jueves, 19 de diciembre de 2013

Los mitos de la razón. El Explorador de Quine.

Imagen moderna del Explorador de Quine

Sin tener poderes especiales, el Explorador de Quine es un personaje con todos los atributos de un mortal. Según la leyenda, que nos llega referida por Quine, en uno de sus viajes arriba a territorios inexplorados en donde se encuentra a un nativo con el que no se puede entender. Ninguna de las lenguas que conoce el explorador le sirve para descifrar una sola de las palabras del nativo quien, a su vez, solo conoce su lengua. Tras fracasar varios intentos de comunicación, pasa cerca de ellos un conejo, ante lo cual el nativo grita ¡gavagai! al tiempo que apunta al conejo con el dedo.

Lejos de creer que ha aprendido una palabra de su lengua, el explorador se pierde en múltiples hipótesis que se bifurcan. En su atribulación piensa que gavagai puede significar cualquier cosa que corra por el campo, o bien que ese grito con el gesto del dedo es una manera de saludar y que solo por mera coincidencia el conejo pasó por ahí cuando el nativo se decidió a dar la bienvenida.

Según se cuenta en algunas elaboraciones posteriores del mito, el explorador consiguió aprender a pronunciar cada vez más palabras (si es que palabras eran) de la lengua del nativo e incluso llegar a combinarlas de manera que parecía hablar con él. Aún así siempre le quedaba la duda de saber si cuando creía que la conversación versaba sobre la posibilidad de que el ser, aunque solo fuera por un momento, pudiera no ser, el nativo en realidad estaba sosteniendo una charla sobre la escasez de rinocerontes.

Las tesis modernas no se llegan a poner de acuerdo sobre el significado de este mito. Según algunos es una alegoría de la incomunicación, mientras que para otros representaría un burla de la obcecación en dudas metafísicas impropias de los mortales.

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Hace tres años en el blog: La Filosofía avanza.
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9 comentarios:

  1. "Las tesis modernas no se llegan a poner de acuerdo sobre el significado de este mito. Según algunos es una alegoría de la incomunicación, mientras que para otros representaría un burla de la obcecación en dudas metafísicas impropias de los mortales."

    Yo diría que, según los primeros, el mito del explorador es una advertencia contra la pretensión de buscar significado a expresiones aisladas, cuando aquel viene dado por el conjunto de relaciones simbólicas que estructuran una forma de vida. Que la interpretación útil ocupe el lugar de la traducción correcta es una consecuencia de lo anterior.

    No he encontrado casos de utilización de este mito para lo segundo, pero seguro que has leído mucho más que yo y podrás señalar alguno.

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  2. http://www.youtube.com/watch?v=gT3dJBeo_zA

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    1. Supongo que te darás cuenta del carácter lúdico de la entrada. La interpretación que das es la que se sigue trivialmente del ejemplo. Pero esa no dice mucho. Llevarla más allá, entre quienes lo hagan con ese ejemplo o entre quienes, sin usar el ejemplo, no hacen más que liar su epistemología sin llegar a tener un buen modelo sobre cómo es posible la ciencia y cómo se distingue de otras actividades humanas, es lo que señalo en la primera interpretación. La segunda es cosa mía.

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  3. Dicen que el explorador empezó a entender un poco de qué iba el lenguaje de los aborígenes cuando, en lo que parecía ser una ceremonia sagrada, les oyó entonar una canción que decía algo así como "El gavagái de la Loren"

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    1. De la Loren o de la Loles, que en esto tampoco coinciden las crónicas.

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  4. Yo he escuchado otra versión. Al día siguiente el nativo tuvo la previsión de llevar con ellos al lebrel de la familia. Esta vez, cuando delante de ellos saltó un jabato, al grito de "¡gabagai!", el chucho desapareció tras él como una flecha. Entonces comprendió el explorador las caricias y mimos que a menudo recibía de aquellas gentes. "Tengo que afeitarme", pensó, "¡me toman por un perro!".

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  5. Como nativo, no tengo duda: de la Loren. Lo de la Loles fue una confusión de las nuevas generaciones, que se confundían con Loles León, una actriz de la tribu

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  6. Masgüel: Estaría bien contar con una representación del explorador en ese momento de reflexión.

    Jesús: Yo recordaba "de la Loles" desde que Fernando Esteso la sacó mucho antes de que apareciera en escena la actriz tribal.

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  7. El explorador de Friedman:

    A finales de la década de 1960, mientras Nixon conspiraba con Kissinger para frustrar las conversaciones de paz que podían terminar con la guerra de Vietnam y ganarle así las elecciones presidenciales a los demócratas, el explorador Friedman quería hacer descubrimientos científicos dentro del partido republicano. Se encontró con Buckley, que sólo sabía decir: “Son los principios”. Friedman no entendía la frase, aunque su mentor, un tal Hayek intentaba explicarle qué significaba “fatal arrogancia”, pero Friedman seguía sin entenderlo. Estaba claro que Friedman no entendía la metafísica, por eso él replicaba: “es la ciencia: M debe crecer un 3% al año y Bretton Woods es un desastre acientífico”. Todos hablaban inglés, pese el acento alemán de Hayek, pero estaban perdidos en la traducción.
    No obstante, Friedman siguió explorando, haciendo amigos, impresionando a políticos y lamiendo culos. Al final, el explorador Friedman colocó a todos los amiguetes y marginó a los críticos. Si no querías irte fuera de la administración Nixon, tenías que estar con Friedman. Finalmente, el explorador Friedman convenció a Nixon de que declarase la no convertabilidad del dólar el 15 de agosto de 1971. No hablaban el mismo idioma, Nixon no entendía nada de lo que decía Friedman, excepto la palabra “Ciencia”, aunque veía que todos esos tipos tan listos y que sabían tantas matemáticas sólo hacían caso a Friedman. A pesar de la falta de debate intelectual y de intercambio de ideas, por culpa de la incomunicación epistemológica, Friedman impuso sus puntos de vista y, de este modo, logró el experimento crucial que validaba científicamente sus hipótesis. Bretton Woods ya no era viable.
    Esto sería un buen uso de la parábola del explorador, aunque el chiste no tiene gracia.
    Atentamente,
    Carles Sirera

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