sábado, 31 de diciembre de 2011

martes, 27 de diciembre de 2011

Los presos y la educación universitaria


Antes de la reforma de la Ley Orgánica General Penitenciaria (LOGP) de 2003 la matrícula de presos en las universidades públicas españolas no estaba regulada especialmente. La universidad admitía al preso según sus requisitos de admisión y la atención al preso se hacía mediante acuerdo entre la universidad y la institución penitenciaria en la que estaba el preso.

En la práctica, casi todos los presos españoles que decidían hacer estudios universitarios elegían la UNED. Los presos etarras, sin embargo, elegían la Universidad del País Vasco, UPV/EHU. Hubo sospechas acerca del trato de favor a los presos etarras, tanto en la admisión como en la atención y las posteriores calificaciones a estos presos. Tras las elecciones a Rector de 2004, el equipo rectoral realiza un estudio para saber si han existido estos tratos de favor. El informe de agosto de ese año, presentado en el Consejo de Gobierno de la UPV/EHU, encuentra unas tasas de aprobados muy inferiores a la media universitaria y que no hay razón para sospechar estos tratos de favor.

La reforma de la LOGP de 2003 establece que los estudios universitarios de presos en instituciones españolas deben seguir un convenio que se establezca entre la Universidad y la Dirección de Instituciones Penitenciarias (y no, como hasta ahora, con un acuerdo con la institución particular). La única universidad con convenio tras esta ley era la UNED. La UPV/EHU se dirigió en varias ocasiones a la Dirección de Instituciones Penitenciarias para establecer uno propio sin obtener contestación. En ausencia de convenio, la UPV/EHU anuló todas las matrículas de presos en instituciones penitenciarias españolas.

El protocolo de matrícula en la UPV/EHU continúa para los presos en cárceles extranjeras, pero es recurrido en 2004 por el Abogado del Estado. El Tribunal Superior de Justicia del País Vasco desestima este recurso en sentencia de octubre de 2006. El Abogado del Estado recurre al Supremo, que en sentencia de marzo de 2009 anula la sentencia del Tribunal Superior del País Vasco y declara nulo el protocolo de matrícula. El Supremo entiende que el artículo 56.2 de la LOGP afecta también a los estudios de presos en cárceles extranjeras.

La UPV/EHU entiende que se vulnera la Autonomía Universitaria con esta sentencia y recurre al Tribunal Constitucional. El 22 de diciembre de 2011 la UPV/EHU es notificada de la estimación del recurso, en el que el TC declara vulnerado, efectivamente, el derecho a la Autonomía Universitaria y reconoce que el artículo 56.2 de la LOGP no puede extenderse a presos en cárceles extranjeras, sobre las que la Dirección de Instituciones Penitenciarias no tiene competencia.

Esta es la historia cuya última etapa se anuncia con titulares como "El Constitucional avala la matriculación de presos etarras en la UPV". Es bastante inexacto, porque ni la ley ni los recursos se refieren especialmente a presos etarras, aunque en la práctica les afectará a ellos como a cualquier otro. Con todo, es mejor que titulares previos, que decían que se regalaban títulos. Titulares que fueron objeto de demanda por parte de la UPV/EHU, con resultados positivos hasta el momento. Parece que el valor de la Academia y de los principios amparados por la Constitución se han antepuesto a los vaivenes de la coyuntura política y de las manipulaciones oportunistas.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Caridad y solidaridad (3)


Sigo, no sé si termino, la serie de solidaridad y caridad. Aquí 1 y 2.

En un pueblo o pequeño barrio, donde todos se conocen, los pobres también son conocidos por todos, y cada uno tiene su pobre a quien dar limosna. Esto es caridad.

En una cuidad grande o en un país entero, donde uno se presenta de manera más anónima en sociedad, no acabamos de saber quién necesita nuestro apoyo y quien no. Consideramos que queremos ayudar a algunos de nuestros conciudadanos y les conferimos derechos a una renta mínima, a unos cupones de alimentación, a una educación gratuita, a asistencia médica,... y creamos instituciones para que así se haga. Esto es solidaridad.

No estaba mal la caridad, cuando uno es responsable de un pobre y no de todos, se resuelve mejor el problema del escaqueado. Cada uno tiene una obligación con su pobre y será muy notorio si no la cumple. No solo para los demás, sino para uno mismo, que sabe que su dejadez no se distribuye entre todos los pobres del país, sino que se sufre por su pobre, a quien conoce.

