Leo el El País un artículo de Sánchez Ferlosio muy sensato (como de costumbre en él) sobre la ley que permitirá abortar a las adolescentes de 16 años sin necesidad del permiso paterno. Digo que es sensato porque la argumentación se hace sobre la base de hechos que el autor va señalando como relevantes para el caso, como debe ser. Así uno podrá saber si está o no de acuerdo, acudiendo a la realidad y viendo si es como Sánchez Ferlosio dice que es.
Suena razonable, y sin embargo, ¡qué lejos esa actitud de la que comúnmente encuentra uno en esta discusión! Pondré varios ejemplos, dos en contra y uno a favor de la ley.
O bien el aborto en una minucia, comparable a cortarse una uña, o bien es algo grave.
Si es una minucia, no tiene sentido alarmarse por la posible interferencia de los padres.
Si es algo grave, deberíamos alarmarnos si los padres no interfieren… ¿Qué hay más totalitario que el desprecio absoluto de lo que el otro considera como sus valores supremos? (El Café de Ocata.)
La libertad de la madre -y del padre, cabría añadir- para matar a su hijo es consistente si y sólo si definimos la patria potestad como un derecho de vida o muerte sobre la descendencia. Ahora bien, habida cuenta de esto, y dado que el que puede lo más puede lo menos, entonces también está en la mano de los padres del menor no emancipado el impedir su decisión sobre este extremo. (Frustración voluntaria.)
…si una mujer puede casarse y tener hijos sin necesidad del consentimiento paterno, también puede abortar si llega el caso (Hellboy en El Café de Ocata.)
En el primer comentario se presenta una disyuntiva con solo dos extremos de una continuidad en lo leve o grave que puede ser algo. Con este tipo de disyuntivas es un buen ejercicio cambiar los términos para ver la falacia: “Si es una minucia, no tiene sentido alarmarse porque no se necesite el permiso paterno. Si es grave ¿qué hay más totalitario que el desprecio absoluto a lo que la adolescente considera sus valores supremos?” ¡Que haya que decirle esto a un filósofo!
En el segundo comentario se viene a decir “si puedo matar a mi hijo, también puedo impedirle abortar (u obligarle, imagino)”. La falacia es doble. Primero, porque la premisa es falsa, nadie puede matar a su hijo. Segundo, porque, aunque pudiera, no se sigue que pueda hacer otras cosas. La ley puede, en algunos países y en determinados casos, matar a alguien, pero no puede obligarle a tomar decisiones de su competencia. No es cierto que quien puede lo más puede lo menos. Podrá ser si estamos hablando de la misma magnitud (más o menos dinero, más o menos trabajo,…) y de poder físico. Si hablamos de cosas distintas (vida, propiedades,...) o de derecho, esta máxima no es cierta.
En el tercer comentario se hace una falacia parecida a una de las anteriores: “Si puede tener hijos puede abortar”. Puede ser una buena apelación a nuestros sentimientos (como las anteriores), pero es también un non sequitur.
Apunto aquí mi contestación en El Café de Ocata y en Reflexiones de un Psicólogo Evolucionista:
Si una joven de 16 años quiere abortar y no le dejan hacerlo, se produce un daño (según la propia joven) si la joven, cuando llegue a su mayoría de edad, insiste en que su elección a los 16 era la correcta.
Si una joven de 16 años quiere abortar y le dejan hacerlo se produce un daño si, a los 18 años, se arrepiente de la decisión.
El primer error es irreversible, el segundo no (la joven puede, todavía, tener hijos). Es, por tanto, el primer tipo de error el que hay que evitar.
Recuerdo que la discusión no es acerca de la moralidad o conveniencia de la legalidad del aborto, sino de si, en una situación de legalidad del aborto, es conveniente o no que la adolescente de 16 ó 17 años necesite el permiso paterno para abortar. Mi comentario sólo parte de las anteriores premisas y busca la solución en el mínimo daño, evaluado por quien la ley dice que sí puede tomar la decisión (la chica mayor de edad). Si alguien me muestra datos de que el daño del error reversible es mayor que el del irreversible (ambos multiplicados, claro, por la probabilidad de ocurrencia de ese error), estaré dispuesto a cambiar de opinión.
Como siempre, encuentro útil llevar la argumentación a un terreno en el que pueda ser ratificada o refutada con la evidencia. Lo contrario es apriorismo o, en otras palabras, prejuicio.