Hace unos meses me hice eco de las propuestas que están haciéndose en Izquierda Unida para que la línea política incluya la aceptación de las evidencias científicas. Puede verse en esta entrada, que incluye alguna crítica mía más a las maneras y al lenguaje de alguna de ellas que al fondo. Parece que no todos en IU están por la labor. En Mundo Obrero (medio de difusión del PCE, integrado en IU), acaban de censurar un artículo de Juan Segovia que pretendía introducir justamente evidencias científicas en el debate sobre los transgénicos dentro de esa organización. El artículo se publicó en primera instancia, para ser eliminado por iniciativa de Raul Ariza, haciendo las veces de comisario político. Igual que en la censura de Blogger a Mauricio José Schwarz que denuncié anteayer, hoy reproduzco el artículo en cuestión, por aquello del efecto Streisand. Lo tomo del blog de Eparquio Delgado.
ECOLOGISMO Y TRANSGÉNICOS: UNA PROPUESTA DESDE LA IZQUIERDA
Parece haber una guerra abierta del movimiento ecologista en general y de los partidarios de la “agricultura ecológica” en particular contra una tecnología conocida como ingeniería genética, y más concretamente contra los organismos genéticamente modificados, los famosos transgénicos. Los enemigos de esta tecnología sostienen que dichos organismos son potencialmente peligrosos para el medio ambiente y el consumo humano y que su producción lleva al agricultor a perder control sobre sus productos en favor de multinacionales como Monsanto.
En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados (entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario, como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad de Córdoba.
En cuanto al tema de la dependencia tecnológica de multinacionales, debemos recordar que la agricultura mundial ya dependía de estas mismas multinacionales antes de que existieran los transgénicos y por lo tanto estos no pueden ser nunca la causa de esta dependencia. No se trata de estar en contra de esta tecnología como forma de oponerse a las multinacionales, de la misma forma que nuestra lucha contra los abusos de Microsoft o Apple no nos llevan a estar en contra de la informática sino a apostar por el software libre y gratuito. De la misma forma, en agricultura deberíamos apostar por algo parecido, un sistema público de desarrollo de esta tecnología que permita al agricultor acceder a la misma libremente, reduciendo o eliminando la actual dependencia con las multinacionales. Un camino que ya han iniciado muchos países, como Cuba, donde el estado financia la investigación sobre semillas transgénicas que posteriormente llegarán a los agricultores a precio de semillas corrientes. Gracias a esta tecnología, Cuba ha comenzado a cultivar un maíz resistente a la principal plaga de la isla, reduciendo su dependencia del maíz de importación y por lo tanto mejorando su soberanía alimentaria.
Sin embargo, el análisis básico de los ecologistas sobre el modelo agrícola actual es sustancialmente correcto: El sistema de explotación capitalista de la agricultura es un modelo insostenible desde el punto de vista medioambiental que está generando numerosos problemas como la erosión y pérdida del suelo, la contaminación de ríos y acuíferos por culpa de los abonos nitrogenados inorgánicos y de pesticidas, pasando por la desecación de esos mismos acuíferos, la generación de residuos sólidos, la deforestación de grandes zonas de selva tropical para obtener tierras de labor, etc. A todo esto debemos sumar que el actual modelo agrícola es socialmente injusto por que dificulta la supervivencia a los pequeños agricultores y favorece que a las multinacionales acaparar cada vez mayor parte del pastel; haciendo que los pueblos sean cada vez más dependientes de estas compañías y convirtiendo la alimentación en un producto para especular en lugar de un Derecho Humano con el criminal resultado de que millones de personas mueran de hambre. no por la falta de producción de alimentos sino a causa de esa especulación que tan vilmente enriquece a unos pocos.
