Esta es la primera parte de la versión en español de mi artículo de septiembre en Mapping Ignorance. Se trata de una sección de un artículo mío que se publicará en breve en la revista Economía Industrial [1].
En 1994, la FCC (Federal Communications Commission) subastó el uso del espectro electromagnético entre las empresas del sector. Anteriormente se habían usado licencias y loterías para fines similares, a pesar de que la Teoría Económica advertía que las subastas serían superiores, como pudo comprobar al recaudar 20.000 millones de dólares cuando finalmente se hicieron (Coase, 1959 [2], constituye tal vez la advertencia más temprana en este sentido). Los análisis posteriores de las subastas realizadas corroboraron estas ideas y disiparon algunos temores: las pujas alcanzadas por licencias similares fueron también similares entre sí, y las compañías mantuvieron sus licencias, sin venderlas posteriormente, señalando que seguían valorando la licencia adquirida.
A menudo se presenta este caso y el de subastas similares como un éxito de la Teoría Económica. Desde luego lo es, pero de la misma manera que la Física se muestra exitosa en el desarrollo de los coches de Fórmula 1. Con las leyes de la Física en la mano sería imposible diseñar un vehículo competitivo, para eso es necesaria mucha experimentación, mucha prueba y error y realizar numerosas visitas al túnel de viento y al circuito. Lo mismo ocurrió con el diseño de la subasta del FCC.
Otros países han intentado también adjudicar el espectro mediante este mecanismo. A comienzos de los años 90, Nueva Zelanda adoptó una subasta al segundo precio y sin precio de reserva con muy pobres resultados. En Australia se adjudicaron licencias para televisión por satélite en una subasta al primer precio en sobre cerrado, también con problemas, ya que hubo alguna empresa que tras ganar la licencia se declaró insolvente sin sufrir ninguna consecuencia porque la subasta no requería el pago de ningún depósito. El gobierno suizo, en 2000, usó una subasta ascendente cuyas reglas permitieron que las cuatro grandes empresas expulsaran del juego a las demás y se repartieran las licencias. Para cuando el gobierno se dio cuenta y quiso posponer la subasta, las empresas pudieron acudir a los tribunales para impedir el cambio de reglas en el contrato de subastas. (Se pueden encontrar más detalles sobre la historia de estas subastas en Alexandrova y Northcott, 2009 [3]).
¿Qué permite que unas subastas funcionen y otras no? Como en el caso de la Fórmula 1, la respuesta está en que el diseño necesita fuertes dosis de experimentación previa. El relato de los economistas académicos involucrados como asesores de la FCC es clarificador en este sentido. Por una parte, McAffe y McMillan (1996) nos ofrecen la perspectiva teórica y, por otra, Plott (1997) [4] aporta la visión del experimentalista. McAffe y McMillan nos relatan cómo la teoría de subastas sirvió de punto de partida para el diseño final. En particular, la subasta ascendente simultánea sobre un grupo de licencias usada en el diseño final se muestra como el mecanismo que mejor se adaptaba a las características del mercado en cuestión. En esta subasta, cada empresa realiza su puja por las licencias que desea al mismo tiempo que las demás, después las pujas se hacen públicas y se vuelve a permitir una puja nueva en las mismas condiciones. La subasta termina cuando no hay más pujas. Se eligió subastar las licencias en grupos por razones de complementariedad, principalmente geográfica, lo que permitía a las empresas saber si podrían optar al paquete que deseaban y no terminar con una licencia con poco valor por no tener también la complementaria. La razón de elegir la subasta ascendente se debió a que las complementariedades son idiosincrásicas a cada empresa, de manera que el proceso ascendente debería permitir que el mercado estableciera las agregaciones de licencias.
Sin embargo, ni la decisión del tipo de subasta ni los múltiples detalles que la gobernaban (más de 130 páginas de reglas) pueden ser atribuidos a teoremas de la literatura de subastas. Por ejemplo, la elección de una subasta abierta en lugar de una a sobre cerrado se debió a la apreciación del experto sobre cuál de los escenarios teóricos era más relevante. Por una parte, la subasta abierta permite reducir el miedo a caer en la “maldición del ganador” (si los rivales no han pujado tanto como yo, tal vez el objeto no valga tanto como yo pensaba), mientras que la subasta a sobre cerrado limita las posibilidades de colusión entre los pujantes, al no poder monitorizar lo que hace cada uno.
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Hace tres años en el blog: Lo confieso: cada día tengo manías.
Hace cinco años en el blog: La historia más lúdica jamás contada (5). Nash al rescate.
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