintos usos). La tercera se refiere a no considerar que, tal vez, esos países con billetes más caros tienen también salarios mayores.

No voy entrar en esas polémicas, que puede uno ver discutidas en otros sitios, pero sí que usaré el ejemplo para discutir un par de cosas.

Primera: ¿Cómo de relevante son los salarios para decir si el billete de metro es caro o barato? Parece extendida la idea de que si en España los salarios son, digamos, un 80% de cómo son en otro país, los precios de las cosas también tienen que ser un 80% de lo que son en ese otro país.

No es así. Si España es más pobre que otros países no puede ser que se pueda acceder a las mismas prestaciones que en otros países. Si somos un 80% más pobres que otros, tendremos acceso a un 80% de lo que acceden los otros. No hay tutía. Acaso los bienes y servicios que sean intensivos en trabajo y que no sean fácilmente exportables serán más baratos, pero aquellos que sean intensivos en capital o que sean fácilmente exportables tendrán un precio bastante homogéneo entre países.

Segunda: ¿Y el caso del metro? Es poco exportable y es intensivo en capital y energía. Me temo que ninguna comparación de billetes dice mucho. Un buen análisis debe empezar por mostrar cuánto logra descongestionar la ciudad y a qué coste y qué otras alternativas hay. Si Londres consigue descongestionar su centro imponiendo un pago por entrar a él, el precio del metro puede muy bien reflejar su coste real, porque la descongestión recae sobre esa otra medida. Si en Madrid no nos atrevemos a cobrar por entrar al interior de la M-30 o a hacer el combustible más caro, pues el metro tendrá que hacer el trabajo de descongestión que no se hace con otras medidas. El que sea más barato tal vez sólo sea indicación de que estamos subvencionando mucho el transporte público porque el privado lo seguimos haciendo más apetecible de lo que debería ser.

sábado, 21 de enero de 2012

La economía de la discriminación (11)


Uno de los campos de batalla de las acciones positivas está en las ocupaciones que requieren una cierta educación. En estas ocupaciones los empleadores son más sensibles a las diferencias en productividad y, al mismo tiempo, son precisamente en estos empleos donde las ganancias potenciales para los grupos protegidos son mayores. Los primeros estudios antes mencionados sugieren que los empleadores cumplieron sus objetivos de acción positiva empleando más trabajadores de los grupos protegidos en puestos que no requerían ninguna especialización. Incluso si la oferta de trabajadores de los grupos protegidos con capacidad para desempeñar puestos más altos es limitada y fija durante el periodo de tiempo considerado, debería haberse observado un cierto trasvase de estos trabajadores desde el sector no afectado al afectado.

La presunción a largo plazo de las políticas de acción positiva es que los individuos de los grupos protegidos tendrán más oportunidades de promoción a puestos de más categoría al haberse conseguido una representación mayor en los puestos inferiores. Leonard muestra que, al incluir los datos de la segunda mitad de los 70's, de hecho se observa un aumento en este sentido. Controlando por las variables adecuadas, Leonard concluye que los programas de acción positiva afectan a todos los niveles de educación y que funcionan mejor cuando su aplicación está acompañada de una buena inspección, cuando se implementan junto con otras políticas para aumentar la especialización de los individuos del grupo protegido y cuando se aplican a empresas en crecimiento. En el mismo trabajo se encuentra que, a pesar de que el establecimiento de objetivos en lugar de cuotas estrictas compromete menos a los empleadores, estos constituyen uno de los mejores indicadores de la composición demográfica de los subsecuentes contratos en las empresas que prevén un crecimiento. Esto ocurre incluso cuando este crecimiento había sido sobreestimado en la redacción de los objetivos.

