martes, 24 de marzo de 2009

La Teoría de la Evolución: La Historia Más Asombrosa Jamás Contada. Parte 7


Mendel y Fisher

(Puedes leer la parte sexta aquí)


Hemos hablado de la selección del mejor adaptado, el segundo punto de la teoría de Darwin, y hemos visto cómo lidia con las preguntas destinadas a refutar la hipótesis. No he olvidado el primer punto sobre la variabilidad de los individuos y la pregunta pertinente: ¿de dónde sale esta variabilidad

Darwin, como todo el mundo, ve que la variabilidad entre los individuos de una especie (incluso entre hermanos) es un dato objetivo de la realidad. Pero según la teoría de Darwin, debe haber una causa que la explique. Debe haber algo que explique por qué cada individuo es como es y que permita que las características de los progenitores pasen a la descendencia, y que, más aún, la herencia no sea enteramente fiel. En la época de Darwin no se conocía tal mecanismo, y el propio Darwin reconocía que, de no encontrarse, su teoría estaría en la cuerda floja.

Un par de años antes de la publicación de El Origen de las Especies, en lo que entonces era Austria y ahora República Checa, un fraile se dedicaba a hacer experimentos con guisantes en el jardín de un monasterio. (Bueno, en honor a la verdad ya había sido ordenado sacerdote y obtenido un doctorado en Matemáticas y Ciencias.) Se trataba de Mendel, que descubre las tres leyes de la genética que llevan su nombre:
  1. Principio de uniformidad: Si se cruzan dos individuos de raza pura, los descendientes tendrán las mismas características.
  2. Principio de la segregación: Ciertos individuos son capaces de transmitir un carácter aunque en ellos no se manifieste.
  3. Principio de la transmisión independiente: los caracteres se transmiten independientemente unos de otros (excepto si están vinculados).
Mendel publicó sus resultados en una revista académica austriaca sólo ocho años después del libro de Darwin, pero pasaron completamente desapercibidos para la comunidad científica.

Hubo de esperarse hasta 1900 para “redescubrir” las leyes de Mendel. Al comienzo se encendió un vivo debate entre darwinistas y mendelianos. Los primeros sostenían la variación gradual de las especies, tal como se medía por la biométrica. Los segundos se fijaban en las variaciones discretas (a saltos, digamos) y se centraban en las leyes de la herencia.

En esto estábamos hasta que, en los años veinte, el biólogo y estadístico Fisher consiguió demostrar que la variabilidad gradual y continua observada por la biométrica podía ser explicada por la acción combinada de pequeños saltos dominados por la genética. En otras palabras: la genética era el mecanismo que explicaba la variabilidad necesaria en la teoría de Darwin. Nacía la Síntesis Evolutiva Moderna (o Síntesis Moderna, para abreviar).

En realidad tenemos la idea del gen, pero no sabemos dónde está físicamente. Sabemos cómo se hereda la variabilidad, pero seguimos sin saber cómo surge. Nos falta el ADN. Permanezcan atentos a sus pantallas.

Mis perlas:

1. Había dicho que esta Historia Más Asombrosa Jamás Contada iba a ser más corta que la Historia Más Grande Jamás Contada y ya vamos por la séptima entrega sin vislumbrar el final. Supongo que habrá que desdecirse, aunque siempre puedo decir que me refería al lapso temporal que abarca la historia, no a la historia en sí.

2. En cuanto identificamos al gen como la unidad de selección (y no el individuo o la especie), podemos entender muchas cosas aparentemente contradictorias en el comportamiento animal (y vegetal). El altruismo entre padres e hijos o entre hermanos es un instinto que claramente favorece la propagación de los genes de quien los posee.

3. Se me olvidó decir en la entrada anterior que la explicación de la paridad de los sexos en la descendencia es uno de los primeros ejemplos precursores de la Teoría de Juegos. Algo muy relevante para quien suscribe. John Maynard Smith, biólogo genetista, desarrolló esta manera de abordar el problema a su máxima expresión. Su libro, “Evolution and the Theory of Games” es ya un clásico. De él mamó, como buen mamífero, Dawkins.

Puedes leer la parte octava aquí.

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