jueves, 7 de diciembre de 2017

El egoísmo en Economía

Esta entrada es la publicada hace más de un año en Nada es Gratis y, más recientemente y en inglés, en Mapping Ignorance. Es hora de recogerla en mi blog personal.
Se le reprocha a menudo que la Economía se basa en supuestos irreales, entre ellos el que las personas seamos egoístas. Según algunas críticas (por ejemplo, las del filósofo Bunge), este hecho es suficiente para mostrar la invalidez de los modelos económicos. Al fin y al cabo, si partimos de una falsedad, ¿qué esperanza podemos tener de encontrar teorías útiles?

Es una objeción importante, así que debe ser contestada de manera adecuada. Para empezar, sí es posible desarrollar teorías útiles partiendo de falsedades, siempre y cuando estas constituyan una buena aproximación o un buen punto de partida. Por ejemplo, en Astronomía los planetas pueden postularse como masas puntuales cuando lo que interesa es conocer sus posiciones relativas. A nadie se le escapa la falsedad de considerar que un planeta es un punto y, sin embargo, el modelo es muy útil. ¿Ocurre algo así en la Economía?

Empecemos con los mercados competitivos. El teorema que enuncia su eficiencia parte de agentes que se comportan como el Homo economicus. Si embargo, este postulado es una condición suficiente, y no necesaria. De hecho, es posible encontrar algo muy parecido a este resultado sin necesidad de postular un comportamiento egoísta por parte de los agentes, como mostraron Gode y Sunder. ¿Por qué entonces el modelo usa el postulado más restrictivo? Porque es una buena aproximación y porque, después de todo, en los mercados competitivos, los agentes sí parecen ser bastante egoístas. Pocas veces observamos a los compradores en un supermercado regalar dinero a los demás clientes, a los empleados o a los dueños. Es cierto que, en campañas de recogida de alimentos, somos capaces de comprar un kilo de comida para los necesitados, pero eso es una parte muy pequeña del presupuesto. Por otro lado, el modelo de mercados competitivos con el supuesto egoísta predice muy bien lo que ocurre en muchos mercados reales cuando se impone un precio político, una cuota, un arancel o un impuesto, entre otras posibilidades de intervención. Cualquier mejora que parta de un postulado más realista debería llegar en estos casos a conclusiones muy parecidas a las que ya se llega con el postulado egoísta.

Consideremos ahora los mercados no competitivos. Por ejemplo, los mercados oligopolistas. Si las empresas son egoístas, estos mercados no son eficientes, se producirá demasiado poco a un precio demasiado alto y las empresas se beneficiarán en una medida desproporcionada en comparación con los consumidores. Las empresas bien pudieran ser menos egoístas y vender más cantidad y a menor precio, como lo harían en competencia perfecta. Si queremos desarrollar una teoría del oligopolio con la que explicar lo que ocurre en estos mercados y simular los resultados de diferentes tipos de regulación, ¿querríamos partir del hecho de que las empresas en un mercado oligopolista son altruistas o que son egoístas?


Entonces, ¿dónde es importante considerar que los individuos no somos egoístas y que tenemos comportamientos cooperativos o altruistas? Los es, por ejemplo, en el estudio de las decisiones económicas dentro de la familia, donde se postulan preferencias altruistas sobre el cónyuge y los hijos (Becker fue pionero en estos estudios usando modelos económicos). Sin embargo, son las noticias sobre cómo la economía experimental ha encontrado comportamientos alejados del egoísmo en el juego del ultimátum, entre otros, las que han agudizado las críticas. En este juego, del que Antonio Cabrales ha hablado aquí, el experimentador da una cantidad de dinero para que se repartan entre dos jugadores, pero deben hacerlo según unas reglas: (i) uno de los jugadores es designado como repartidor por el experimentador, (ii) este jugador realizará una propuesta de reparto, y (iii) el otro jugador solo podrá aceptar o rechazar la oferta. Si la acepta se lleva a cabo el reparto ofrecido y si la rechaza ambos se quedan sin nada. Si los jugadores fueran egoístas y racionales, el repartidor ofrecería quedarse con casi todo y dejar apenas un céntimo para el otro jugador. Como un céntimo es mejor que nada, este aceptaría. Sin embargo no es lo que se observa en los experimentos, donde el repartidor ofrece quedarse alrededor de un 60% del dinero y el otro jugador suele rechazar divisiones que le dan menos del 40% (véase el artículo de Antonio Cabrales para más detalles). Así, pues, en este tipo de situaciones, el postulado egoísta no es satisfactorio.


Ante estos experimentos caben varias actitudes, entre ellas:
  1. Sustituir el postulado egoísta por otro que dé cuenta de lo que pasa en todas las interacciones económicas y no solo en los mercados competitivos y en oligopolios.
  2. Mantener el postulado egoísta en los modelos de mercados competitivos y en los oligopolios y cambiarlo allí donde no es un buen postulado.
La primera sería la mejor opción si tuviéramos a mano ese otro postulado más general que el egoísta y que mejora los modelos. Lamentablemente, no tenemos todavía tal cosa, y debemos conformarnos con algo más parecido a la segunda opción.

Con todo, este no es el fin del postulado egoísta en el juego mencionado. El estudio del equilibrio al que se llega siendo egoístas es importante, incluso si en la realidad nadie lo es, por cuanto establece un punto de partida respecto al cual medir o comparar el comportamiento observado o los equilibrios que surgen con otros postulados. Por ejemplo, permite establecer una medida del altruismo según el comportamiento se aparte del equilibrio egoísta. También es importante porque algunas variaciones de estos juegos se acercan a ese equilibrio. Por ejemplo, cuando el juego del ultimátum se juega contra un ordenador o cuando los jugadores son grupos, los individuos tienden a aceptar ofertas pequeñas (véanse estos artículos de van’t Wout y otros, y de Christopher y Carnevale). Más aún, el comportamiento observado se va acercando al del equilibrio egoísta a medida que se enuncia la situación como una interacción anónima en un mercado y se realiza el experimento con doble ciego, donde el sujeto experimental tiene garantías de que ni siquiera el experimentador va a saber cuál ha sido su comportamiento (Hoffman y otros). Finamente, la manera en que los comportamientos observados difieren del postulado egoísta en distintos juegos puede ayudar a diferenciar entre hipótesis alternativas. Por ejemplo, comparando el comportamiento en el juego del ultimátum con otros juegos como el del dictador, podemos intentar distinguir si las observaciones se explican mejor postulando altruismo, reciprocidad o resentimiento.

Así pues, el problema del postulado egoísta no es que sea o no cierto en general, sino si lo usamos de la manera adecuada en los modelos adecuados. Decir que en Economía usamos agentes egoístas es una mala crítica. Señalar que se abusa del postulado y que se usa en situaciones en que no debería hacerse (Pedro Rey habló aquí de algunos casos), sí sería una buena crítica. Juzgue el lector quién hace una u otra y quién avanza en proponer cada vez mejores modelos.

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Hace cinco años en el blog: El Homo economicus.
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Hace tres años en el blog: Las claves del programa económico del PSOE.
Y también: Economía experimental y la desregulación eléctrica (1).
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