miércoles, 20 de diciembre de 2017

Tres pilares de la libertad. 3: Los incentivos


Opciones e información son los elementos en torno a los que se suele debatir sobre la libertad, y a ellas están dedicadas las dos entradas anteriores (aquí y aquí). Hay, por lo menos, un elemento más que a veces se olvida, pero que últimamente está haciéndose más presente, los incentivos, aunque se suele olvidar alguno de sus aspectos. Pongamos el juego del dilema del prisionero (aquí una descripción del juego, sin entenderla no tiene mucho sentido seguir leyendo). ¿Son los jugadores libres para no confesar? Si solo atendemos a los criterios de opciones e información, diríamos que sí. Sin embargo, es muy difícil decir que lo son, puesto que todos los incentivos juegan en contra de la cooperación (no confesar). No confesar es un riesgo muy grande. Está muy bien proponer que los jugadores elijan la libertad que otorga seguir el imperativo categórico de Kant y se vean impelidos a no confesar, pero no siendo un equilibrio, esta propuesta normativa es bastante vacua.

Podríamos intentar dar sentido a la propuesta de Kant diciendo algo más elaborado como “actúa para que las instituciones eviten que la sociedad caiga en dilemas del prisionero”. Es una regla limitada a las interacciones de este tipo, pero me temo que una generalización es imposible. Incluso esta que acabo de enunciar no está bien especificada. En el caso del dilema del prisionero estándar, solo hay dos posibilidades, cooperar y no cooperar, y unanimidad en preferir, de entre las posibilidades simétricas, aquella en que ambos cooperan. En situaciones más generales, habrá muchas maneras de alcanzar situaciones eficientes, con distintas consecuencias sobre la igualdad y sin que tengamos un imperativo categórico claro y bien deducido.

Pero nos alejamos del tema. De lo anterior podemos rescatar la idea general de que un contrato que nos limite las acciones en un dilema del prisionero es, de hecho, una manera de ganar libertad. La que pierdo yo es de sobra compensada por el perjuicio que evito con la de los demás.

En los últimos tiempos está hablándose mucho de los “empujoncitos” o “nudges” desde la economía del comportamiento. Básicamente se refieren a que, sabiéndonos irracionales, tal vez pequeñas ayudas nos permitan serlo en una mayor medida. Por ejemplo, una ley que obligue a poner las ensaladas y verduras delante de los platos con más grasas o las frutas delante de los postres más azucarados puede hacer que tendamos a comer más sano, algo que dejaríamos de hacer por no poder evitar la tentación que se nos pusiera demasiado a mano. Otros ejemplos incluyen los contratos con cláusulas por defecto, como las hipotecas con dación en pago, que será la que se use a no ser que explícitamente se solicite el cambio. Hay también una discusión filosófica sobre la extensión de los empujoncitos. Al fin y al cabo, es lo que llevan haciendo desde hace años con el maketing, y puede terminar fácilmente en manipulación.

La pregunta sigue siendo: si quiero comer sano y sé que cedo fácilmente a la tentación, ¿soy más o menos libre si la ley me obliga a ver más fácilmente la opción sana? Igual que ocurre cuando yo mismo me obligo a ciertas acciones (como colocar el despertador lejos de la cama para obligarme a levantarme cuando suene), fácilmente podemos concluir que esa ley nos haría más libres. Pero ¿qué ocurre en otras situaciones en las que uno no tiene tan claro cuál es el curso de acción inmediato que lleva a una satisfacción general de las preferencias. Puede suceder que yo sea averso al riesgo, pero no sepa que eso seguramente implique firmar una hipoteca con la cláusula de dación en pago. ¿Cómo puedo dar mi consentimiento a una ley que obligue a esa cláusula por defecto? Antes debo entender que va en mi beneficio, pero sin entenderlo, estaré siendo manipulado. ¿Me fío de que los gobernantes solo van a darme empujoncitos en situaciones tales que, bien explicadas, las aceptaría con alta probabilidad?

No tengo respuesta clara para esta pregunta, por lo menos no una más precisa que expresar mi opinión de que cualquier aceptación de una cosa así debe hacerse con muchos controles y que todavía no sabemos cómo establecerlos.