No está mal la solidaridad, evita que el pobre tenga que aparecer como pobre y sentirse humillado ante sus benefactores, gracias justamente a ese anonimato. También por esta razón la solidaridad permite cumplir aquello de que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda.

Según la leyenda, alguien dijo algo así. Hay quien lo conmemora mañana.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La tierra es plana, pero la homeopatía no es medicina


La Tierra es plana. Así suelo comenzar muchos de mis cursos. Pregunto a los alumnos por la forma del planeta. Tras unos instantes de sorpresa y de duda (parecen siempre dudar sobre que puedan dar una respuesta correcta, ¿por dónde va a saltar el profesor?) aparecen las primeras respuestas, redonda o redonda y achatada por los polos. Son respuestas tímidas, como disculpándose por no poder decir algo más preciso. Naturalmente les digo que claro que son buenas respuestas, ¿qué pensaban, que las iba a tomar a risa? Son respuestas perfectamente buenas como primera contestación rápida y aproximada a la pregunta.

A partir de ahí surge la idea de ir perfeccionando más la definición de la forma la Tierra, que si está achatada más por uno de los polos, que si tiene atmósfera, que si montañas y valles, que si la magnetosfera, que si la deformación del espacio-tiempo. Enseguida se comprende que precisar la forma de la Tierra no tiene fin. Pero el discurso tiene en estos momentos un giro. Si aceptábamos la forma esférica como buena aproximación, ¿por qué no aceptar la forma plana?

Murmullos.

No necesariamente de aprobación. Más bien de confusión.

Sin embargo, cuando uno llega a una ciudad y compra un mapa no se queja al librero de que lo que le ha vendido es un plano que no tiene en cuenta la redondez de la Tierra. Si lo que quiere uno es ir del hotel a los monumentos de la ciudad el modelo plano es perfectamente bueno. Si quiere volar de Bilbao a Tokio por la línea más directa, mejor usa el modelo de la Tierra redonda (con atmósfera). Si uno quiere usar un sistema GPS, mejor la deformación del espacio-tiempo. Lo que uno quiera hacer determinará la utilidad del modelo. Uno de los modelos más inútiles es el mapa de escala uno a uno. Para eso ya tenemos la realidad.

Un buen modelo debe tener su utilidad, debe permitir hacer cosas con la realidad mejor que sin el modelo y mejor que con otros. Debe, además, ser susceptible de mejora. El modelo de la Tierra plana predice que, al alejarse de puerto, veremos el muelle, los edificios altos y las colinas del fondo de la ciudad cada vez más pequeños, pero todos a la vez. Sin embargo, en la realidad, dejaremos de ver primero el muelle, luego los edificios y finalmente las colinas. Esa mala adecuación del modelo a la realidad nos permite mejorar el modelo. Pero para ello recordemos que el modelo debía predecir unas cosas y no otras. Si el modelo predice cualquier cosa, en realidad no predice nada y vuelve a ser inútil.

Hoy, día del escepticismo (bueno, ayer, pero por unos minutos), termino la entrada con dos consecuencias de lo anterior. La homeopatía no es ningún modelo a ninguna escala de la medicina. No vale siquiera como aproximación, no más que decirle a un niño "sana-sana...". Se enteraron en el Parlamento británico hace no tanto y ahora se enteran en el Gobierno español. Más vale tarde que nunca (aquí y aquí está mejor explicado). La otra consecuencia es que la astrología es igualmente inútil. No predice nada.

jueves, 15 de diciembre de 2011

La partícula de dios


Se pregunta Der Spiegel si esta de arriba no será la imagen de dios. Se trata de una de las fotos de las trazas que dejan las colisiones entre partículas en el acelerador de hadrones de CERN. En estas colisiones se espera encontrar la partícula de Higgs, esa que causaría el campo responsable de que algunas partículas subatómicas tengan masa. Es la pieza que falta para comprobar experimentalmente la teoría moderna de partículas, las piezas lego de la naturaleza.

Tal vez choque eso de que la masa no sea realmente la propiedad de una partícula, sino que la cause su interacción con un campo, pero a estas alturas no debería. La física en el nivel de las partículas está llena de estas cosas. Puede entenderse con un símil. Si yo entro en una sala y si nadie me conoce, pasaré desapercibido y la podré atravesar sin problemas. Si fuera un futbolista famoso no podría apenas moverme, de tanta interacción con los demás (reporteros, fans, curiosos,...). El futbolista famoso tendría más masa que yo.

