lunes, 25 de junio de 2018

El riesgo moral en la inmigración

Los últimos acontecimientos han reavivado el debate sobre inmigración, refugiados y mafias que trafican con personas. Iñako escribió una reflexión excelente aquí. En ella me parece de especial relevancia cómo adscribe a cada uno de nosotros una ambivalencia sobre la cuestión, fruto de la complejidad del problema y de una ausencia de soluciones claras que se puedan proponer. En esta entrada intentaré decir algo sobre ello.


Pongamos que nuestro interés es un mundo sin fronteras, en el que cualquiera que quiera desplazarse de un país a otro pueda hacerlo. En ese mundo no habría los problemas que hemos vivido. No habría inmigración ilegal, ni mafias, ni miles de muertos ahogados en el Mediterráneo. Es difícil calcular los flujos migratorios y sus efectos sobre los países de acogida y de salida si en el mundo actual se abrieran todas las fronteras. Por lo que sabemos hasta el momento, solo una minoría de cada país querría emigrar, y los efectos económicos en los países de acogida serían positivos. Aquí se juega con esta posibilidad. Sin embargo, los posibles problemas se agudizan si solo un país abre sus fronteras al resto del mundo. Este país puede acabar siendo un gran campo de refugiados. Un atisbo de esto lo tenemos en los países en desarrollo que más refugiados han acogido.

Incluso si todos los países estuvieran de acuerdo en abrir las fronteras, ¿quién lo hace primero? Haría falta un gran acuerdo internacional para que lo hicieran todos a la vez. En ausencia de este acuerdo y con muchos países donde no se entendieran los beneficios de la entrada incondicional de inmigrantes, este mundo sin fronteras es utópico, y proponerlo como solución a los problemas inmediatos de las tragedias causadas por la inmigración ilegal podrá sugestionar a quien la propone de tener una superioridad moral, pero no tendrá ninguna consecuencia tangible a corto o medio plazo. A largo plazo, tal vez sí, en la medida que convenza a más habitantes de todos los países para apoyar la medida.


Dado que tenemos fronteras, ¿qué tal si permitimos que se crucen de una manera ordenada? Esto es lo que venden todos los gobiernos y la idea es tan loable como inevitable. Pero, en la medida que los permisos para cruzar no son suficientes para satisfacer la demanda de todos los que quieren cruzar la frontera (si lo fuera, estaríamos en el caso equivalente al mundo sin fronteras), habrá un exceso de demanda y, con ella, un incentivo para cruzar sin el permiso preceptivo. Este mercado negro implica costes, riesgos y mafias en torno a él de manera inevitable. Los estados receptores tienen varios medios a su disposición para limitar las entradas ilegales. Algunas de las medidas son acerca del trato a los ilegales una vez que han entrado al país, mientras que otras son sobre la vigilancia en la frontera. Si un país tiene una política efectiva de tolerancia cero frente a la entrada ilegal, por ejemplo, deportando a todo ilegal que encuentra, blindando las fronteras y negándose a acoger a nadie por razones humanitarias, conseguirá que, ante la imposibilidad de entrar ilegalmente, nadie lo intente. Si todos los países siguieran esa política se acabaría con la inmigración ilegal.

El problema es que la tolerancia cero es imposible por varias razones. La primera es que es materialmente imposible de poner en práctica. La segunda es que es moralmente imposible hacerlo. Y no me refiero solamente a que no queramos hacerlo, sino también a que no nos podemos comprometer a ciertas cosas necesarias para la tolerancia cero. Por ejemplo, es muy difícil actuar ante hechos consumados, como cuando la vida o salud de la persona está en peligro o cuando ya están dentro del país. ¿Vamos a impedir la llegada de refugiados de zonas de guerra? ¿Cerraremos el paso a las pateras que se acerquen al país y que naufraguen en su navegación a otras costas? ¿Echaremos a todos los ilegales que están trabajando y cuya salida provocaría pérdidas económicas? Imposible. Y quien quiera atribuirse razones morales para establecer controles estrictos en las fronteras porque acabarán con los efectos llamada deberá saber que su moralidad es también sugestionada.


Así que estamos entre dos aguas. No podemos abrir las fronteras totalmente y tampoco podemos controlarlas totalmente. En esta tesitura, la inmigración ilegal será inevitable. Lo más que podemos hacer es buscar, tanto en nuestras propuestas personales como en los compromisos políticos que adquiramos, una especie de equilibrio entre lo que podemos tolerar de entradas de inmigrantes, refugiados y aprovechados (que los habrá), y las tragedias que podemos tolerar entre los que quieren acceder a una vida más próspera (a veces, a una vida sin más). Este equilibrio irá moviéndose con el tiempo, según las circunstancias. A veces abogaremos por abrir más las fronteras, a veces por cerrarlas o controlarlas más. Distintas personas estarán en distintas partes de este tira y afloja, y ninguna ellas tendrá toda la razón moral, puesto que ninguna sabe cómo resolver el problema. No estoy proponiendo que eso sea lo que queramos, ni lo que yo quiera, sino que es lo que inevitablemente pasará. Y tampoco digo que estoy justificando moralmente ninguna postura. Lo que sí podemos hacer es basar nuestra opinión en lo que sabemos acerca de cosas como las razones por las que emigra la mayoría de la gente, el alcance real del efecto llamada o los verdaderos costes y beneficios de recibir a los inmigrantes o refugiados.

Por mi parte, yo sería partidario de la apertura de fronteras, pero como soy incapaz de convencer a todo el mundo para que me sigan en esta querencia, tendré que apoyar un compromiso con el que no estaré de acuerdo, y que supondrá no terminar con el sufrimiento de mucha gente. No me siento moralmente cómodo ni superior a nadie que piense distinto, siempre y cuando tenga en cuenta los datos reales y no tenga preferencias xenófobas.

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Hace cinco años en el blog: Cuestionando la sabiduría con la ignorancia (2).
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