Entradas más vistas del blog. La número 15 es esta publicada originalmente el 24/04/09.
Hay dos tipos de metamorfosis bien conocidas en el reino animal. Una es la oruga que se convierte en mariposa. La otra, el renacuajo que se convierte en rana. Esta segunda se parece a las metamorfosis que encontramos en la obra homónima de Ovidio, donde Dafne se convierte en laurel, Mirra en el árbol que lleva su nombre y Cintia en heliotropo o girasol. Con preciosísimos hexámetros, Ovidio nos describe cómo los brazos se convierten en ramas, los pies en raíces y, en el caso de Cintia, su rostro en la cara del girasol que sigue con la vista a Apolo, quien la abandonó.
El caso del renacuajo es idéntico, en el sentido de que los ojos del renacuajo se convierten en los ojos de la rana adulta y, de igual manera, cada parte del cuerpo del primero se convierte en una parte del cuerpo de la segunda.
Esto no ocurre así en la metamorfosis de oruga a mariposa. Cuando nace la oruga, lo hace a partir de unos segmentos de que consta el embrión, pero no de todos. Cuando la oruga se encierra en su crisálida, su cuerpo sirve de alimento para que se nutran los segmentos embrionarios que permanecían latentes. De esos segmentos nace la mariposa. La oruga no se transforma, sino que muere. Los insectos son bastante parecidos a autómatas y no tienen miedo a la muerte. Si, en cambio, pudieran hablar, la mariposa tendría que aprenderlo todo, puesto que no recordaría nada de la vida de la oruga, que era otro ser.
En entradas pasadas hemos visto el caso de un plan genético (un cigoto) que da lugar a dos gemelos, de dos cigotos que se juntan y dan lugar a un solo ser, pero el que de un solo plan surjan dos seres completamente distintos, uno de los cuales se desarrolla alimentándose del cadáver del que se desarrolló primero, supera todas las fantasías metafísicas.
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