El campo de Higgs es esta gente que llena el espacio y que es indiferente a unos y se relaciona con otros.

No sé si la foto de arriba es la foto de dios, pero se le parece:

lunes, 12 de diciembre de 2011

La solidaridad como bien público


Como prometí hace unos días, intentaré mostrar que la solidaridad es un bien público. Esto debería cerrar una discusión y abrir otras. Las más relevantes se refieren a la importancia de este bien y a la manera en que debe administrarse. Quisiera que la discusión fuera atractiva para un grupo amplio de personas, con concepciones varias sobre el papel del Estado en la sociedad. Para ello, espero captar la atención de algunos prometiendo decir cosas relevantes sobre este bien que les puede ser preciado. Espero atraer a otros prometiendo un análisis estrictamente liberal de la cuestión, sin perjuicio de que también tengan sus preferencias por la solidaridad.

Pero vayamos por partes. Recordemos primero la definición económica de bien público. Se trata de aquel bien que, al ser consumido por una persona, queda todavía disponible para su consumo por alguna otra. Así, la botella de agua que generosamente me sirven en las reuniones de mi Universidad (y que en la etiqueta presume ser de interés público) no es un bien público, puesto que si la consumo yo no la consume nadie más. Hay bienes públicos locales (el alumbrado público) y globales (la defensa nacional); sujetos a congestión (el parque) y no sujetos a ella (la estandarización de sistemas). Finalmente, en el caso de ciertos bienes públicos es posible excluir a algunos individuos (un espectáculo deportivo), mientras que en otros casos esto no es posible (una emisión de radio en abierto). La financiación de estos bienes puede ser pública o privada, como lo puede ser, y de manera independiente, su provisión. Otra cosa es que una u otra manera consigan mejores resultados. El caso canónico lo constituyen los bienes públicos globales, no sujetos a congestión y sin posibilidad de exclusión.

Para simplificar la cuestión y fijar ideas, me centraré en un aspecto de la solidaridad. Concretamente en las preferencias por la igualdad de recursos entre los humanos. Existen distintos índices que miden la desigualdad en este sentido. Pongamos que estamos de acuerdo en que un conjunto de ellos nos proporciona una idea bastante fiable del estado de la desigualdad en una sociedad. Si estos índices se mueven en una dirección o en otra estarán reflejando variaciones en la desigualdad que pueden preocupar o satisfacer a un individuo sin perjuicio de que lo mismo le ocurra a otro. Así pues, no sólo este aspecto de la solidaridad constituye un bien público, sino que proporciona un ejemplo canónico (es decir, de los primeros que explicaría uno en clase) de estos bienes. Argumentos similares se pueden realizar para cuestiones como la discriminación, la segmentación social y las acciones de los buenos samaritanos.

Claro está que la importancia de este bien dependerá de la que le den las personas, y aquí entran las preferencias e ideologías de cada cual. Pongámonos en el caso en que, en efecto, la solidaridad nos importa. Como bien público, los individuos de la sociedad aceptarían libremente un contrato por el cual se comprometen a dedicar parte de sus recursos para favorecer su existencia. Esto es muy distinto que pedir que los individuos contribuyan libremente a esta causa. El primer mecanismo resuelve el problema del free-rider (el escaqueado), ya que el contrato obliga. El segundo no lo resuelve. Es cierto que nunca se ha visto a los individuos firmar tal pacto, lo que importa es que el Estado funcione de manera que sus acciones se puedan interpretar como si fueran producto de este pacto. Recuerden que quiero llevar mi discusión por terrenos liberales. Esta visión contractual se puede encontrar en un liberal de prestigio como es James M. Buchanan, concretamente en su estimulante libro The Limits of Liberty. Between Anarchy and Leviathan. De este libro recomiendo leer detenidamente el tercer capítulo, con su teoría de los bienes públicos.

La conclusión que extraer es la siguiente. Si los ciudadanos tienen preferencias más o menos intensas por la igualdad, el Estado liberal debe recaudar impuestos para paliar las desigualdades. Si a los ciudadanos la igualdad no les parece un bien especialmente valioso, el Estado liberal no debe hacer nada al respecto. Estoy tentado de llamar a los primeros liberales de izquierdas y a los segundos liberales de derechas, pero no estoy nada seguro de que con esto respete la opinión de las gentes de izquierdas o de derechas de este país. Si los ciudadanos están divididos en su apreciación sobre la solidaridad, el Estado liberal debe buscar una manera de agregar estas preferencias, por ejemplo en forma de compromisos políticos.