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Hace cinco años en el blog: Cómo ser marxista en 12 lecciones.
Hace tres años en el blog: Matar una discusión (3). No cuestiono aquello con lo que estoy de acuerdo.
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jueves, 14 de diciembre de 2017

Tres pilares de la libertad. 2: La información

Esta entrada es continuación de la anterior. Tres pilares de la libertad 1: Las opciones


Un individuo puede tener muchas opciones a su elección, pero si las desconoce es como si no las tuviera. También puede conocer las opciones, pero sin saber a qué conduce cada una. En ese caso la capacidad de elegir está también limitada. Así, pues, la información es un elemento de vital importancia para tener libertad. Cualquier manera de organizar una sociedad de personas libres debe garantizar un mínimo de diseminación de la información sobre las opciones vitales y un mínimo de educación para poder comprenderla.

Llegados a este punto, podemos entrar en problemas. ¿Es evidente que debe garantizarse tal cosa? Una persona con poca información elige no informarse sobre las consecuencias de ciertas opciones. Puede informarse y elige no hacerlo. ¿Es inmediato que el Estado o quien sea debe hacerle llegar esa información o, por lo menos minimizar el coste de hacerlo, si es que era el coste de adquirirla lo que le limitaba? Aquí estamos pasando de un intento de describir cómo de libres son las personas a tomar una posición normativa. Lo que sí podemos decir manteniéndonos en el aspecto descriptivo, es que una mejora de la información nos hará más libres, si es que eso es verdad, que también podrá discutirse qué pasa cuando la información es abrumadora. Pero de momento mantengamos que es cierto. Otra manera de verlo es decir que una persona que adquiere cierta información acerca de las consecuencias de sus opciones difícilmente querría volver a la situación en la que no tiene esa información. Es decir, que si valoramos la libertad, también valoraremos como de más libertad una situación en la que se amplía la información. Otra cosa es la posición moral o política que se quiera tener ante la decisión de proveer o no esa información desde la cosa pública.

Existe el riesgo, claro está, de que la información se provea de manera sesgada, según los intereses de quien la provea. Por ello los proveedores deben ser diversos, plurales y sujetos a crítica. Y aquí tenemos el gran problema. Por una parte hay información pública cuya diseminación puede no aportar beneficios a quien lo haga de manera privada y requerir de la provisión pública. Por otra parte, la provisión pública puede estar controlada por quien en ese momento esté gobernando. Ambas provisiones son imperfectas. Ante esto, algunos dicen que nada de cosa privada, que todos los medios de comunicación y de investigación sean públicos (algunos de Podemos andan con esto) y otros dicen lo contrario (algunos austriacos patrios). El argumento es: lo otro es imperfecto así que por eliminación lo mío es lo mejor. Craso error, la conclusión correcta es que tengamos ambas y que en ambas exijamos la minimización de sus problemas. Pluralidad y competencia en la cosa pública, y reconocimiento a quien produzca y disemine con calidad en la cosa privada.

(Continúa aquí.)

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Hace tres años en el blog: Lo confieso: me gusta el chocolate.
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lunes, 11 de diciembre de 2017

Tres pilares de la libertad. 1: Las opciones

¿Cómo de libre es una persona? Comencemos por analizar sus opciones. En otras entradas analizaremos otros aspectos.


Un tal Lucas tiene que tomar una acción y se da cuenta de que solo tiene una alternativa, la A. Lucas no es libre para tomar esa acción. Si Lucas tuviera a su disposición las alternativas A y B sería un poco libre, y si pudiera elegir entre A, B y C, lo sería un poco más, aunque no podamos cuantificar cuánto más libre. Contar el número de alternativas no lleva a nada interesante. Por ejemplo, poder elegir entre A, B y C no tiene por qué dar más libertad que elegir entre A y K. A, B y C pueden ser alternativas muy parecidas entre sí, mientras que A y K pueden ofrecer una mayor diversidad a pesar de ser menos. Si Lucas aprecia poder elegir entre una mayor diversidad, podrá sentirse más libre en el mundo en que las opciones son entre A y K.

Si Lucas ya sabe que, entre A, B, C, elegirá A ¿será igual de libre si tiene A como única opción comparado con la situación en que puede elegir entre las tres? No parece. Si queremos que nuestra manera de hablar de opciones pueda decir algo relevante cuando los resultados de cada opción tienen algo de incertidumbre, un abanico más amplio de alternativas será estrictamente mejor.