A partir de 1980, las acciones positivas en los sectores anteriores dejaron de ser una realidad a pesar de que permanecían en el papel (de hecho se aumentaron las inspecciones, pero a fuerza de hacerlas superficiales e inefectivas). Entre 1980 y 1984 el empleo femenino y de minorías creció más despacio en el sector afectado que en el de control, como si los empleadores estuvieran volviendo a la senda de crecimiento de la que habían salido por la aplicación más efectiva de las políticas en los años anteriores. Las acciones positivas pretenden dar a aquéllos en los grupos discriminados una oportunidad de mostrar sus capacidades, y así romper las barreras basadas en prejuicios. En este modelo, las acciones positivas deberían tener repercusiones a largo plazo, incluso tras el abandono de estas políticas. La evidencia en los Estados Unidos sugiere tres posibilidades: (i) Las políticas de acción positiva resultaron en una discriminación hacia los hombres blancos, (ii) el tiempo de duración fue excesivamente corto como para contrarrestar una discriminación que dura generaciones o bien, (iii) que a pesar de que los empleadores hubieran podido aprender las verdaderas capacidades de los grupos discriminados, continúan manifestando unas preferencias contrarias a estos grupos y que están dispuestos a mantener incluso a fuerza de perder oportunidades de contratar a buenos empleados. Un último trabajo, Leonard muestra que no se apreció un descenso en la productividad en el sector afectado, por lo que la posibilidad (i) no tiene base para sustentarse. De todas maneras esta última conclusión se basa en medidas no muy precisas de la productividad.

Finalmente, Leonard estudia los objetivos reales de los programas de acción positiva. A pesar de que el objetivo declarado sea la lucha contra la discriminación, ése no tiene por qué ser el objetivo alcanzado con su puesta en práctica. Un objetivo alternativo es la simple redistribución de trabajos y renta hacia estos grupos. Si el objetivo fuera este último se producirían dos implicaciones contrastables. La primera es que no se ejercería especial presión en empresas con pocas mujeres o empleados pertenecientes a minorías. La segunda es que la mayor presión se estaría ejerciendo en los segmentos del mercado de trabajo donde la oferta es relativamente inelástica, lo que implica más inspecciones en empresas intensivas en empleo más especializado. Leonard sugiere que los datos apoyan la segunda hipótesis como objetivo efectivo de la acción positiva tal como se llevó a cabo en esa época.

jueves, 19 de enero de 2012

La economía de la discriminación (10)


He dejado algo descuidada la serie sobre discriminación económica. Después de poner sobre la mesa unas cuantas hipótesis (con su modelo teórico coherente) sobre las causas de la discriminación en el trabajo, lo suyo era, y es, saber algo de lo que dice la empiria. En particular, me centraré en las políticas de discriminación positiva. Si alguien quiere opinar acerca de este tema, deberá (i) no decir que son a priori buenas o malas, puesto que hemos visto razones lógicas por las que podrían ser ambas cosas y (ii) estar a lo que digan los datos.

A pesar de la controversia que generan las políticas de acción positiva allí donde se propone su aplicación, son pocos los estudios serios sobre su validez para conseguir los objetivos antidiscriminatorios que pretenden. Los detractores basan sus argumentos en que los individuos del colectivo discriminado al que se pretende apoyar encontrarán menos atractiva su preparación al estar su promoción basada más en su pertenencia a ese colectivo que en la inversión en capital humano que haya podido realizar. Si este comportamiento prevalece, no sólo se producirá una asignación ineficiente de recursos en el mercado, sino que inducirá un empeoramiento en la preparación del colectivo que se pretende favorecer, con la consiguiente pérdida adicional de imagen de este grupo.

Con cierta frecuencia se oyen opiniones contrarias manifestadas por miembros del colectivo cuya participación se promueve y que alegan la dignidad de no recibir favores motivados por la mala conciencia del colectivo tradicionalmente más favorecido. A pesar de no estar formuladas en los términos económicos anteriores, inciden en las consecuencias negativas referentes a la desmotivación de los afectados. A favor de este tipo de acciones se encuentran quienes creen que la acción positiva supondrá un beneficio adicional para los individuos del grupo discriminado y puede servir para contrarrestar el coste añadido que sufren debido a los prejuicios discriminatorios o a la falta de información que se tiene sobre el grupo. Finalmente, existe el argumento, tal vez más usado, de favorecer estas medidas simplemente por razones igualitaristas.

El país occidental donde antes se han aprobado estas políticas y donde más literatura sobre ellas se ha generado es Estados Unidos, donde se vienen promoviendo con desigual intensidad desde principios de los 70's. Los pocos trabajos sobre su efecto en la primera época de implantación muestran que, a pesar de la casi nula presión que sentían las empresas para llevar a cabo los objetivos propuestos, se produjo una ligera mejora en la participación de los negros en los sectores afectados por las políticas (empresas que contratan con el sector público).