El hecho de que los Estados sean manirrotos o que las ayudas a los pobres puedan favorecer comportamientos oportunistas (el parado que no busca empleo porque cobra un subsidio) no son excusa para no intentar construir una sociedad más solidaria si es que esas son las preferencias de los que en ella viven. Sí son, en cambio, toques de atención para buscar buenos mecanismos para la provisión de este bien. El Estado puede subvencionar Fundaciones y ONGs con reputación de emplear bien los dineros. Las transferencias de recursos pueden hacerse en forma de inversiones en infraestructuras, educación y sanidad que, lejos de desmotivar a los individuos, tienen un efecto multiplicador en la productividad del colectivo beneficiado. Lo importante es que la financiación debe ser pública. La provisión puede ser pública o privada, pero contratada con los recursos públicos.

Como vemos, se puede ser liberal y defender el uso de la fuerza impositiva del Estado para fomentar la solidaridad.

viernes, 9 de diciembre de 2011

El buen samaritano. Solidaridad vs. caridad.


Hace unos años tuve el siguiente intercambio de opiniones con Carlos Rodríguez-Braun. Comenzó con un artículo suyo en El País donde decía lo siguiente:
“Ahora volvamos al solidario de Samaria. Su historia es tan atractiva que tendemos a pasar por alto una circunstancia obvia: el buen samaritano actuó libremente. De hecho, su ejemplaridad depende crucialmente de ello. Para comprobarlo, introduzcamos un nuevo personaje en la parábola y supongamos que un centurión obliga al de Samaria a asistir al judío apaleado y moribundo. ¿No privaría dicha intimación a la parábola de su vigor y al samaritano de su mérito? Obsérvese que superficialmente el desenlace podría ser idéntico en ambos casos: el judío es rescatado, llevado a la posada y felizmente curado. Pero si eliminamos la libertad, eliminamos la virtud. 
“El intervencionismo de toda laya ha provocado tal confusión que ahora se presenta como moralmente superior al caso del centurión, a la falta de libertad, es decir, precisamente lo que recorta el mérito moral de la conducta humana. El 0,7% como tal (y cualquier redistribución forzada), por tanto, no es generosidad, sino un grupo de presión más que aspira a obtener dinero de los ciudadanos no con su libre y directo consentimiento, sino de modo indirecto, a través de la coacción política: el protagonista es el centurión, no el samaritano.”
En ese mismo periódico le respondí así:
“En este artículo se argumenta que la figura del samaritano no es un antídoto frente al mercado (afirmación que puedo compartir), pero se basa en una argumentación errónea. Carlos Rodríguez tiene razón en que la libertad de mercado no le impide al samaritano llevar a cabo su acción, y que precisamente el mérito es más ejemplar porque nadie le fuerza a ello (pensemos, nos dice, cómo veríamos su acción de haber sido obligado por un centurión).
“Sin embargo, si es socialmente aceptable y bueno que se atienda a los accidentados, no debemos dejar su atención a manos de la buena voluntad de los que puedan pasar por ahí, ni a manos de un centurión que nos obligue a pasar por ahí o a ayudar si pasamos. Hay opciones mejores, podemos pagar con nuestros impuestos un servicio de atención a accidentados y desprotegidos, podemos financiar unas patrullas al mando de centuriones con este objetivo. Tal vez sea menos poético y más forzado (los impuestos son obligatorios), pero sería un mecanismo mucho más efectivo para lograr el fin deseado que el encomiable voluntarismo. Esto es así porque el bien (fraternidad, solidaridad...) que queremos administrar no es privado, sino público y necesita de mecanismos que nos obligue a su provisión. Piensen, si no, en cuántas inversiones en bienes públicos tendríamos si pagar impuestos fuera voluntario.”
Rodríguez-Braun se defiende:
“...sostener que la solidaridad no es un bien privado es una disparatada exageración, aunque ello no comporte negar sus ingredientes públicos. Está claro que, por ejemplo, en la medida en que otras personas sean samaritanas, yo puedo escaquearme y no contribuir a causas solidarias. La forma de impedir que yo sea un free-rider, naturalmente, es cobrarme impuestos y obligarme a ser bueno.
“La lógica del free-rider está, sin duda, detrás de la gran expansión del Estado en nuestro tiempo, pero no es evidente que tal desenlace deba ser así ni que sea el más plausible, menos aún cuando depende de una definición de bien público tan imprecisa que al final, como dice Anthony de Jasay, es el propio Estado el que dictamina qué bien es público y hasta cuándo.”
La discusión en las páginas de El País no tuvo más continuidad, pero se entiende que todo se reduce a saber si la solidaridad es o no es un bien público. Lo veremos con más detalle en una entrada próxima.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El parlamento proporcional (2)