Todo lo anterior sirve para ilustrar algo que debería ser obvio: no existe tal cosa como libertad si o libertad no. No hay un absoluto de libertad frente al cual cualquier falta de libertad basta para hablar de no-libertad también de un modo absoluto. Sin embargo, esto se suele olvidar en numerosas ocasiones. ¿Una mejora en las opciones no gusta porque parece poco? Dígase que no ofrece verdadera libertad y así intentar ganar el discurso retórico. Es posible que esa mejora sea poca, que su aceptación impida tener mejores opciones todavía. Pero si eso es así, dígase de esa manera, que será lo que importa para el análisis. Hablar en términos absolutos no lleva a ningún diagnóstico de la situación que nos permita mejorarla.

Un ejemplo de lo anterior sucede cuando en un país pobre, muy pobre, entran empresas que contratan mano de obra barata. Se suele decir que les trabajadores, a pesar de tener ahora más opciones, en realidad no las tienen porque su libertad de elegir sigue siendo muy escasa. Es verdad, como también lo es que sí tienen más opciones y que, hasta ese momento, nadie les había ofrecido nada mejor. También puede ser verdad que esas empresas podían ofrecerles mejores condiciones sin dejar de ser competitivas. Pero entonces el análisis será acerca de qué mejoras son esas, y hasta qué punto pueden llevarse a cabo de manera que sigan queriendo estar en ese país. Véase qué distinto es eso que negar cualquier contratación hasta que no haya una verdadera libertad según la idea de quien opine. No se suele ver la discusión en estos términos.

(Continúa aquí.)

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Hace cinco años en el blog: Ciencia y pseudociencia y periodismo. El vídeo.
Hace tres años en el blog: Cómo estar satisfechos creyendo cualquier cosa.
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jueves, 7 de diciembre de 2017

El egoísmo en Economía

Esta entrada es la publicada hace más de un año en Nada es Gratis y, más recientemente y en inglés, en Mapping Ignorance. Es hora de recogerla en mi blog personal.
Se le reprocha a menudo que la Economía se basa en supuestos irreales, entre ellos el que las personas seamos egoístas. Según algunas críticas (por ejemplo, las del filósofo Bunge), este hecho es suficiente para mostrar la invalidez de los modelos económicos. Al fin y al cabo, si partimos de una falsedad, ¿qué esperanza podemos tener de encontrar teorías útiles?

Es una objeción importante, así que debe ser contestada de manera adecuada. Para empezar, sí es posible desarrollar teorías útiles partiendo de falsedades, siempre y cuando estas constituyan una buena aproximación o un buen punto de partida. Por ejemplo, en Astronomía los planetas pueden postularse como masas puntuales cuando lo que interesa es conocer sus posiciones relativas. A nadie se le escapa la falsedad de considerar que un planeta es un punto y, sin embargo, el modelo es muy útil. ¿Ocurre algo así en la Economía?

Empecemos con los mercados competitivos. El teorema que enuncia su eficiencia parte de agentes que se comportan como el Homo economicus. Si embargo, este postulado es una condición suficiente, y no necesaria. De hecho, es posible encontrar algo muy parecido a este resultado sin necesidad de postular un comportamiento egoísta por parte de los agentes, como mostraron Gode y Sunder. ¿Por qué entonces el modelo usa el postulado más restrictivo? Porque es una buena aproximación y porque, después de todo, en los mercados competitivos, los agentes sí parecen ser bastante egoístas. Pocas veces observamos a los compradores en un supermercado regalar dinero a los demás clientes, a los empleados o a los dueños. Es cierto que, en campañas de recogida de alimentos, somos capaces de comprar un kilo de comida para los necesitados, pero eso es una parte muy pequeña del presupuesto. Por otro lado, el modelo de mercados competitivos con el supuesto egoísta predice muy bien lo que ocurre en muchos mercados reales cuando se impone un precio político, una cuota, un arancel o un impuesto, entre otras posibilidades de intervención. Cualquier mejora que parta de un postulado más realista debería llegar en estos casos a conclusiones muy parecidas a las que ya se llega con el postulado egoísta.

Consideremos ahora los mercados no competitivos. Por ejemplo, los mercados oligopolistas. Si las empresas son egoístas, estos mercados no son eficientes, se producirá demasiado poco a un precio demasiado alto y las empresas se beneficiarán en una medida desproporcionada en comparación con los consumidores. Las empresas bien pudieran ser menos egoístas y vender más cantidad y a menor precio, como lo harían en competencia perfecta. Si queremos desarrollar una teoría del oligopolio con la que explicar lo que ocurre en estos mercados y simular los resultados de diferentes tipos de regulación, ¿querríamos partir del hecho de que las empresas en un mercado oligopolista son altruistas o que son egoístas?