En diversos trabajos, J. Leonard (uno, dos, tres y cuatro) estudia de manera más sistemática y durante períodos más amplios los efectos de las políticas de acción positiva, desagregando por raza y sexo. Para analizar este efecto sugiere comparar el crecimiento del empleo de minorías y de mujeres en el sector con obligaciones o incentivos para participar en las políticas de acción positiva con el crecimiento en empresas similares sin participación en el programa.

Los resultados para el periodo 1974-1980 muestran que el crecimiento en el empleo de los grupos discriminados en el sector objeto de las políticas fue mayor que en el sector de control, con mayor incidencia entre las mujeres de raza negra (cuya participación es un 2,13% mayor debida a estas políticas) y los hombres de este mismo grupo (un 0,84%). En siguientes entradas veremos qué efectos se han encontrado sobre la productividad.

Continúa (y finaliza) en La economía de la discriminación 11.

viernes, 13 de enero de 2012

¿Es la Economía una ciencia?


En su día defendí la ciencia como la actividad y el cúmulo de conocimientos que se siguen de aceptar el método científico, y éste como una lista de cuidados.

Entonces, la pregunta pertinente es si los economistas van avanzando en su ciencia usando todos los cuidados posibles. La Economía, tal como se practica en el ámbito académico y de investigación, efectivamente, reúne a profesionales que se adscriben a la idea de elaborar los estudios con el mayor cuidado posible. No es que todos los trabajos se hagan de la mejor manera posible, sino que se acepta que se critiquen las carencias y se hagan mejoras si en la revisión entre pares se exigen. Como en otras ciencias, los economistas no aceptan porque sí el estado de la disciplina, las nuevas generaciones proponen nuevos modelos, nuevos métodos, recaban más datos y, a veces, cambian la manera en la que se entendía un problema económico.

Las revistas académicas en economía se rigen por los mismos principios que las de Física, por poner solo un ejemplo. Los trabajos teóricos se publican si muestran coherencia y si suponen un avance de ser ciertos. No se aceptarán hasta que no estén avalados por más estudios, entre ellos los empíricos que los validen. Hay, en cada época, ideas dominantes, pero ninguna revista está cerrada a otras ideas mientras sean prometedoras y se expresen con suficiente rigor como para poder ser confrontadas. En las mejores revistas se han publicado ideas económicas de economistas de muy distintas escuelas, pero sobre escuelas hablaremos más adelante.

Ha habido avance en el entendimiento de la Economía. Desde los tiempos de la economía neoclásica se han incorporado aportaciones sobre cómo conducir la macroeconomía con los estabilizadores automáticos, sobre la conveniencia de tener bancos centrales separados del gobierno, algo se ha aprendido de los estímulos fiscales y de la política monetaria, la incorporación de las expectativas racionales tras el fracaso del keynesianismo dominante a la hora de explicar la estanflación de los final de los setenta (algo le pasará también a las expectativas racionales al no explicar las burbujas), el desarrollo de la teoría de los juegos y de la economía de la información. Hoy en día se está estudiando la economía del comportamiento con la esperanza de que, conociendo si hay desviaciones sistemáticas del comportamiento racional, podemos proponer mejores medidas de política económica (hasta ahora los frutos de estos estudios parecen restringirse a dar “empujoncitos” en la conducta individual).

El avance ha permitido no solo entender la importancia de los mercados y de la credibilidad de las instituciones públicas, sino también diseñar mecanismos que antes no existían, como algunos tipos de subasta, los mercados de emisiones o algunos tipos de contrato de trabajo o de seguros. Algunas veces los políticos escuchan, como en la sugerencia de introducir competencia en el transporte aéreo y en las telecomunicaciones, pero en otras ocasiones no, como en la reticencia a dejar de subvencionar actividades ruinosas y sin futuro o en empeñarse en mantener subvenciones a la compra de vivienda tras la experiencia de una burbuja inmobiliaria.

Se han producido otros avances en la recopilación de datos, se ha sugerido mantener distintas bases de datos que son útiles a los investigadores, se han elaborado mejores técnicas econométricas y se han aprovechado los avances informáticos para realizar mejores simulaciones del comportamiento de la economía (fuera de los tiempos de crisis, en que por definición los parámetros de los modelos cambian demasiado).