Para completar la entrada de hace unos días, coloco aquí cómo habría quedado el parlamento de haber usado tres sistemas distintos: (i) el proporcional con circunscripción única, (ii) el proporcional por provincias con un escaño mínimo por provincia y (iii) el proporcional por provincia con dos escaños mínimos por provincia. En la representación actual se aplica la regla d'Hont por provincia con dos escaños mínimos por provincia. La regla d'Hont con circunscripción única sería muy parecida a la proporcional (i).

Para cada sistema, en la parte baja de la tabla, se muestra cuántos escaños cambian de partido con respecto al sistema proporcional con circunscripción única. Con la regla d'Hont actual cambian de asignación 43 escaños.

Teníamos aquí una discusión sobre si la culpa de esta divergencia se debía a la regla d'Hont o a la circunscripción provincial. Al fin y al cabo, para una misma circunscripción, la diferencia entre la regla d'Hont y la proporcional es muy poca, normalmente de un escaño como mucho. Lo que pasa es que un escaño que pueda bailar en varias provincias, al final suman muchos escaños.

En las elecciones al parlamento se ve que, de los 43 escaños de diferencia entre la regla d'Hont por provincias y la proporcional por circunscripción única, la mitad se debe a la circunscripción por provincia (22) y la otra mitad (21 más) al uso de la regla d'Hont. Se puede corregir bastante la distorsión provincial usando solo un representante mínimo por provincia.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Los cambios de gobierno en Europa


Desde el comienzo de la crisis, todas las elecciones han resultado en severos varapalos a los partidos en el gobierno, con la excepción de Suecia. En España, Reino Unido, Holanda, Irlanda, Portugal y Dinamarca ha habido un cambio de gobierno. En Alemania y Francia el partido en el gobierno ha perdido poder en las elecciones locales. Además, ya fuera de elecciones, en Italia y Grecia se ha forzado un cambio de primer ministro.

Una primera reflexión es poco original: la ciudadanía parece creer que ningún gobernante ha estado a la altura de la crisis, tal vez por no haber hecho nada en el pasado para prevenir algo así, tal vez por no haber sabido llevar luego las riendas. El que, excepto el gobierno sueco, nadie se salve podría ser argumento para pensar que la ciudadanía está equivocada y que ningún otro lo hubiera hecho mejor, puesto que la pérdida de poder ha afectado a gobiernos de izquierda y derecha.

Tal vez haya algo de verdad en ello. Si el PP hubiera ganado las elecciones del 2008 posiblemente habría perdido las siguientes. Pero esto, además de ser mal consuelo, es un error de planteamiento. Cualquier gobierno debe tener grandes incentivos para dotar al país de un sistema económico lo más robusto posible frente a las crisis. Incluso si tanto el PP como el PSOE fueran igual de capaces (o incapaces) de hacer eso, lo que de verdad les disciplinará e incentivará a hacer las cosas de la mejor manera posible es el saber que, si no lo hacen bien (¿como los suecos?), se irán a la calle a la siguiente crisis.

Una segunda reflexión se refiere a esta idea de que no mandan los electores, sino los mercados (en los casos de Berlusconi y Papandreu o en el cambio de la Constitución en España). No veo tantas connotaciones negativas en esto último como parece haberse percibido por mucha gente. Pongamos que a un ministro de Fomento se le caen los puentes, o que a una ministra de Sanidad le da por cargarse la medicina de verdad para promocionar supersticiones. En esos casos la comunidad internacional puede pedir las dimisiones de esos ministros si a esa comunidad se le están pidiendo ayudas para construir puentes o para mejorar la sanidad. Lo mismo se aplicaría a un primer ministro si es incapaz de hacer nada bueno en una grave crisis económica y, además, pide también ayuda.