Frente a este modelo, la respuesta ha sido la agricultura mal llamada ecológica u orgánica, cuyos heterodoxos planteamientos pueden ir desde posturas más o menos basadas en propuestas racionales que se apoyan en investigaciones científicas serias hasta en las ideas metafísicos de ciertos grupos, amantes de concepciones esotéricas sobre “lo natural” que defienden la vuelta a un supuesto pasado idílico en el que vivíamos en “armonía con la naturaleza”. Si bien de los planteamientos de estos últimos poco se puede sacar de utilidad, lo cierto es que gracias a los primeros tenemos conceptos tan valiosos como el de lucha integrada contra las plagas, la combinación de cultivos para aumentar la resistencia frente a enfermedades, el compostaje, la protección del suelo mediante setos y/o técnicas de laboreo adecuadas y otras propuestas que suponen una valiosa contribución a un futuro modelo de agricultura sostenible que garantice el derecho de la humanidad a una alimentación sana y de calidad. Muchos de los defensores de la tecnología transgénica califican a la agricultura ecológica de anticientífica y a sus partidarios de tecnófobos radicales que rechazan irracionalmente el avance tecnológico. Postura esta última irracional, absurda e insostenible, ya que si bien es cierto que dentro de este movimiento hay mucho new age pasado de peyote; lo cierto es que, como reza el dicho, no todo el monte es orégano y agricultores ecológicos hay de muy diverso pelaje: desde luditas radicales a simples agricultores convencionales que ven una oportunidad de conseguir con la moda de “lo orgánico” mejores mercados y un precio más justo por su producto. No obstante, la mayoría de ellos comparten una preocupación genuina por el medio ambiente y la búsqueda de un modelo agrícola alternativo que sea medioambientalmente sostenible y que garantice la soberanía alimentaria de los pueblos. Algo con lo que desde un planteamiento de izquierdas difícilmente puede estarse en contra.
Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden competir ni de lejos en producción con las de la agricultura tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene futuro gracias a un sector de la población que posee dos características muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible, sino solamente que en su producción no se han utilizado productos químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva Zelanda sin productos químicos de síntesis y transportados a Europa por avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica debida a ese transporte por avión sea posiblemente muy superior a la de cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.
Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden competir ni de lejos en producción con las de la agricultura tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene futuro gracias a un sector de la población que posee dos características muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible, sino solamente que en su producción no se han utilizado productos químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva Zelanda sin productos químicos de síntesis y transportados a Europa por avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica debida a ese transporte por avión sea posiblemente muy superior a la de cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.
Debemos entender que la actual agricultura ecológica no es hoy en día una alternativa, sino una parte más del modelo capitalista de explotación agrario, que con el marketing de la defensa de “lo natural” tiene como público objetivo a las clases más pudientes de dicho sistema. Plantear una batalla agricultura ecológica contra convencional carece de sentido pues ambas se encuentran integradas en el modelo de mercado capitalista, cada una dirigida a grupos de consumidores diferentes, uno más generalizado y el otro más especializado y pudiente. Frente a esto debemos plantearnos un modelo de producción agraria diferente que sea realmente sostenible para el planeta, que permita garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos y una buena calidad de vida al agricultor, y que al mismo tiempo proporcione alimentos de calidad a un coste asequible para cualquier persona. Un modelo así requiere tener en cuenta una gran cantidad de factores, desde los sociales y económicos relacionadas con los medios de producción y la propiedad de la tierra hasta los relacionados con los métodos de producción, como las técnicas de cultivo para emplear o la selección de plantas adecuadas. En este modelo sostenible los transgénicos son una herramienta agrícola más que contribuyen con semillas más resistentes tanto a enfermedades y plagas como a sequías o heladas. Desde esta perspectiva basada en el concepto de producción integrada sostenible, la soberanía alimentaria de los pueblos y la consideración del derecho a comer como un derecho humano fundamental que debe ser garantizado por los poderes públicos mundiales, los cultivos transgénicos son perfectamente compatibles con los planteamientos ecologistas, pudiendo convertirse en una tecnología extremadamente valiosa en la consecución de esos objetivos.
Juan Segovia. Militante del PCA e Izquierda Unida Andalucía y miembro del grupo promotor del Área de Ciencia en Izquierda Unida. Twitter: @juanillosegovia.