El avance no ha permitido predecir crisis (tampoco nunca se ha presumido de poder hacerlo), pero ha permitido saber algo acerca de ellas. Por ejemplo, que aumentar el gasto público con la esperanza de expandir la demanda financiándolo con deuda a altos intereses es suicida. Durante décadas hemos visto a países asfixiados por la deuda. La culpa no es el gasto público de por sí, sino el derroche y la financiación con deuda a altos intereses. En vista de los derroches pasados, el FMI, en su famoso consenso de Washington, pedía a los países mucha contención en el gasto. Hubo países que desoyeron estos consejos, pero que fueron capaces de contener el derroche y realizar gasto público productivo sin endeudarse, financiándose con impuestos. Bien por ellos, y toque de atención al FMI para que aprendan a valorar estas nuevas posibilidades.

Hay avance, hay ideas que quedan obsoletas o que se mejoran, hay un continuo interés en cotejar los modelos con la realidad, hay errores y hay un sistema de confrontación de ideas para intentar corregirlos. Hay economistas que simpatizan con partidos de izquierda y de derecha que pueden entenderse entre ellos sin problema porque comparten un método y una ambición por saber cuál puede ser el mejor diagnóstico de un problema y cuál su mejor solución. En los seminarios da exactamente igual la afiliación política, solo importan las aportaciones avaladas por el buen hacer económico. Hay ciencia.

martes, 10 de enero de 2012

Reivindicación de Malthus


Malthus y sus ideas sobre la población han sido acusadas tanto de geniales como de disparatadas, con la curiosa circunstancia de que ambas calificaciones podían provenir de cualquier parte del espectro político o científico. ¿Es el modelo malthusiano sobre la población ciencia o pseudociencia?

Probablemente la idea más importante de Malthus es la que dice que la población, sin controles artificiales, crece más rápidamente que los alimentos y que, por tanto, en ausencia de control de natalidad, la población estará sujeta a que sean los límites de los alimentos la causa de su control, típicamente por hambre y enfermedades, pero también por guerras.

Vayamos por partes. ¿Es cierto que, en ausencia de control de natalidad, la población crece? Sí y no. Es cierto que nacen más hijos de los que podrán sobrevivir hasta la edad de procreación. Hasta las épocas modernas en las que se aplican controles de natalidad, el número de hijos promedio era muy superior al necesario para mantener el nivel de población (un número ligeramente superior a 2). La mortalidad infantil hacía el resto.

Sin control de natalidad no pueden sobrevivir todos los hijos nacidos, puesto que esto implicaría una tasa de crecimiento exponencial. En cada generación se multiplicaría la población según esa tasa de crecimiento, y ya sabemos que en un mundo finito esto es imposible y, en particular, si no salimos del planeta Tierra, el crecimiento se topará con la finitud muy pronto. La población podrá crecer hasta un límite.

La pregunta que a uno le viene enseguida a la mente como consecuencia de la observación anterior es cuál es ese límite. Sin embargo esta no es la mejor manera de enfocar el problema. Ese límite, recordemos, lo hemos deducido en el supuesto de que sobrevivieran todos los hijos durante todo el periodo hasta llegar al límite, cosa que no ocurre. El límite solo nos sirve para deducir que no todos los hijos pueden sobrevivir en cada generación y en ausencia de control de natalidad. La pregunta interesante es de qué manera no sobreviven todos los hijos.

Si nos obcecamos con el límite fácilmente deducimos que la humanidad irá creciendo sin aparentes problemas hasta que llega un momento en que ocurre un desastre: una gran hambruna o una gran guerra, por ejemplo. Pero no tiene por qué ser así, pueden morirse muchos hijos en cada generación, de manera que el crecimiento de la población sea mayor o menor hasta llegar a un estadio en que no crece más. No tiene por qué haber una gran catástrofe al final del crecimiento, sino pequeñas desgracias en muchas familias de cada generación.

Parece que las críticas se centraban en la primera visión, que era la que tenía Malthus. Pero eso, para la cuestión central, es un aspecto secundario. No es que no sea importante, sino que la afirmación sobre el implacable control natural de la población mediante la muerte por falta de recursos prevalecerá si no hay el control de natalidad. No hay otra posibilidad sin salirnos del planeta.