Entonces, ¿dónde es importante considerar que los individuos no somos egoístas y que tenemos comportamientos cooperativos o altruistas? Los es, por ejemplo, en el estudio de las decisiones económicas dentro de la familia, donde se postulan preferencias altruistas sobre el cónyuge y los hijos (Becker fue pionero en estos estudios usando modelos económicos). Sin embargo, son las noticias sobre cómo la economía experimental ha encontrado comportamientos alejados del egoísmo en el juego del ultimátum, entre otros, las que han agudizado las críticas. En este juego, del que Antonio Cabrales ha hablado aquí, el experimentador da una cantidad de dinero para que se repartan entre dos jugadores, pero deben hacerlo según unas reglas: (i) uno de los jugadores es designado como repartidor por el experimentador, (ii) este jugador realizará una propuesta de reparto, y (iii) el otro jugador solo podrá aceptar o rechazar la oferta. Si la acepta se lleva a cabo el reparto ofrecido y si la rechaza ambos se quedan sin nada. Si los jugadores fueran egoístas y racionales, el repartidor ofrecería quedarse con casi todo y dejar apenas un céntimo para el otro jugador. Como un céntimo es mejor que nada, este aceptaría. Sin embargo no es lo que se observa en los experimentos, donde el repartidor ofrece quedarse alrededor de un 60% del dinero y el otro jugador suele rechazar divisiones que le dan menos del 40% (véase el artículo de Antonio Cabrales para más detalles). Así, pues, en este tipo de situaciones, el postulado egoísta no es satisfactorio.


Ante estos experimentos caben varias actitudes, entre ellas:
  1. Sustituir el postulado egoísta por otro que dé cuenta de lo que pasa en todas las interacciones económicas y no solo en los mercados competitivos y en oligopolios.
  2. Mantener el postulado egoísta en los modelos de mercados competitivos y en los oligopolios y cambiarlo allí donde no es un buen postulado.
La primera sería la mejor opción si tuviéramos a mano ese otro postulado más general que el egoísta y que mejora los modelos. Lamentablemente, no tenemos todavía tal cosa, y debemos conformarnos con algo más parecido a la segunda opción.

Con todo, este no es el fin del postulado egoísta en el juego mencionado. El estudio del equilibrio al que se llega siendo egoístas es importante, incluso si en la realidad nadie lo es, por cuanto establece un punto de partida respecto al cual medir o comparar el comportamiento observado o los equilibrios que surgen con otros postulados. Por ejemplo, permite establecer una medida del altruismo según el comportamiento se aparte del equilibrio egoísta. También es importante porque algunas variaciones de estos juegos se acercan a ese equilibrio. Por ejemplo, cuando el juego del ultimátum se juega contra un ordenador o cuando los jugadores son grupos, los individuos tienden a aceptar ofertas pequeñas (véanse estos artículos de van’t Wout y otros, y de Christopher y Carnevale). Más aún, el comportamiento observado se va acercando al del equilibrio egoísta a medida que se enuncia la situación como una interacción anónima en un mercado y se realiza el experimento con doble ciego, donde el sujeto experimental tiene garantías de que ni siquiera el experimentador va a saber cuál ha sido su comportamiento (Hoffman y otros). Finamente, la manera en que los comportamientos observados difieren del postulado egoísta en distintos juegos puede ayudar a diferenciar entre hipótesis alternativas. Por ejemplo, comparando el comportamiento en el juego del ultimátum con otros juegos como el del dictador, podemos intentar distinguir si las observaciones se explican mejor postulando altruismo, reciprocidad o resentimiento.

Así pues, el problema del postulado egoísta no es que sea o no cierto en general, sino si lo usamos de la manera adecuada en los modelos adecuados. Decir que en Economía usamos agentes egoístas es una mala crítica. Señalar que se abusa del postulado y que se usa en situaciones en que no debería hacerse (Pedro Rey habló aquí de algunos casos), sí sería una buena crítica. Juzgue el lector quién hace una u otra y quién avanza en proponer cada vez mejores modelos.

Otras entradas relacionadas:

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Hace cinco años en el blog: El Homo economicus.
Y también: Qué entendemos por sanidad pública.
Y también: Cómo ser economista de la escuela austriaca en 11 lecciones.
Hace tres años en el blog: Las claves del programa económico del PSOE.
Y también: Economía experimental y la desregulación eléctrica (1).
Y también: Economía experimental y la desregulación eléctrica (2).
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