Hombre, creo que el tal Juan Segovia entra un poco en el saco de los tecnoilusos. Sabemos perfectamente que la tecnología está muy bien, pero claro, depende de los usos. Y es perfectamente normal que si un grupo de personas ve peligrar sus puestos de trabajo por el hecho de una nueva tecnología se preocupe por ello, ya que ni el Gobierno ni los "econoilusos", ni las nuevas empresas tecnológicas les van a arreglar el sustento. Sinceramente, meter aquí al señor Ludd es tener bastante poca idea, y mira que me considero totalmente cientificista. Lo que pasa es que hasta cierto punto. Como decía Feynman, al que curiosamente, los tecnoilusos no han leído en su vida, "hay que tener la mente abierta, pero no tanto como para que se te caiga el cerebro". De hecho, la concentración que va a haber en los próximos años se va deber a este tipo de reflexiones que sinceramente son bastante pobres. O podemos hacer como a los futuros extrabajadores de Panrico. Les podemos decir que se pongan a estudiar nuevas formas de hacer donuts y rosquillas. No sé qué les parecerá cuando hoy ha salido a la palestra una noticia en la que los directivos aumentaron sus sueldos un 45% el año pasado.
ResponderEliminarPor cierto ,Ferreira, ¿qué te parece que los diferentes Fiscales estén diciendo que era una barbaridad lo que algunos directivos han estado haciendo con arreglo a sus sueldos en determinadas entidades? ¿Qué le decimos al señor Fiscal? ¿Que así funciona la economía de mercado? ¿Que hay que dejar que la mano de Smith siga su curso? ¿Que si no se hubieran ido a otra empresa dado su conocimiento en la materia de dirección? ¿Esa es la previsión de las diferentes sociedades para momentos peligrosos?
Soy todo ojos, Ferreira.
En realidad, nadie de los que protesta por los transgénicos es alguien que vea peligrar su puesto de trabajo. Los agricultores son los primeros en querer transgénicos que les haga más fácil la cosecha.
EliminarNo sé qué quieres que te diga. Si algunos directivos se han aumentado los sueldos mediante abuso de confianza por parte de los accionistas, pues a la cárcel. Incluso los abogados tienen claras algunas cosas como el abuso de poder, el uso de la información privilegiada o la formación de cárteles como cosas que evitar para que la economía funcione. Parece que tú quisieras que tuviéramos una varita mágica con la que hacer desaparecer la maldad del mundo. Mientras no la inventes habrá que convivir con la imperfección. Eso sí, limitándola todo lo posible.
Saludos,
Entonces no sé por qué esa referencia al ludismo, que es bastante tópica y típica cuando se hace referencia a posibles temas de concentración debido a avances tecnológicos.
ResponderEliminarNo, hombre, no, qué más quisiera yo que tener esa varita... Sucede que mientras vamos viendo lo que algunos entienden por economía otros creen que funciona como escriben o leen en los manuales. Pero no, toda libertad debe tener unos límites que la regulen, porque si no la libertad acaba en lo que estamos viendo. Es muy sencillo hablar de libertad, sólo hay que mover los labios y puede uno decir la palabra. Saber qué significa realmente es mucho más complicado.
La imperfección se limita con información, conocimiento y reflexión. Todo lo demás es perder el tiempo en cuestiones intrascendentes que además tiene mucho más que ver con estómagos agradecidos y maletines que con el conocimiento puro, como también estamos viendo. Los juristas y economistas españoles dejan bastante que desear en cuanto a previsión. También lo estamos viendo. Ah, y yo soy jurista, Ferreira, por si crees que te estoy haciendo un "ad hominem", que ahora se lleva mucho.
Yo diría que los abogados no lo tienen tan claro. Es más, diría que lo tienen muy poco claro... No sé en qué país vives tú, pero en España, de claro nada.
Saludos.
Sobre los contenidos del artículo, mejor discútelos con el autor. Yo solo he ofrecido este medio para su difusión tras la censura. No implica que esté de acuerdo ni que no.
EliminarHablo por los juristas que se ocupan del Derecho Mercantil. Sobre el papel y cuando hablo con ellos, lo tienen claro. Si me dices que luego la realidad es otra, pues mal. No sé de qué economistas hablas. Yo hablo de los que siguen la investigación moderna, que es lo que defiendo en este blog. Sé que hay mucho que no se entera.