Hay todavía más críticas también secundarias a esta idea principal, como que, a corto plazo, todavía podemos crecer más gracias a las mejoras en la producción de alimentos o que uno puede usar el argumento de Malthus para, cayendo en falacia naturalista, justificar las guerras o la explotación de los pobres.

sábado, 7 de enero de 2012

Televisiones públicas


En el debate sobre la televisión pública y su financiación echo de menos que se hable de lo que creo es más importante (casi lo único importante): qué ofrece la televisión pública que no ofrezca la televisión privada. Solo así estaremos en condiciones de ponderar si merece la pena o no lo que nos cuesta.

He aquí algunas cosas que se me ocurre que podrían hacer:

-En las autonomías con lengua propia, ofrecer un servicio de normalización lingüística que aprovecha un tanto por cierto de la población.

-Informativos y debates menos sesgados que las privadas.

-Programas de más calidad que las privadas.

Ahora veamos la programación de las televisiones púbicas y evaluemos si ofrecen eso. Yo veo la programación de TVE1, por ejemplo, y apenas encuentro nada de lo anterior. Sí ofrece informativos y debates menos sesgados que la media de las privadas, pero programas de más calidad que lo que se encuentra en las privadas, poco. Hay en la programación películas, series y eventos deportivos que podrían darse en cualquier canal. El espacio que ocupan los documentales y programas culturales es escaso. Lo último que he visto son partes del especial de nochevieja y no había nada que no se pudiera ver en cualquier otro canal. La misma música de siempre, como servicio público podría haber mostrado algo más de variedad en la música, alguna canción en catalán, qué sé yo, pero ni por asomo.

TVE2 ofrece programas más especiales, música, documentales, alguna cosa cultural, muy poca ciencia, pero con menor audiencia (y también menos coste).

TVE internacional ofrece un servicio a los españoles fuera de España, pero su programación (al menos cuando la he visto en el pasado) es de llorar.

RNE1 ofrece alguna tertulia que otra menos sesgada, por lo demás, no hay apenas nada que no se encuentre en las demás emisoras.

RNE2 y RNE3 son una bendición de emisoras. Seguramente a coste muy bajo, aunque con baja audiencia también.

Creo que la orquesta de la radio y televisión públicas también está en los presupuestos que se manejan cuando se habla de la financiación.

Todo lo anterior (más algunos canales y emisoras más) por 1.200 millones de euros (antes del recorte a 1.000, que no sabemos qué programación nos traerá), es decir, 26 euros al año por habitante.

En Telemadrid, la otra pública a la que tengo acceso, los informativos y debates son más sesgados que los de las privadas, mientras que el resto de la programación es completamente indistinguible de la que se encuentra en cualquier otro sitio. Creo que anda por los 169 millones de gasto al año (no sé si de presupuesto), también 26 euros al año por habitante.

En total, un madrileño paga 52 euros al año por sus televisiones públicas. Un hogar de cuatro miembros estará pagando, de media, unos 208 euros al año.

¿Algo más? ¿Merece la pena?

miércoles, 4 de enero de 2012

Tratamientos no públicos


A cuenta de las cosas de Iñaki Urdangarin se habla de "los duques de Palma". Cuando la boda de Cayetana Fitz-James apenas se la oía o leía llamar de otra manera que no fuera "duquesa de Alba". No son los únicos tratamientos de índole exclusiva de una organización privada que tendemos a usar como si fueran o bien títulos oficiales o nombres artísticos. No son lo primero y tampoco creo que los aludidos entiendan esas denominaciones como lo segundo. Teresa Sánchez no firmó sus libros como Santa Teresa de Jesús. Como pseudónimo es más correcto el de Teresa de Ávila, sin incluir títulos privados.

Si yo formo un club en el que los miembros nos hacemos llamar "insignes", no puedo esperar que el resto de la humanidad se dirija a mí usando ese tratamiento. Ni siquiera insisto en que se me llame doctor y se me trate de usía (lo primero es un título oficial, lo segundo es el tratamiento que creo corresponde a los profesores universitarios, o, por lo menos, así nos llama el Rector en los actos académicos a los que acudimos con la toga). Sin embargo noto miradas de reprobación cuando me dirijo a una monja por su nombre, sin el sor delante.

Propongo poner las cosas en su sitio y no usar esos títulos privados para llamar a gente que tiene su nombre y apellidos, como todos. Fuera, pues, obispos, santos, marqueses y condes, que no significan nada fuera de su club. Para duque, el de la imagen.