Pero este no es el caso. En el planeta que vivimos se hablan unas 6000 lenguas. ¿Qué hacemos con ellas? Cada cual tendrá su óptimo de variedad, pero lo que importará será sobre todo qué quieren hacer sus hablantes, qué pueden hacer y qué ayuda pueden recibir de los demás, según lo que los demás quieran.
En los casos extremos la cosa está clara. Si una lengua es hablada, y no escrita, por 100 personas que además hablan también otra lengua más extendida, poco le queda más que morir. ¿Qué se puede hacer? Documentarla, facilitar que los hablantes puedan pasar tal vez algunas palabras o canciones a sus descendientes y que así perviva en el grupo humano que alguna vez la tuvo. No creo que sea necesario hacer más. ¿Alfabetizar en su lengua a estas 100 personas? ¿Hacerla vehicular en la educación de sus hijos? Es tarde para eso.
En el otro extremo, las lenguas muy extendidas, habladas por decenas de millones de personas, con carácter oficial, tradición literaria, hablantes alfabetizados en ella y la gran mayoría no bilingües en otra lengua, no tendrán problemas. En el largo plazo no sabemos qué pasará. Habrá cambios históricos, variaciones en la lengua, contactos con otras, aprendizaje de una lengua común que acabe incluso con estas lenguas grandes,…, pero todo es incierto y lo que se haga con esa lengua hoy no tiene que ver con lo que preveamos para dentro de 1000 años. Ahora se seguirá enseñando y pasando sin problemas a la siguiente generación.
¿Qué hacemos con las lenguas que no están en los extremos? Como al comienzo de estos párrafos, podemos jugar a ser el diseñador óptimo. No pudimos hacer que en el mundo hubiera una sola lengua y la historia nos ha traído unos pocos miles al presente. Algo interesante sería conseguir que todo el mundo conozca una lengua común (p.e., el inglés) de manera que cada comunidad pueda seguir hablando su lengua y pueda comunicarse con cualquier otra persona del planeta en inglés. En comunidades donde se mezclan dos o más lenguas, la cosa se complica, pero podríamos tirar con tres lenguas para la mayoría de estos casos (quechua, español e inglés en Perú).
Pero lo anterior no contesta bien a la pregunta de qué hacer. Por ejemplo, en Catalunya la mitad de habitantes tienen el catalán como lengua materna y de preferencia, mientras que la otra mitad tiene al castellano y, excepto en pueblos pequeños, están bastante mezclados. Políticamente se ha decidido que todos los hablantes deben conocer ambas lenguas y se ha hecho el esfuerzo en ese sentido. El fin parece razonable y parece estar bien aceptado por la gran mayoría de la comunidad. ¿Hay algo más? Por ejemplo: ¿sería un buen fin el conseguir que aumente la proporción de catalanes con el catalán como lengua materna y de preferencia? Por supuesto, dependerá de cómo quieran trasmitir cada grupo su lengua. A mi entender creo que esa finalidad no debe existir o, por lo menos, no como deseo que requiera de esfuerzos políticos encaminados a ello. Si las reglas simplemente se ocupan de que ambas lenguas se aprendan igual de bien y se puedan usar igual de fácilmente (poca gente no bilingüe parece entender el esfuerzo de normalización que significa esto), la evolución natural dirá lo que haya de pasar. Si, con el paso de las décadas y los siglos, una de las dos lenguas se acaba imponiendo sobe la otra (o una tercera lo hace) o siguen conviviendo, es algo que no debe importar demasiado a los hablantes de ahora. Lo que importa es que los hablantes de ambas comunidades no se hayan visto discriminados por su lengua. Lo anterior podrá ser extrapolable a las lenguas con gran presencia en sus territorios. Sin duda en la mayoría de los casos el tiempo irá en contra de la lengua minoritaria (como pasó con el irlandés), pero eso será el futuro y no tiene por qué ser una tragedia para nadie. El euskera, que es la lengua materna del 25% de los vascos ¿podrá mantener esta proporción durante muchas generaciones?
Para otras lenguas no será tan fácil. El aragonés solo se habla por unos pocos miles de personas en el norte de la provincia de Huesca. ¿Es un objetivo deseable que lo conozcan todos los aragoneses? No parece ser el caso. ¿Todos los oscenses? Tampoco. ¿Todos los habitantes de los pueblos donde se habla? No lo sé, ellos decidirán. En cualquier caso, va a ser difícil que esté presente en la cosa pública con tanta naturalidad como el castellano (prensa, TV, radio, Internet, comunicaciones oficiales, mundo de la empresa,…), incluso en esos pueblos. Podrá preparase material escolar en aragonés y facilitar la transmisión generacional, pero seguramente el número de hablantes que lo tengan como lengua materna disminuya hasta que no quede nadie en unas pocas generaciones. No tiene por qué ser el fin completo del aragonés. Los pueblos donde se hablaba podrán mantener expresiones peculiares provenientes de esa lengua, mostrar libros y documentos en ella y cantar de vez en cuando canciones en aragonés. La muerte no tiene por qué ser abrupta ni frustrante para los hablantes presentes. Cuando llegue el momento, dentro de pocas o muchas generaciones, ocurrirá con dignidad, sin reproches por no haberla mimado un poco.
El latín es una lengua muerta, pero sobrevive y está presente de muchas maneras en nuestro tiempo. En Barakaldo, pueblo castellanohablante de Bizkaia, pervivían canciones vascas (Agate Deuna, Ikusi Mendizaleak, etc.) y muchas palabras vascas estaban presentes en su habla (aita, sagutxu, karramarro,…) mucho antes de que se introdujera en la enseñanza. En la isla de Man, el antiguo idioma céltico no tiene hablantes como lengua materna, pero hay quien lo aprende y se considera parte de la cultura. El Sanscrito se conserva en la liturgia religiosa.
Esto es lo que podemos hacer con las lenguas. Cuidarlas mientras tengan hablantes y recordarlas cuando ya no los tengan. Cada una en su medida, sin envidias, pero sin desidias.
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Hace tres años en el blog: Por un mundo sin racistas.
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